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Año: 1984.
Director: John Milius.
Reparto: Patrick Swayze, C. Thomas Howell, Lea Thompson, Charlie Sheen, Darren Dalton, Jennifer Grey, Brad Savage, Dough Toby, Ben Johnson, Ron O’Neal, Powers Boothe, Harry Dean Stanton, Lane Smith, Vladek Sheybal, William Smith, Judd Omen.
Tráiler
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Amanecer rojo es un delirio ultranacionalista parido por la década de los ochenta bajo la Administración Reagan, en la que se combina el renacimiento belicista del periodo y su reflejo en el cine del momento, con emblemas como la saga Rambo, representación paradigmática de la reivindicacion del combatiente de Vietnam y, por ende, de la legitimación de la intervención armada de los Estados Unidos contra sus enemigos por la soberanía mundial.
Amanecer Rojo sigue esta línea hibridándose con otro ramal del cine popular de la década, las aventuras infantiles/adolescentes que en esos años facturaba, por ejemplo, la productora Amblin de Steven Spielberg. Una cinta de consumo masivo y juvenil pero ideologizada al máximo con un corte manifiesta y orgullosamente militarista y reaccionario.
Así pues, el delirio no es solo aberrante en lo argumental -una pandilla de críos que, cual guerrilleros maquis, combaten al invasor soviético, cubano y nicaragüense en la Tercera Guerra Mundial desde su cuartel improvisado en la montaña-, sino también peligroso porque sus intenciones fanatizadoras apuntan, además, a un segmento de población especialmente maleable. Pero, con todo, no deja de ser atractiva, e incluso contagiosa, la fe que John Milius pone en narrar un relato que se ajusta a su pensamiento, tan extremista en determinados aspectos políticos que solo podía ser calificado, como él mismo decía, como un anarquismo zen.
Es la celebración del ser humano en un estado de salvajismo esencial, honesto frente a las malversaciones de la civilización urbana, noble en sus códigos tribales y guerreros. De hecho, también pueden trazarse ecos entre Conan el bárbaro -obra mayor de la aventura fantástica y plasmación de esta concepción histórica, política y social del cineasta- y este Amanecer rojo: el tratamiento épico del paisaje, reforzado por la fanfarria eufórica de Basil Poledouris, el reconocimiento del honor del combatiente, el batallador que se aferra a su coraje con fatalismo hasta inmolarse en un dos contra cientos si es menester.
Este último concepto hasta sería aplicable a la labor de Milius al frente del proyecto. No deja de ser admirable la pasión de contador de historias que vuelca el realizador en una película de semejante naturaleza. Interviniendo sobre el libreto de Kevin Reynolds, Milius se desnuda enfervorecido y vierte sus inquietudes mitológicas sobre la hoguera ritual. Conecta a sus jóvenes protagonistas con los padres fundadores de la nación, aquellos pioneros que conquistaban la naturaleza brutal, hibridándose con ella, como mostraba en su guion de Las aventuras de Jeremiah Johnson. Los bautiza en costumbres atávicas. Los viste de de guerreros míticos -el bereber de El viento y el león, el mongol de aquella acariciada ambición de llevar a la gran pantalla la vida de Gengis Kan-. Los enardece con las sentencias del presidente que encarnó estos valores viriles de arrojo y determinación: Theodore Roosevelt cargando con los Rough Riders en la colina de San Juan en la Guerra hispano-cubana.
De ahí proceden los escenarios salvajes a los que Milius dota de una textura lírica y legendaria, sobrecogedores y románticos, bastos y paternales, bañados por luces crepusculares. La extensa estepa, un caballo rápido, halcones en tu puño y el viento en tu cabello.
En cualquier caso, atendiendo a este reconocimiento entre luchadores, Milius también trata de alejarse parcialmente del retrato monolítico del enemigo. Las victorias de los niños guerreros son una loa a la supremacía propia y un descrédito ridiculizante para las tropas rivales, pero junto a villanos de opereta y a los soldados que no dudan en asesinar mujeres y menores, también hay militares con pericia táctica -aunque sus métodos siempre tienen un punto cuestionable- y revolucionarios dubitativos y/o desencantados que respetan ideales que encuentran semejantes a los suyos. Ganarse los corazones es el secreto para vencer y convencer, afirma. Además, dejando de lado la hipócrita corrupción moral de su sistema, su Estado hipertrofiado y opresivo para con el ciudadano de a pie, y su afición por la cartelería propagandística de estilo constructivista, los comunistas pasan Alexander Nevsky en sesiones maratonianas en las salas de cine bajo su dominio, otra de las predilecciones de Milius.
De igual manera, en contraste con las llamadas a alzarse en armas desoyendo a los blandengues -los líderes políticos que cacarean solo en defensa de su propio interés, los padres que educan a sus hijos en el buenismo- y de las bochornosas operaciones de los Wolverines -guerrilla adolescente con la eficiencia de auténticos boinas verdes-, en los fotogramas hay desencanto y melancolía por el fin de la inocencia. El desquiciamiento de la mente torturada por la violencia, el patetismo que domina la ejecución del soldado ruso refugiado en el jeep, la consciencia de la muerte cierta, el enfrentamiento tajante ante la traición, también capturado con una frialdad y una distancia que pasman. Hay una vibración de duda en la voz estentórea que lee la soflama.
Tiene remake estrenado en 2012. Cabría preguntarse si hay algún porqué más allá de la atosigante recuperación nostálgica de los ochenta.
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Nota IMDB: 6,4.
Nota FilmAffinity: 4,2.
Nota del blog: 5.
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