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Eyes Wide Shut

2 Feb

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Año: 1999.

Director: Stanley Kubrick.

Reparto: Tom Cruise, Nicole Kidman, Sydney Pollack, Todd Field, Julienne Davis, Vinessa Shaw, Rade Serbedzija, Leelee Sobieski, Marie Richardson, Thomas Gibson, Sky du Mont, Alan Cumming, Madison Eginton, Leon Vitali.

Tráiler

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         Al doctor Bill Harford, su mujer, Alice, le suelta de sopetón que, en su día, fantaseó impunemente con serle infiel con un oficial de la Marina. Y, entonces, al doctor Bill Harford se le desmoronan todas sus seguridades y convicciones masculinas, quedando inmerso en un tour de force de vulnerabilidad emocional, humillación personal y frustraciones sexuales. Eyes Wide Shut es la crónica de un derrumbe. Uno que sume en tal estado de aturdimiento al hombre protagonista que se le desfigura la realidad para transformársele en una pesadilla sórdida por donde corretea huérfano de todo ese poder que creía ostentar en su vida burguesa, en su vida de aspirante a élite. Un hombre miniaturizado. Un hombre emasculado. Un hombre impotente, en todos los sentidos de la palabra. Todo bajo el peso de una idea plantada en su mente, como una semilla que enraíza, germina y crece.

         Al recibir el golpe, Harford se adentra en las sombras, enfundado en negro, hundido en la noche. La idea seminal medra. La atmósfera de misterio se despliega a medida que su dominio de la situación y su estabilidad mental se desbarata, con lo que la intriga va vibrando hasta alcanzar su cénit en esa célebre escena de la sociedad secreta y la orgía de máscaras venecianas, embriagadora, siniestra y perturbadora. Stanley Kubrick pone en confrontación y lucha las tonalidades cálidas, doradas, con las frías, azuladas, a la par que desliza incisivas invasiones de un color agresivo y sexual como el rojo. El segundo vals de Dmitri Shostakovich gira y gira, obsesivo, en una espiral sofocante.

La odisea de Harford dibuja una escisión entre la vida cotidiana de la pareja -el montaje paralelo de las rutinas de cada cual que se expone antes de la confesión, detalles tan anticinematográficos como secarse los genitales tras la micción o aplicarse desodorante en las axilas- y esta dimensión de fantasía y tormento en la que se adentra el médico despechado -y aun así, de un aspecto más real que la proyección puramente platónica que le desvelaba su esposa-. La minimalista e intigante música de piano sigue los pasos de Harford en su descenso a los infiernos, donde el deseo -el sexo- tiene constantemente su contrapartida de peligro -las amenazas de la secta, el destierro del poeta Ovidio, el sida, la sobredosis-. Cuando este concluye, el sonido de fondo vuelve a recuperar los ruidos diarios de la ciudad. Pero, tras el colapso, es un mundo en el que ya no se encuentran certezas, seguridades.

         Eyes Wide Shut traza un venenoso estudio del matimonio como mascarada en la que, al final, el único contacto cierto parece ser el sexual, a través del cual se mide el equilibrio de sus componentes y en el que se vierten y desfogan sueños y fabulaciones generalmente vedados por las convenciones sociales. Los ojos cerrados de par en par. La ilusoria felicidad de las luces navideñas. Las calles de Nueva York recreadas en estudios de grabación ingleses. El resto de la vida en sociedad es también una mascarada, con sus ritos, sus reglamentos y sus relaciones asimétricas de poder, posesión y ambición.

         Estableciendo un juego entre realidades que refuerza y amplía el planteamiento de la obra, a lo largo del metraje a Tom Cruise lo llaman maricón y enano, y un fornido actor rueda escenas sexuales relativamente gráficas con su entonces esposa. Las habladurías maliciosas y los complejos del actor aparecen reflejados en pantalla, mientras la estrella todopoderosa, el novio de América, expresa con intensidad que se diría propia el azoramiento de su personaje. Nicole Kidman, por su parte, aparece como una mujer relegada a un segundo plano tras su marido, prácticamente reducida al hogar, lucida con entusiasmo en las fiestas, sin verdadera autonomía profesional y personal.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 8,5.

Días extraños

10 Jun

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Año: 1995.

Directora: Kathryn Bigelow.

Reparto: Ralph Fiennes, Angela Bassett, Juliette Lewis, Tom Sizemore, Michael Wincott, Glenn Plummer, Vincent D’Onofrio, William Fichtner, Brigitte Bako, Richard Edson, Josef Sommer, Louise LeCavalier.

Tráiler

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         Cuando redacté el borrador sobre Días extraños comenzaba aludiendo al «nos están cazando» con el que Lebron James denunciaba el asesinato a tiros en Georgia del joven afroamericano Ahmaud Arbery mientras hacía footing, un ejemplo de lo difícil que es esconder en un periodo de sobreexposición informativa como el actual el veneno racista que rezuman determinadas acciones no solo policiales, sino civiles. Un episodio menor ocurrido días después, en el que una mujer amagaba con denunciar falsamente por amenazas a un hombre negro que le había instado a ponerle la correa al perro en el Central Park neoyorkino, ofrecía una nueva muestra. Pero será definitivamente el caso de brutalidad policial que condujo a la muerte de George Floyd en Minneapolis la que terminaría de prender la mecha del polvorín que son unos Estados Unidos lastrados, a pesar de toda su propaganda fundacional, por una profunda desigualdad social que se somatiza en racismo, aporofobia y violencia.

Los disturbios consecuentes recordaron de inmediato a los relacionados con la difusión del video de la paliza de un grupo de agentes a Rodney King en 1991. Un año después de este terrible suceso, la exculpación de cuatro policías implicados desembocó en una serie de revueltas ciudadanas en Los Ángeles que se saldaron con 63 fallecidos y más de 2.000 heridos, lo que derivaría la imposición de un estado de sitio en la segunda ciudad más poblada del presunto país de la libertad. Y, precisamente, Días extraños es una distopía que da continuidad a este traumático sentir colectivo. Una distopía entonces inmediata, ambientada en el ahora pretérito cambio de milenio pero que, sin embargo, se convierte hoy en actualidad. Pasado, presente y futuro, todo encadenado, todo uno, sin solución de continuidad, sin evolución.

         La primera escena de Días extraños parece sacada de un videojuego tipo ‘shooter’. Esta sensación de caos y de cambio inminente y revolucionario se canaliza a través de una tecnología destinada a proporcionar experiencias extremas en primera persona. El disfrute de la ultraviolencia, de lo prohibido, sin salir del salón de casa mientras se desmorona todo alrededor. Experimentada en el cine de acción agresivo, Katrhyn Bigelow lo plasma en una atmósfera hiperexcitada, repleta de movimiento dentro y fuera del plano, de la que forman parte esencial unos fotogramas crispados por colores estridentes y secuenciados a través de cortes raudos. Lenny Nero vive al límite, y nosotros con él. No es casual que, en una cinta nocturna y atormentada, la única escena soleada y romántica proceda de un recuerdo. Un momento irrecuperable y por ende falso, como insiste Mace, quien jamás renuncia a tener los pies en la tierra.

         Esa relación entre Lenny y Mace, atípico antihéroe y atípico escudero, es uno de los puntos fuertes de Días extraños. Lenny es un expolicía de antivicios que a pesar de la sordidez de su trabajo no tiene media hostia y que se hunde en el fango a pesar de que su alma conserva todavía destellos de lucidez -ahí está el regalo al vigilante tullido-. Es un hombre que, por lo tanto, ruega en silencio por una redención que, en paralelo, devolvería a su cauce a la errática sociedad, puesto que esta es el reflejo magnificado de su propio cinismo. Ella, en cambio, es el Sancho Panza destinado a ejercer de brújula terrenal, en su caso imponiéndose también por la fuerza. Ralph Fiennes y Angela Bassett encarnan con propiedad sus roles, al igual que Juliette Lewis despliega su difusa e inexplicable atracción física, con ese encanto suyo que no atiende a la lógica.

Los tres son imprescindibles para llevar a buen puerto un argumento que bien podría descabalgar en lo exagerado. Sin embargo, su exploración de un mundo más concentrado en la vida virtual, delegada y exhibicionista que en disfrutar, entender y asumir la propia experiencia, aguanta con renovada solvencia el paso del tiempo y la evolución de la tecnología. James Cameron, fascinado por la ciencia ficción, colaboraba con su expareja para sacar adelante este relato, tanto desde su concepción como operando desde el montaje.

         Días extraños consigue otorgar entidad, verosimilitud y sensaciones a su universo, que no deja de ser similar a ese concepto de entretenimiento de evasión y a la vez sensación extrema que mercantiliza el protagonista. El sucedáneo de realidad que es más auténtico que la realidad misma. El siguiente paso. Una anticipación del mundo milimétricamente omniconectado de las redes sociales que en este caso, entronca además con ese pálpito milenarista de la época. El principio y el fin del mundo por la tecnología.

A pesar de que el efecto 2000 quedó en la anécdota, Días extraños posee miedos que perduran; habla de una sociedad que ha cumplido fielmente una distopía previsible -formulada además casi a tiempo real, con tan solo cinco años de anticipación respecto de su fecha de estreno y, como antes se señalaba, replicada una y otra vez-. Enraizada en su trama de violencia y muerte, su herramienta de análisis, al igual que en los turbios años cuarenta y cincuenta, será el cine negro, con su megalópolis opresiva, su femme fatale y su desencanto existencial. Y la esperanza reside en que uno mismo decida dar un paso al frente y plantarse ante un sistema amañado.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 8.

Batman vuelve

15 May

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Año: 1992.

Director: Tim Burton.

Reparto: Michael Keaton, Michelle Pfeiffer, Danny DeVito, Christopher Walken, Michael Gough, Michael Murphy, Vincent Schiavelli, Pat Hingle.

Tráiler

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          El éxito de Batman en 1989 propiciaría un aluvión de adaptaciones del cómic de superhéroes que, por supuesto, incluiría una secuela de las aventuras del hombre murciélago, de nuevo con la confianza renovada en ese particular director, Tim Burton, que entretanto había entregado otra pieza de su particularísimo universo entre gótico y naif, Eduardo Manostijeras.

          Aunque su sensibilidad ya era manifiesta en la puesta en escena de la entrega inaugural, Burton, que guardaba un sabor agridulce de la experiencia, negoció su incorporación al proyecto demandando un control del que había carecido en la anterior, novato como era en las grandes producciones de la industria. Gracias a ello, conseguiría que Batman vuelve no fuera una continuación literal, sino prácticamente una película autónoma en la que se moverá con mayor libertad, reescribiendo incluso buena parte del guion previsto y disfrutando de los generosos medios proporcionados por la Warner Brothers, como los grandes espacios para construir a su gusto los decorados de Gotham City, el novedoso sonido Dolby Digital, la introducción de algunos efectos digitales e incluso la importación de pingüinos desde Reino Unido.

No obstante, en coherencia con su estilo, la factura de Batman Vuelve posee una textura más física, más de la vieja escuela, con miniaturas y trampantojos. Muestra de ello es que la gran urbe es todavía más Metrópolis que en Batman, con sus colosos de art decó, la desopilante torre desde la que Max Schreck -bautizado así por el actor de Nosferatu– maneja los designios de Gotham o las retorcidas y siniestras lineas que definen el zoológico abandonado donde mora El Pingüino -que por su parte parece sacado de El gabinete del doctor Caligari-. Referencias al expresionismo alemán que además conectan temáticamente con la trama de conspiración política que se cierne sobre la ciudad gótica, a merced de los turbios planes de un archivillano que llega a citar el incendio del Reichstag.

Con todo, quizás el ejemplo más claro de este dominio burtoniano es la atención y el cariño que la entrada del filme dedica al monstruo, a su villano -otra vez interpretado por otro hombre que voló sobre el nido del cuco, en esta ocasión Danny DeVito-. Es casi un cortometraje de desprecio y marginalidad, de repulsión hacia lo deforme, hacia lo distinto. Una historia, pues, que entronca con la filmografía del cineasta. De hecho, Batman aparece en contadas ocasiones durante el planteamiento de la narración.

          Acaso más curtido, probablemente más relajado, Burton logra una realización más afinada, en la que el tempo de las escenas y el ritmo del filme están mejor resueltos. Es posible que otro rasgo, como esa combinación de humor sórdido, sexual y al mismo tiempo pueril, quede más al arbitrio del espectador. Lo cierto es que deja momentos desconcertantes e incluso incómodos. Porque, en cualquier caso, Burton apuesta por el delirio sobre todas las cosas. En especial, sobre cualquier verosimilitud. No hay nada como un radar de pingüinos para demostrar esta conexión con la atmósfera camp y surrealista de la serie protagonizada por Adam West.

          Batman vuelve obtendría de nuevo el favor de la taquilla, si bien no terminaría de contentar a los mandamases de la Warner, que apostarían por un cambio de tono para la tercera entrega, con Joel Schumacher en la silla de director. Aun así, Burton permanecería en un cargo de productor.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 6,5.

El apartamento

13 Abr

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Año: 1960.

Director: Billy Wilder.

Reparto: Jack Lemmon, Shirley MacLaine, Fred MacMurray, Jack Kruschen, Naomi Stevens, Ray Walston, David Lewis, Edie Adams, Hope Holiday, Frances Weintraub Lax, Johnny Seven.

Tráiler

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         En cierta escena, C.C. Baxter, un tipo que como mucho tiene derecho a apodo, Buddy, presenta su caso como una historia de náufragos. El único hombre vivo entre 8.042.783 neoyorkinos, una nómina entre 31.259 trabajadores, el número 861 de la sección W de la Premium Accounting Division, departamento de pólizas ordinarias, piso 19. El apartamento posee una crueldad kafkiana. Por momentos, a pesar de la chispa cómica que todo lo alumbra, su oscuridad llega a ser terrible. Billy Wilder aplasta a un empleado supernumerario en un edificio colosal, sentado en una sala con mesas que se extienden hasta el infinito, padeciendo tics automáticos como los que sufría Charles Chaplin en Tiempos modernos, desquiciado ya en su reducción a pieza de engranaje de la maquinaria fabril. El gran Leviatán no es el Estado omínodo, es el sistema económico donde nuestra categoría existencial se define como unidad de producción y agente de consumo.

         La deshumanización que reduce a Buddy a mera cifra se revela en la toxicidad de su entorno. La mayoría de las relaciones que se establecen en torno a esta empresa de seguros son de depredación, sin atención alguna a las cualidades personales del sujeto. Hay quienes se aprovechan y quienes son víctimas. Además, esta jerarquía vertical, medida en altura, se expresa asimismo en la dominación de la escena. Cuando aparece el señor Sheldrake, macho alfa de lomo plateado, los gallitos subordinados parecen arrugarse. No obstante, Buddy no es ajeno a este sistema podrido. Es más, participa en él con convicción, motivado por un afán de superación con el que aspira a escalar planta por planta hasta alcanzar el techo de los poderosos. A Buddy lo explotan, pero él también se autoexplota, dentro y fuera de la oficina. La humillación que se dibuja en El apartamento es doble, porque es impuesta pero a la vez autoinfligida. Pese a su aspecto común y su carácter apocado -o acaso por ello mismo-, diseñado para contagiar empatía de inmediato por ser uno de los nuestros, Buddy es un asqueroso arribista.

Aunque si la situación de Buddy es demoledora, la de la señorita Kublik es todavía más trágica, ya que, aparte de todo esto, ella, como mujer, es un bien de consumo. Un producto de ocio de usar y tirar. De hecho, la señorita Kublik sí es un personaje enteramente positivo, de moral íntegra aunque arrastrada por los suelos a causa de las malas elecciones sentimentales. El alquiler del piso de Buddy bien puede constituirse en metáfora de la prostitución, pero él lo asume voluntariamente dentro de una estrategia laboral trazada con mucha dedicación. En el caso de ella, recibir un simbólico billete de 100 dólares es la gota que colma el vaso, el elemento precipitante de unas medidas radicales. Que, a su vez, despertarán una reacción también radical en el adormecido Buddy.

         La descripción de El apartamento es la de un drama con todas las letras. Wilder hace de él una comedia deformándolo con diálogos y situaciones ingeniosas, con las que disecciona y eviscera los ritmos vitales de la sociedad. Las lágrimas brotan por la carcajada, si bien su gusto es profundamente amargo. La mueca en el rostro puede ser de risa o de llanto, indistintamente.

En este escenario tan ponzoñoso, expresado en rotundo blanco y negro, el maestro es capaz también de cultivar un romance delicado y frágil, y por todo ello especialmente hermoso. Aun por más que su materialización sea improbable, como saben perfectamente los propios protagonistas. «¿Por qué no me enamoro de alguien como usted?», admite ella, cuya sonrisa angelical, cuya belleza etérea, está tiznada de tristeza. «Así son las cosas», responde él, simpático, fiel, pero dolorosamente corriente. Gran analista de la condición humana, Wilder no lleva a engaños. Su comedia es una tragedia disimulada.

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Nota IMDB: 8,3.

Nota FilmAffinity: 8,4.

Nota del blog: 9.

Green Book

4 Mar

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Año: 2018.

Director: Peter Farrelly.

Reparto: Viggo Mortensen, Mahershala Ali, Linda Cardellini, Sebastian Maniscalco, Dimiter D. Marinov, Mike Hatton.

Tráiler

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         Las vueltas que da la vida en el cine. Después de convertirse en el adalid de la comedia escatológica de los noventa junto a su hermano Bobby y de atravesar una amplia barrena en taquilla en las décadas sucesivas, el bueno de Peter Farrelly se encuentra hoy encumbrado como el director de la flamante vencedora del Óscar a la mejor película con Green Book, en la que, en lugar de chistes con fluidos corporales, se aborda un asunto serio, y por desgracia vigente, como es el racismo existente en la sociedad estadounidense.

Lo hace de la mano de la amistad entre el pianista y compositor afroamericano Don Shirley y su chófer italoamericano, Tony ‘Lip’ Vallelonga -quien por cierto terminaría haciendo incursiones en el cine en obras como El padrino, Manhattan Sur, Vínculos de sangre, Uno de los nuestros, Donnie Brasco o Los soprano, donde su origen étnico y la imagen asociada a él es precisamente relevante-.

        Green Book asienta por tanto su relato sobre el esquema de la relación íntima entre dos caracteres antagónicos -aparte de la contraposición entre el vitalismo y el tormento de cada uno y del conflicto racial de base, también se produce un choque de clase social e intelectual-, en cuyo recorrido -aquí literal, al tratarse de una road movie- se entremezclan y contaminan sus personalidades.

El filme posee los mimbres para que esta estructura, tan tradicional y trillada como efectiva si se maneja bien, funcione adecuadamente. Es decir, un protagonista carismático, encarnado con autenticidad y simpatía por  Viggo Mortensen, que halla un notable contrapunto dramático e interpretativo en el atildado y trágico músico con el que Mahershala Ali consiguió su segunda estatuilla al mejor actor secundario después del cosechado dos ediciones atrás con Moonlight, una cinta con puntos de contacto temáticos con la presente.

         Así, la narración se sigue sin esfuerzo y con una sonrisa complacida. Green Book es fácil de ver, el ritmo es ligero, la realización clásica y el humor derivado de la convivencia y el absurdo de algunas situaciones se combina con la denuncia antirracista y con el acercamiento emocional, gracias o por culpa de que la suya no deja de ser una fórmula que se conoce al dedillo y que, además, no trae consigo sorpresa alguna, lo que es extensible a una resolución sensiblera y en exceso edulcorada.

En ella, Green Book escoge la opción de generar una empatía esencial en defensa de la dignidad básica de todo ser humano frente al cuestionamiento en profundidad y la abierta rebelión desde el espíritu crítico. El ejercicio de ‘poner en la piel del otro’ es un camino totalmente legítimo y que, desde esta identificación emocional, también es capaz de despertar conciencia. Pero en este caso, como decíamos, evoluciona hacia una apuesta sentimentalista por el ‘todo el mundo es bueno’ gratificante y acomodaticia en último término; por la acción individual de corte capriano como vía para corregir los desmanes de un sistema que parece ajeno y no consustancial a quienes forman parte de él; por le reconciliación personal como reconciliación colectiva que reconstruye la gran y heterogénea familia americana.

La sonrisa complacida no tiene detrás esa rabia o esa mordiente que quizás sí demandaba semejante trasfondo y sus resonancias presentes. Bien podría comparase con el desenlace y la agresiva coda de imágenes documentales que arrojaba Infiltrado en el KKKlan, con la que competía por el máximo galardón de la Academia norteamericana.

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Nota IMDB: 8,3.

Nota FilmAffinity: 7,6.

Nota del blog: 6,5.

Tangerine

2 Mar

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Año: 2015.

Director: Sean Baker.

Reparto: Kitana Kiki RodriguezMya Taylor, Karren Karagulian, Mickey O’Hagan, James Ransone, Alla Tumanian, Luiza Nersisyan, Clu Gulager.

Tráiler

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         Recuerdo haber leído a varios cineastas que el primer mandamiento para aquel que quiera dirigir una película es hacerse con una cámara y lanzarse a rodar. Al igual que ocurre con la fotografía, los smartphone propician un medio de filmación asequible y prácticamente universal, un nuevo paso tras la popularización de estos recursos que ya avanzaron otros artilugios como el Super 8 y las videocámaras de uso doméstico. Muestra de ello es que existen incluso certámenes especializados en obras rodadas exclusivamente con dispositivos móviles, caso del Toronto Smartphone Film Festival. En ámbitos más convencionales, están los ejemplos de I Play With the Phrase Each Other, elaborada con un iPhone 6 y concursante en la edición de 2014 del festival de Sundance, La Meca del cine indie, donde un año más tarde también concurrirá Tangerine, realizada con tres iPhone 5s, lentes de precio ínfimo y la app Filmic Pro, según indica su promoción.

         En Tangerine, el formato se amolda perfectamente a las circunstancias y el territorio vital de sus protagonistas. Es una cinta puesta a pie de asfalto, de lenguaje y modales callejeros, de orgullosa marginalidad, aunque tampoco estrictamente cruda y realista a pesar de la fotografía de derribo, que encuentra el contraste en una banda sonora a mil revoluciones y decibelios. El estilo pírrico y urgente, su libertad narrativa, su fascinación por el rostro contracultural y dudoso de la ciudad, así como su recorrido clandestino, anárquico e itinerante, parecen beber del espíritu del cine underground estadounidense de los años cincuenta y sesenta.

Encaramado a la odisea de la prostituta transgénero Sin-Dee, personaje atronador que cabalga en busca de su felicidad imposible tras su salida de la cárcel, el director y guionista Sean Baker también trata de dotar a sus imágenes, adheridas a los movimientos constantes de las aventureras por medio de la ligereza de los aparatos y de la firmeza de la steadycam de saldo, de cierta poética de guerrilla urbana. Contraluces y tonalidades fuertes; composiciones igualmente rotundas y directas -es decir, cuando el constante trajinar lo permite-, que se adentran por momentos en la épica videoclipera propia de una diva pop contemporánea, con una sofisticación -pretendida a su manera- brusca, excesiva, hortera y gritona; fascinante o irritante según cada cual -uno tiende a sentir lo segundo-, o quizás las dos cosas al mismo tiempo.

         Toda esta factura visual es acorde, insistimos, al influjo arrollador de Sin-Dee, del mismo modo que ocurre con un argumento que no duda en sumergirse sin tapujos en la hiperexcitación de la telenovela con detalles del thriller de venganza sangrienta, mientras de fondo se constata que sus protagonistas son, en realidad y a la hora de la verdad, unas criaturas vulnerables sobre las que pende la aterradora amenaza de la soledad, condenadas a subastar sus sueños a guarros de tres al cuarto o, incluso, a pagar por vivirlos desde la ficción. Se agradece en este apartado la escasa tendencia al juicio, al prejuicio y al victimismo que muestra el relato.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 5,5.

Mi gran noche

9 Abr

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Año: 2015.

Director: Álex de la Iglesia.

Reparto: Raphael, Pepón Nieto, Blanca Suárez, Carlos Areces, Jaime Ordóñez, Mario Casas, Marta Guerras, Marta Castellote, Tomás Pozzi, Hugo Silva, Carolina Bang, Carmen Machi, Luis Callejo, Santiago Segura, Carmen Ruiz, Enrique Villén, Ana Polvorosa, Luis Fernández, Antonio Velázquez, Terele Pávez, Daniel Guzmán, Toni Acosta, Eduard Casanova, Ignatius Farray.

Tráiler

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           Apenas median seis años entre El ángel exterminador y El guateque, estrenadas en 1962 y 1968, respectivamente. Pero, más allá de satisfacer sus pulsiones cinéfilas, Álex de la Iglesia parece exponer en Mi gran noche que la sociedad occidental -sea mexicana, estadounidense o española- apenas ha avanzado cuatro décadas después, ya que continúa siendo igual de absurda y padeciendo el mismo patetismo.

           Las variables coyunturales, no obstante, también afloran en este retrato de farsesca festividad de la España contemporánea, definida por uno de los eventos más casposos, falsos y desopilantes que sobrevive a gastos pagados generación tras generación: una gala de Nochevieja grabada en octubre y donde salen al escenario los protagonistas del presente nacional. Esto es, la precarización laboral, la rampante esclavización del ciudadano común, la sustitución de referentes morales por ídolos frívolos, la corrupción generalizada, la incultura del pelotazo, la degradación educativa, la desgraciada tramoya de la supuesta magia de la televisión que ya aparecía en Muertos de risa… Y, mientras, la ciudadanía queda reducida a simple figurante -aunque eso en el mejor de los casos, visto alguno de los ejemplos anteriores-.

           De la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría emplean una coralidad azconiana para recomponer este puzle que, como la fiesta que ejerce de decorado, parece asentarse en el pasado, el presente y probablemente el futuro. De esta manera, pueden encadenar una multitud de tramas sin que haya que decantarse por una en concreto que posea un mayor peso argumental y, por ende, exija un mayor desarrollo. Gracias a ello no aflora del todo uno de los principales defectos que acompañan a la trayectoria del director y guionista vasco: el agotamiento de un planteamiento ocurrente. Así las cosas, Mi gran noche resulta una película relativamente más equilibrada que otras como Balada triste de trompeta, si bien puede deberse asimismo a que en ningún momento alcanza cotas de genialidad -en la anterior los títulos de crédito, una obra maestra en sí misma, fijaban un listón inalcanzable para el resto del metraje-.

           En Mi gran noche se observan de nuevo detalles de notable comicidad -ese Raphael rebautizado como Alphonso y villanizado en un trasunto de Darth Vader, la casquivana estrella juvenil de la que Mario Casas saca buen partido- en tanto que otras no funcionan a igual nivel o no terminan de explotarse del todo ante la avalancha de idas y venidas del relato que, por momentos, parece aquejada de los mismos males que una gala de Nochevieja -o una Enrique Cerezo Pictures-; atropellada, sainetera, ciclotímica, inocua en su orgulloso exceso.

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Nota IMDB: 5,9.

Nota FilmAffinity: 5,1.

Nota del blog: 6,5.