“¡¡¡Shane!!! ¡¡¡Vuelve!!!”
Joey Starrett (Raíces profundas)
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El jinete pálido
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Año: 1985.
Director: Clint Eastwood.
Reparto: Clint Eastwood, Michael Moriarty, Sydney Penny, Carrie Snodgress, Chris Penn, Richard Dysart, John Russell.
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No solo de Leone y Siegel bebía Clint. El cineasta californiano retornaba al western seis años después de la magnífica El fuera de la ley para realizar El jinete pálido, la película con la cual el californiano iniciaría por fin la que unánimemente se consideraría su etapa de madurez como director, a dos pasos de ser confirmado como autor de prestigio a nivel internacional –esto es, desde la exigente crítica francesa- por medio de Bird.
En unos tiempos en los que el género norteamericano y cinematográfico por excelencia languidecía sin remedio -irreparable sobre todo a partir del legendario descalabro de La puerta del cielo, a pesar de sentidos homenajes como el de la coetánea Silverado-, Eastwood volvía la vista atrás para apropiarse de la silueta de uno de los grandes clásicos, la magistral Raíces profundas, y avanzar en su estudio del western desde una óptica y sensibilidad del todo particular, sin aspiraciones de imitar o recuperar un estilo pretérito y olvidado, ni ínfulas de abanderar la renovación universal del género.
Nos encontramos por tanto ante una base tradicional, en la que el enemigo del pistolero no es el villano sanguinario sino el destino inexorable de soledad y violencia, y a la que de nuevo Eastwood agrega notas del spaghetti y el western sucio procedente de sus maestros de cabecera, haciendo aflorar con ello las pulsiones sexuales y agresivas del original y rebajando en parte los tormentos psicológicos de un protagonista sin redención posible. Porque el predicador de El jinete pálido, el forastero encerrado en un círculo irrompible de polvo y sangre con comienzo y final en la bruma de lo desconocido, adquiere una vez más las cualidades fantasmagóricas de sus personajes también anónimos de la Trilogía del dólar y de los vengadores implacables, al límite de lo sobrenatural, de sus dos primeras incursiones en el Oeste desde la silla de realizador, Infierno de cobardes y El fuera de la ley.
Rasgos que se acentúan en esta ocasión, dado que Eastwood aparece directamente invocado por una oración apocalíptica, a modo de milagro salvador o mortífera plaga divina, y alrededor del cual la referencia a la muerte –las pavorosas marcas de su espalda, sus apariciones fugaces y providenciales, las reacciones incrédulas de vestigios de su pasado- serán constante durante todo el metraje.
Al igual que en Raíces profundas, el predicador errante de Eastwood, hierático, adusto y enigmático, ejerce, como parte de su trayecto determinado por los hados, a modo de decisivo intermediario entre los litigios de un poderoso cacique minero y una pequeña colonia de esforzados extractores de oro, liderados por un obstinado pero impotente aldeano (Michael Moriarty).
A su vez, el lacónico sacerdote-pistolero surge como foco de fascinación para la mujer de éste (Carrie Snodgress), quien parece ver en su porte independiente una sombra de un pasado que debiera olvidar –expresado con menos sutileza, más brusquedad y mayor fisicidad que en la película de George Stevens-, y la hija adolescente de ella (la bellísima Sydney Penny), quien a causa de su sobrehumana autosuficiencia lo idealiza hasta el estatus de padre ausente o marido necesario y deseable.
Eastwood continúa con su aprendizaje, refinando su estilo, cada vez más próximo a la lírica prosa invisible y elegante de Ford, férreo desde el raudo uso del montaje paralelo en el ataque inicial, impregnando toda la obra de esas tonalidades oscuras y atmósfera tenebrosa que más tarde envolverán el crepúsculo definitivo de su arquetipo en Sin perdón.
La intensidad de este western de interiores –las inexpugnables montañas parecen constituir otra pared que encierra al pueblo en sí mismo- se combina con placer con la violencia seca a lo largo de un crescendo que conduce al estallido del clímax: una redención mezclada con la venganza personal frente a un despiadado asesino a sueldo y su banda de ayudantes (John Russell, el Lee van Cleef que no pudo ser a causa del alcoholismo del veterano actor) y, por supuesto, la confirmación del fatalismo inherente al cosmos dramático de su protagonista.
Un nuevo paso adelante de Clint.
Nota IMDB: 7,5.
Nota FilmAffinity: 7,2.
Nota del blog: 8.
Para mí es un remake en toda regla, tiene más de una, y de dos, escenas calcadas, cambia el ambiente, cambia el tema del aire sobrenatural que le da Eastwood a la historia, y cambia niño por niña, pero vamos, que más que un homenaje es eso, un remake.
Ojo, pero un remake más que digno, es la peli en la que Eastwood me empezó a interesar como director, un peliculón en toda regla.
La deuda es obvia, y el original es mejor que el remake. Pero es una estimable interpretación, consecuente con muchos de los códigos característicos de la obra de Eastwood y una buena película en sí misma.
Totalmente inspirado en Shane. Muy conseguida y la que fue el preludio de sin perdón. Para muchos no mejor película este jinete pálido, pero si sumamente entretenida. Incluso he oído decir a mucha gente que reconociendo que sin perdón es una obra de arte, esta les gusta mas……
Personaje magnifico el protagonista por cierto, al que ese aura mistica casi mitad ángel mitad demonio…Le sienta realmente bien. Cuidate
A mí me pasa una cosa, que reconociendo que El jinete pálido es una obra de arte de mayor madurez, me gusta más El fuera de la ley, que no tiene tanta aceptación.
Para mí, Sin perdón juega ya en otra liga.
Se me había pasado esta crítica y menos mal que la he recuperado. Una crónica espléndida bajo cualquier punto de vista, pues analiza con enorme rigor y observa vinculaciones más que interesantes, no ya solo en la obra matriz sobre la que se basa El jinete pálido.
Crónica que es sobresaliente pues radiografía aquellos elementos que darán paso a la obra maestra del autor, que sin duda no pudo crearse sin ésta, siendo el paso previo necesario y por tanto imprescindible desde un punto de vista artístico, formal y de fondo. Sobremanera en ese elemento fantasmagórico, esa atmósfera y esa especial visión.
Hijo de un cine y de una época, su autor sabe tomar lo mejor de ellos para, desde la inteligencia y la renuncia solo asomada, evolucionar hacia una mayor densidad dramática y plástica. Cierta redención e indiscutible capacidad de transformación y progreso Puede que en el fondo el destino haga que un cine menor y del que siempre he renegado sirviera para que un hijo suyo tuviera la capacidad para volver a llevar al género a cumbres apasionantes.
Soy de los que piensa que Sin perdón es una de las obras más hermosas, inteligentes, coherentes y mágicas que el cine a dado en las últimas décadas, amén de estar entre las más grandes películas que el género a dado, comparable sin matiz alguno al pequeño ramillete de películas en las que todos estamos pensamos. E incluso se permite el lujo de introducirla en ese halo mágico y fantasmagórico que jamás el cine del oeste había sido capaz de visitar. En tal sentido puede que sea la película del género más compleja, que lo eleva desde lo clásico a lo espectral. En este caso, sí en otras, sin redención alguna, sin perdón posible y eso la hace aún más vigorosa, legítima y auténtica en su discurso.
Este blog se configura como un referente, no ya solo por la brillante ejecución formal que lo adorna, más aún por la sistemática ausencia de altibajos y con un rigor siempre presente. Para los que nos gusta el séptimo arte es un placer visitar esta página que siempre nos deparará inteligencia y brillantez. La pasión y la lírica en Nascaranda y la perfección formal en Elcríticoabúlico.
¡Se agradece el halago! Sin perdón es una obra maestra, siempre la he tenido entre mis películas favoritas. No tardará en aparecer por aquí. En realidad, esto de ir repasando durante estos días los westerns de Clint no es más que una excusa para volverla a ver.