Año: 1994.
Director: Quentin Tarantino.
Reparto: John Travolta, Uma Thurman, Bruce Willis, Samuel L. Jackson, Ving Rhames, Maria de Medeiros, Tim Roth, Amanda Plummer, Eric Stoltz, Rosanna Arquette, Quentin Tarantino, Christopher Walken, Steve Buscemi.
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Hay películas que se marcan en la piel, de las que uno incluso recuerda el dónde y el cómo las descubrió. No tiene por qué ser necesariamente las mejores, aunque en mi adolescencia, en la que ya estaba consolidándose una decidida afición por el cine, estos hitos acostumbraron a estar ligados bien a auténticas revelaciones –Taxi Driver, La delgada línea roja-, bien a obras señeras que ansiaba descubrir –El padrino, Pulp Fiction-. En el caso de la película de Quentin Tarantino, un auténtico icono entre los chavales de mi época, fue en el verano entre primero y segundo de Bachillerato, en una emisión televisiva que vi en un apartamento de playa, con una silla plantada delante del aparato. Si me apuras, hasta diría que la echaban en La 2. Yo tenía 16 años.
Pulp Fiction es una de esas películas que estallan con tanto carisma en la cara del espectador que se convierten en una especie de oficioso patrimonio de la humanidad, de enseña de la cultura colectiva que proporciona una serie de iconos, referencias y conexiones prácticamente universales, perpetuadas de generación en generación como obra de culto popular. Mitología contemporánea.
Hay una electricidad fundamental en el estilo de Tarantino que estimula el sistema nervioso del cinéfilo. Posiblemente se deba a que el autor parece ser tan creador como espectador de sus propias cintas, en las que samplea imágenes como samplea con la banda sonora, que por sí misma funciona como un interesante recopilatorio musical -ajustado perfectamente además al tono de la escena en su aire retro, en su agresividad rítmica, en su sordidez impúdica…-. Como si las grabara para un colega con la ilusión de descubrirle y compartir un gusto secreto que le es desconocido, como si seleccionase también sus temas favoritos para quemarlos en el radiocasete.
El juego con los contrastes es otro de los impulsos que domina el cineasta. Da la sensación de que cualquiera podría sentarse con los personajes e intervenir en sus conversaciones acerca de mil y una ocurrencias sobre curiosidades culturales, insólitas vueltas de tuerca a la cultura pop o frikardeos impenitentes, discutidos -o más bien ametrallados- con una indisciplinada coprolalia. Pero son situaciones estas que de improviso, sin solución de continuidad, dan paso a clásicas fantasías cinematográficas propias del cine de género, con tramas criminales, violencia explosiva, tipos duros y mujeres fatales sacados de una historia pulp -como obviamente celebra el título-, con su fotogenia y sus cualidades arquetípicas exaltadas para deleite de los aficionados. Hasta el punto de que, en un cuidado equilibrio que combina conocimiento del medio como comprensión hacia el paladar ajeno, no riñen, sino que son coherentes, con un punto de traviesa y delirante revisión propia, al mismo tiempo que Tarantino se muestra extrañamente reverente en su nostalgia, quizás un poco al estilo con esa caricatura-homenaje que era el spaghetti western respecto del cine clásico del Oeste, aunque aquí plenamente asociado a las corrientes posmodernas de la autoría en el séptimo arte. En la misma línea, en este universo tan heterodoxo como en el fondo devoto, lo friki convive con lo gamberro, lo violento con lo humorístico o lo solemne con grotesco.
Sea como fuere, esta amalgama funciona porque, a fin de cuentas, el maestro de ceremonias -y sus ayudantes- poseen un talento para el cine que está a la altura de su pasión por lo que recrean y crean.
Pulp Fiction se organiza en escenas-capítulo que, por sí mismas, poseen una gran fuerza narrativa. La puesta en escena, los movimientos de cámara y el tempo interno trasladan a los fotogramas la torrencialidad del guion -que Tarantino escribe a cuatro manos con Roger Avary, tal vez luego injustamente olvidado-. A través del montaje, estos episodios, que podrían ser hasta autoconclusivos, se arramplan en un organizado caos de idas y venidas en la cronología del relato que saben conservar y enardecer el interés de quien las sigue. Dado este es uno de esos rasgos narrativos que había exhibido en su debut en Reservoir Dogs -y que reproducirá asimismo en otras entregas posteriores-, suscitaría que Tarantino se ganarse cierta fama de director de set-pieces que, en cualquier caso, se desquitaría en parte con la no menos magnífica Jackie Brown.
El asunto es que provocarían tal impacto, avalado por el prestigio de la Palma de oro en el país de los guardianes de la política del autor -a quienes además bien se preocupaba de guiñar directamente-, que desencadenarían el encumbramiento de este cinéfago-cineasta como la gran referencia del cine de los noventa. Como el modelo del que brotarían incontables influencias, imitadores y sobre todo, en definitiva, seguidores.
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Nota IMDB: 8,9.
Nota FilmAffinity: 8,6.
Nota del blog: 9.
Contracrítica