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El jinete pálido

16 Jun

“¡¡¡Shane!!! ¡¡¡Vuelve!!!”

Joey Starrett (Raíces profundas)

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El jinete pálido

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El jinete pálido

Año: 1985.

Director: Clint Eastwood.

Reparto: Clint Eastwood, Michael Moriarty, Sydney Penny, Carrie Snodgress, Chris Penn, Richard Dysart, John Russell.

Tráiler

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            No solo de Leone y Siegel bebía Clint. El cineasta californiano retornaba al western seis años después de la magnífica El fuera de la ley para realizar El jinete pálido, la película con la cual el californiano iniciaría por fin la que unánimemente se consideraría su etapa de madurez como director, a dos pasos de ser confirmado como autor de prestigio a nivel internacional –esto es, desde la exigente crítica francesa- por medio de Bird.

En unos tiempos en los que el género norteamericano y cinematográfico por excelencia languidecía sin remedio -irreparable sobre todo a partir del legendario descalabro de La puerta del cielo, a pesar de sentidos homenajes como el de la coetánea Silverado-, Eastwood volvía la vista atrás para apropiarse de la silueta de uno de los grandes clásicos, la magistral Raíces profundas, y avanzar en su estudio del western desde una óptica y sensibilidad del todo particular, sin aspiraciones de imitar o recuperar un estilo pretérito y olvidado, ni ínfulas de abanderar la renovación universal del género.

            Nos encontramos por tanto ante una base tradicional, en la que el enemigo del pistolero no es el villano sanguinario sino el destino inexorable de soledad y violencia, y a la que de nuevo Eastwood agrega notas del spaghetti y el western sucio procedente de sus maestros de cabecera, haciendo aflorar con ello las pulsiones sexuales y agresivas del original y rebajando en parte los tormentos psicológicos de un protagonista sin redención posible. Porque el predicador de El jinete pálido, el forastero encerrado en un círculo irrompible de polvo y sangre con comienzo y final en la bruma de lo desconocido, adquiere una vez más las cualidades fantasmagóricas de sus personajes también anónimos de la Trilogía del dólar y de los vengadores implacables, al límite de lo sobrenatural, de sus dos primeras incursiones en el Oeste desde la silla de realizador, Infierno de cobardes y El fuera de la ley.

Rasgos que se acentúan en esta ocasión, dado que Eastwood aparece directamente invocado por una oración apocalíptica, a modo de milagro salvador o mortífera plaga divina, y alrededor del cual la referencia a la muerte –las pavorosas marcas de su espalda, sus apariciones fugaces y providenciales, las reacciones incrédulas de vestigios de su pasado- serán constante durante todo el metraje.

            Al igual que en Raíces profundas, el predicador errante de Eastwood, hierático, adusto y enigmático, ejerce, como parte de su trayecto determinado por los hados, a modo de decisivo intermediario entre los litigios de un poderoso cacique minero y una pequeña colonia de esforzados extractores de oro, liderados por un obstinado pero impotente aldeano (Michael Moriarty).

A su vez, el lacónico sacerdote-pistolero surge como foco de fascinación para la mujer de éste (Carrie Snodgress), quien parece ver en su porte independiente una sombra de un pasado que debiera olvidar –expresado con menos sutileza, más brusquedad y mayor fisicidad que en la película de George Stevens-, y la hija adolescente de ella (la bellísima Sydney Penny), quien a causa de su sobrehumana autosuficiencia lo idealiza hasta el estatus de padre ausente o marido necesario y deseable.

            Eastwood continúa con su aprendizaje, refinando su estilo, cada vez más próximo a la lírica prosa invisible y elegante de Ford, férreo desde el raudo uso del montaje paralelo en el ataque inicial, impregnando toda la obra de esas tonalidades oscuras y atmósfera tenebrosa que más tarde envolverán el crepúsculo definitivo de su arquetipo en Sin perdón.

La intensidad de este western de interiores –las inexpugnables montañas parecen constituir otra pared que encierra al pueblo en sí mismo- se combina con placer con la violencia seca a lo largo de un crescendo que conduce al estallido del clímax: una redención mezclada con la venganza personal frente a un despiadado asesino a sueldo y su banda de ayudantes (John Russell, el Lee van Cleef que no pudo ser a causa del alcoholismo del veterano actor) y, por supuesto, la confirmación del fatalismo inherente al cosmos dramático de su protagonista.

Un nuevo paso adelante de Clint.

 

Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 8.