Tag Archives: Viaje en el tiempo

Tenet

7 Sep

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Año: 2020.

Director: Christopher Nolan.

Reparto: John David Washington, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Kenneth Branagh, Dimple Kapadia, Aaron Taylor-Johnson, Clémence Poésy, Himesh Patel, Yuri Kolokolnikov, Michael Caine.

Tráiler

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         Christopher Nolan suele cubrirse siempre las espaldas, explicar cada cosa que va a ocurrir para que nadie se pierda en el laberinto. En Tenet, lanza una advertencia por boca de la científica encargada de instruir al protagonista en los rudimentos de la inversión de la entropía de los objetos: «Mejor no trates de pensarlo; siéntelo». Es decir, que primero construye un planteamiento fundado sobre las insondables complejidades de la física para, finalmente, apelar al puro y ancestral instinto. A la emoción humana como clave para desentrañar y superar todos estos desafíos de magnitud cósmica. «El mundo tal y como lo conocemos será aniquilado», le informan por su parte a la apesadumbrada víctima de la película, la mujer en apuros cuya salvación individual es equiparable a la salvación de la humanidad al completo, amenazados ambos por un archivillano de manual -exsoviético, para mayor estereotipación-. «Incluido mi hijo», acierta a concluir ella con gesto compungido.

Ese es el nivel de Nolan en este campo de lo emocional. El brochazo grueso sobre un fondo de concienzudo hiperrealismo, la palada de azúcar sobre el café gourmet con granos importados desde el último confín virgen del planeta. Al fin y al cabo, el británico es un cineasta que recurre a lustros de amnesia, seis capas oníricas o cuatro dimensiones para expresar la pérdida traumática. Solo un pequeño apunte al terminar el estruendo, con guiño a Casablanca incluido, permite percibir que hasta podía haber en Tenet una relación con genuino potencial que, por desgracia, se ha desaprovechado en favor de otra más trillada y, aun así, pobre.

         Dentro de la ambición de su juego, Nolan combina la sofisticación conceptual con la explosiva mezcla de géneros populares, como ocurría en Origen y las posibilidades para ello que le proporcionaba cada sueño. Tenet es un megathriller de espías donde las ambigüedades y misterios intrínsecos de un micromundo cimentado sobre la mentira y el engaño quedan reemplazados por los enigmas y paradojas de los viajes en el tiempo que a decir verdad, en el fondo, no dejan de ser una anécdota vistosa. El inestable factor humano sustituido por el inestable factor físico. De la misma manera, sus herramientas para tocar al espectador son también sensoriales, no sentimentales. Su estrategia es avasallar mediante el movimiento y el sonido. Tenet no se detiene, enredada en un constante clímax de acción que riza el rizo en lo técnico con escenas que van tanto hacia adelante como hacia atrás, unas posibilidades escherianas que había explorado como elemento escénico con mayor capacidad de sugestión precisamente en Origen y que, al igual que en lo narrativo, no pasan de ofrecer una intrépida curiosidad que tiene unos resultados visuales que ni siquiera funcionan del todo bien -y, sin embargo, probablemente sea el introductorio asalto a la ópera, aún en cronología convencional, la que está plasmada de forma más confusa-.

Esto no tiene por qué entenderse como una intención de distraer la mirada cuando el mago ejecuta su truco. Aunque todavía no encuentre respuesta a detalles como que el personaje de Elizabeth Debicki esté exento de utilizar mascarilla, probablemente Nolan, minucioso en la documentación -el reconocimiento de los astrónomos a Interstellar es notorio- y el armado de sus rompecabezas, no haya dejado cabos sueltos, desde los palíndromos diseminados para hilar teorías hasta cada inversión espaciotemporal desplegada. Pero el problema es que tanto importa que los conceptos científicos sean fidedignos o que la narración haya respetado su lógica interna. Qué más da lo que suceda si los muñecos que lo sufren carecen de la suficiente entidad como para percibirse como personas, para tener interés propio. Son simples sombras. En su inagotable carrera hacia un futuro pasado, las imágenes y los argumentos de este móvil perpetuo no dan tregua, pero tampoco dejan poso, si bien es posible que, si ese movimiento eterno se detuviese, la función colapsara, absorbida por el vacío, por un agujero negro. Como advierte Nolan, es mejor no tratar de pensarla.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 4.

Your Name

10 Abr

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Año: 2016.

Director: Makoto Shinkai.

Reparto (V.O.): Ryûnosuke Kamiki, Mone Kamishiraishi, Ryô Narita, Aoi Yuki, Nobunaga Shimazaki, Kaito Ishikawa.

Tráiler

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            El amor es superior al destino; es una fuerza redentora frente a cualquier tragedia o cataclismo. En Las tres luces, Fritz Lang plasmaba la odisea de una mujer por salvar a su amado de la guadaña de la Parca, que le concedía insólitamente tres oportunidades de librarle del fatal destino que pesa inexorablemente sobre la existencia humana. Emociones que son más grandes que la propia vida, que se encuentran en sintonía con el universo mismo.

Algo de ello hay en Your Name, que parece arrancar bajo la premisa cómico-romántica del intercambio de cuerpos -aquí una muchacha que reside en un aislado pueblecito y un joven natural de Tokio- para, paulatinamente, adentrarse en cuestiones místicas, adscritas a una cosmovisión sintoista, que empujan al argumento hacia un territorio en el que el destino de estos dos adolescentes se entrelaza a través del tiempo y el espacio en una trama de salvación que es, al mismo tiempo, sentimental y literal -la caída de un meteorito-.

            A pesar de tamaña complejidad -o de tamaño popurrí temático- el cóctel logra funcionar durante buena parte del metraje, con una evolución en la que no se aprecia impostura dentro de la notable ambición filosófica y poética que subyace en el texto. Deja gotas de humor que se incorporan con eficiencia al desarrollo, sin que entren en contradicción con el afloramiento de las lecturas espirituales y trascendentes de la historia, o con la dimensión onírica, fantástica e incluso astral en la que se mueve la película, a la vez tan apegada al paisaje natural y urbano del país -con su belleza particular, con sus paradojas, con su nostalgia y sus cambios presentes- como a elementos intangibles y misteriosos -el crepúsculo como seno de todos ellos-. Y, asimismo, aunque con menor fortuna, hace concesiones populares por medio de una estridente banda sonora de notas pop, esta sí bastante chirriante.

Son puertas que se cierran y que se abren, lazos trenzados que se extienden por aquí y por allá, uniendo o distanciando el relato vital de los seres humanos.

            Pero es en el desenlace, cuando las vidas paralelas de los personajes comienzan a confluir, cuando Your Name pone el filme a unas revoluciones tan excesivas, exige tanta atención para los giros espaciotemporales y recurre a tantas repeticiones verbales y visuales para clarificar el discurso, que la parte emocional de la función, que debería explosionar en este clímax trepidante, termina resintiéndose, ahogada en la agitación.

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Nota IMDB: 8,6.

Nota FilmAffinity: 7,8.

Nota del blog: 6.

Interstellar

20 Nov

“Uno de los problemas universales de los directores es que después de una gran película intentan superarlo y normalmente se caen de bruces. Yo sigo esta regla: cuando consigues un éxito haz después una película barata, relájate tres o cuatro semanas mientras preparas otra historia. Normalmente, en mi opinión, las películas pequeñas son siempre las mejores.”

John Ford

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Interstellar

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Interstellar.

Año: 2014.

Director: Christopher Nolan.

Reparto: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Mackenzie Foy, Jessica Chastain, Matt Damon, David Giasy, Wes Bentley, Casey Affleck, Thopher Grace, John Lithgow, Michael Caine, Ellen Burstyn.

Tráiler

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            Uno de los principales argumentos que suelen esgrimir los detractores de Christopher Nolan para desacreditar su éxito es la acusación de que sus obras son demasiado mecánicas, estudiadas, frías. De que, detrás de ellas, se ve el cerebro que las compone. Personalmente, a pesar de que por lo general disfruto mucho con el cine de Nolan, me parece que es una imputación acertada. Pero no me importa en absoluto que al mecano de Memento, El caballero oscuro y Origen, tres impresionantes ejemplos de cine lúdico, se le intuyan las piezas y las junturas que las mueven, porque están bien engrasadas, no chirrían y poseen un extraordinario vigor y agilidad. Como juego, indiferentemente de su tamaño, en este caso en progresivo y amenazador crecimiento –tanto que en Origen el realizador británico ya consideraba necesario leer al espectador un manual de instrucciones para seguir el desarrollo de la propuesta-, estas tres muestras apabullan con su capacidad de diversión. Le clavan a uno en la butaca como pocas películas lo consiguen.

            Interstellar es otra cosa. Nolan, quizás demasiado consciente de reivindicarse como cineasta ‘serio’, ‘trascendente’ y por tanto importante, trata de ir un paso más allá de lo propuesto en Origen con el objetivo de avanzar en su despegue del blockbuster de entretenimiento –mucho más elaborado que la media, pero de consumo preeminentemente popular al fin y al cabo-, lo que, aquí, significará adentrarse en las profundidades del universo y del ser humano. En el salto, sus defectos como creador se acentúan; las costuras de sus filmes se ensanchan. Ambientada en un planeta exhausto que se extingue a la par que las formas de vida que alberga, el meollo de Interstellar reside en dirimir la esencia del hombre: materia que envuelve una mente racional y, no menos relevante, una marejada de percepciones extrasensoriales, instintos premonitorios, creencias metafísicas y ligazones emocionales que, en parte y por ahora, escapan a los porqués de la biología y sin embargo constituyen el fundamento de la existencia. O, al menos, aquello por lo que merece la pena vivir.

Un tema íntimo e introspectivo difícil de abordar desde una producción de semejantes proporciones presupuestarias, de escenario y de metraje, porque, en un resumen un poco precipitado -y dejando de lado el concepto aquí quasiliteral de odisea homérica-, Interestelar acaba recordando más a Señales que a la excesivamente citada 2001: Una odisea del espacio. Para fijarse y enmarcar el detalle que particulariza al homo sapiens, para fotografiar la sutileza sentimental intrínseca a su ser, Nolan construye un ostentoso telescopio de kilómetros de diámetro, instalado en un circo de cinco pistas y con un grandioso orfeón animando una galería de imágenes concebidas para empotrar a la platea en sus respaldos a golpe de impacto visual. Un coloso abotargado, inmodesto, demasiado ampuloso y forzadamente solemne, en definitiva.

A causa del enrevesamiento físico de la trama –que implica viajes espaciales a través de agujeros negros y la exploración de hasta ¡cinco! dimensiones que permiten incluir artimañas de guion más que dudosas- y, lo que es peor, para guiar al público en el desarrollo dramático del filme, Nolan reincide y abunda sin mesura en el abuso explicativo y verbalizador. El cineasta británico quiere dejar tan claro su alegato –monólogos a corazón abierto como el de Anne Hathaway como paradigma-, que el conjunto, en vez de acentuar ese pretendido poder conmovedor de la película, provoca que ésta aparezca todavía más mecanizada, fría e incluso predecible en su rebuscamiento final.

            No obstante, esta eterna persecución del equilibrio entre raciocinio y sentimiento como definición y tabla de salvación de la especie –los contrastes en la comprensión y las reacciones ante su entorno de Cooper, Brand y Mann, distintos “modelo ejemplares” de la humanidad-, permite extraer de Interstellar subtramas y debates más afortunados. En especial, el que proporciona esa visión profética de un mundo enfermo y exangüe retratado con resabios de Las uvas de la ira -en el temible dust bowl y los ecos de la Gran Depresión funcionan como claros  antecedentes de la tragedia económica contemporánea- y que ultima sus días bajo el desacuerdo entre el inmovilismo de las políticas terrestres y la audacia de la fe en el progreso científico –la dicotomía entre el hombre precavido y el hombre temerario, ambos potencialmente peligrosos en su extremo-. Desde esta perspectiva emanaría una discusión pertinente –aunque luego difuminada- en estos mismos días en los que se apela al gasto de investigaciones extraterrestres clamando por unas injusticias mundiales en que son independientes de éste y otras inversiones –siempre cabe citar el discurso del comprometido Sam Seaborn en El ala Oeste de la Casa Blanca en defensa la exploración espacial-. O, si se acude a un territorio más cercano, en estos días de recortes en I+D+i en aras de no se sabe bien qué difusas cuestiones nacionales.

 

Nota IMDB: 9.

Nota FilmAffinity: 8.

Nota del blog: 6.

Viaje a la prehistoria

29 Ago

“Cuando fui un museo, en uno de los espectáculos había un niño que no podía tener más de seis años. Sus pies ni llegaban al suelo. Cada vez que aparecía un dinosaurio, gritaba «¡Tyrannosaurus!» «¡Stegosaurus!». Estuvo así durante una hora entera, y pensé «¿qué tendrán los dinosaurios para resultar tan fascinantes?»”

Michael Crichton

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Viaje a la prehistoria

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Viaje a la Prehistoria.

Año: 1955.

Director: Karel Zeman, Fred Ladd.

Reparto: Vladimír Bejval, Petr Herrman, Zdenek Hustak, Josef Lukás.

Tráiler

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            De tan elemental, la concepción de Viaje a la Prehistoria captura la esencia y el aroma de una de las mayores ilusiones que puede albergar la mente de un niño con un mínimo de imaginación y curiosidad: un regreso al pasado hasta reencontrarse con esos monstruos terribles y eternamente fascinantes que son los dinosaurios y demás criaturas antediluvianas.

            Con su espíritu didáctico y respetuoso siempre en equilibrio respecto a las tradicionales ansias de espectacularidad y magia que caracterizarían a las producciones americanas, Viaje a la Prehistoria -creación de la imaginativa industria checa y de su más ilustre representante, Karel Zeman, aquí debutante en el largometraje-, remonta el río de la Historia desde la mirada de cuatro intrépidos y simpáticos muchachos que, a golpe de envidiable fantasía y riguroso entusiasmo, deciden emular las visionarias novelas de Julio Verne –sobre las que ‘el Méliès checo’ haría gravitar su filmografía- y embarcarse en una expedición científica hacia el mismo centro de sus sueños y deseos infantiles.

            Desde el Pleistoceno, dominio de los mamuts y los rinocerontes lanudos, hasta las profundidades del Cámbrico, patrimonio de los abundantes trilobites, la expedición contempla las inagotables maravillas de la naturaleza, reproducidas por medio de animaciones, marionetas y un stop motion por control electrónico que visto hoy resulta un tanto más rígido del que disfrutaba el Hollywood del maestro Ray Harryhausen.

            No hay apenas trama que distraiga del objetivo de este safari romántico y admirado. Viaje a la Prehistoria se desarrolla con una extrema sencillez que, al contrario de lo que pudiera parecer, favorece la saludable regresión mental del espectador, alistado como un tripulante más en la barquita de estos entrañables exploradores.

 

Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 7.

Prince of Persia: Las arenas del tiempo

3 Ago

“En este negocio, la gente se olvida de que hacer cine es un arte.”

Tim Burton

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Prince of Persia:

Las arenas del tiempo

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Prince of Persia. Las arenas del tiempo.

Año: 2010.

Director: Mike Newell.

Reparto: Jake Gyllenhaal, Gemma Arterton, Ben Kingsley, Alfred Molina, Richard Coyle, Toby Kebbell, Ronald Pickup, Gísli Örn Garðarsson.

Tráiler

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            Después del PC Fútbol, y en justa liza con el Arkanoid, el Tetris y el Commander Keen: Marooned on Mars, Prince of Persia, versión original de 1990 para MS-DOS, es el juego de ordenador en el que más horas de vida y temple de nervios he invertido. Para tratarse de cuatro píxeles de ocho colores, Prince of Persia ofrecía los movimientos, la acción y el grado de dificultad esencial para constituir una aventura adictiva que, además, en un rasgo de distinción particularmente apreciado –no por mi primo, que solía tener pesadillas con ello-, cultivaba unas ideas muy retorcidas e impactantes sobre el daño físico y la muerte violenta, en las que la fluida rotoscopia y la roja sangre se aliaba en perfecta armonía con la estridente gama de sonidos del Olivetti 286 o similares.

Esta razón sentimental –y legítima, considero-, es por la cual uno se muestra especialmente intransigente hacia lo que este pasatiempo pueda inspirar a otra colosal plataforma de ocio como es el cine, que siempre ha tenido una relación bastarda y tirando a deplorable con el videojuego. Que Prince of Persia: Las arenas del tiempo en realidad tome como modelo a una versión posterior de ese pequeño fetiche, poco importa para el caso.

            Prince of Persia es el típico producto de cuarta categoría con generoso presupuesto de ‘blockbuster’ veraniego –quizás no tanto, a vista de los resultados y de detalles como que algunos extras desaparezcan y reaparezcan en una misma escena-, y en el que el holgado capital se destina a la compra de la franquicia, a la campaña publicitaria, a la composición de un CGI que da espanto verlo y a la contratación de una estrella con gancho (Jake Gyllenhaal, con esa cara de buen chaval poco apropiada para un héroe épico) y de secundarios de peso y prestigio (Ben Kingsley, siempre en piloto automático, cosa que incluso el que suscribe, que no es en absoluto fan del británico, agradece).

La aventura: para otra ocasión, cuando haya guion.

            El libreto trata de armar una trama infantiloide a partir de personajes anémicos, un puñado de clichés literarios y cinematográficos –la conspiración palaciega, la muerte a traición del noble rey, el príncipe injustamente desterrado, la reivindicación del marginal-, y una abundante ración de dejes populacheros fatal entendidos –fantasmadas y chascarrillos de toda la vida, vamos-.

Pero todo ello se encuentra enhebrado de manera atropellada e incoherente –y con algún que otro saqueo notorio de otras obras del séptimo y el octavo arte-, en lo que supone una demostración de nulo rigor narrativo y desinterés de artesano a sueldo por parte del frecuentemente anodino Mike Newell, quien tampoco logra imprimir tensión y furia a las secuencias de acción –las cuales, cabe reconocer, en este tipo de producciones acostumbran ser responsabilidad de la segunda unidad de dirección-. No obstante, poco podía esperarse si la torpe puesta en escena, estruendosa y hortera, ya sumaba confusión a las escenas más estáticas y dramáticas, estas sí, por lo general, a cargo del realizador que encabeza el proyecto.

            Aparte de la ligera vis cómica que aporta un anacrónico apóstol de las pymes, tan solo alegra la función, como no podía ser de otra forma, la presencia refulgente y adictiva de Gemma Arterton.

 

Nota IMDB: 6,6.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 4.

Woochi, cazador de demonios

9 May

«El tiempo que pasa uno riendo es tiempo que pasa con los dioses.»

Proverbio japonés

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Woochi, cazador de demonios

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Woochi, cazador de demonios.

Año: 2009.

Director: Dong-hoon Choi.

Reparto: Dong-won Kang, Hae-yin Yoo, Yun-seok Kim, Su-jeong Lim, Jin-mo Jun, Sang-ho Kim, Young-chang Song, Yun-shik Baek.

Tráiler

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            Conocido por su particularísima y adictiva reinvención del noir y el thriller, el cine coreano también importa de manera más esporádica ciertas obras excéntricas en las que pueden apreciarse asimismo la posesión de unos cánones propios y exóticos.

            Woochi, cazador de demonios mezcla en su coctelera el relato folclórico local, el estilizado cine histórico de artes marciales, el thriller sobrenatural y el humor fundamentado en la hechicería como La bruja novata y el anacronismo como Los visitantes. Woochi, el protagonista del filme, un mago gamberro, fanfarrón y justiciero que persigue demonios en compañía de su perro con cuerpo humano, contagia su espíritu burlón e iconoclasta a una película que es todo desenfado y desprecio por limitaciones temporales, temáticas o estéticas.

            Con su argumento ambientado a caballo entre el siglo XVI -periodo de la dinastía Joseon– y la actualidad, Woochi, cazador de demonios propone una película de vocación netamente popular en la que convive la acción de ribetes mágicos con la predominancia de un humor blanco y simpaticón, basado principalmente en la confrontación entre solemnidad y absurdo, tradición y modernidad. No obstante el guion, entre el despiporre de gags y efectos especiales, deja también abierta una pequeña puerta a la aparición de puntuales destellos de crítica social.

La combinación funciona con eficacia aunque con cierta irregularidad, ya que la diversión se alterna con una ocasional sensación de cansancio. Una apreciación que transcurre paralela a unos personajes interpretados por un reparto con fuerza y que, en definitiva, consiguen resultar carismáticos y entrañables, si bien, al mismo tiempo, tienden a veces a quedarse a un solo paso de empachar con su extravagancia.

            En ambos casos, parte de la culpa cabe achacarla a un metraje excesivo para una producción de estas características. Un rasgo, no obstante, patrimonio también de un tipo de cine no facturado específicamente para consumo occidental, dueño de sus propias reglas de ritmo y duración.

 

Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 5,6.

Nota del blog: 6,5.

12 monos

21 Jun

“No se puede rehacer el pasado, aunque desde luego tampoco conviene repetirlo.”

Bruce Willis

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12 monos

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12 monos

Año: 1995.

Director: Terry Gilliam.

Reparto: Bruce Willis, Madeleine Stowe, Brad Pitt, Christopher Plummer, David Morse.

Tráiler

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            En 1962, Chris Marker, uno de los más importantes investigadores del poder de la imagen y el lenguaje visual, estrenaba La Jetée, fotonovela de ciencia ficción narrada por medio de un hipnótico puzle de fotografías fijas y voz en off. Un subyugante mediometraje en el que, partiendo de un París postapocalíptico, un individuo encadenaba su infancia pasada a su propia muerte futura dentro del trazo circular de su mismo destino.

Tres décadas después, Terry Gilliam, cineasta eternamente fascinado por universos paralelos, fantasías apocalípticas y la delgada línea que separa la realidad física y objetiva de la realidad mental y subjetiva, escogía La Jetée como núcleo sobre el que experimentar con una nueva forma de distopía destructiva, con las paradojas del viaje en el tiempo y con el inabarcable enigma que encierra todo hombre dentro de sí mismo.

           Así, en 12 Monos, el exintegrante de los Monty Python sustituye la Tercera Guerra Mundial de aquella por un atentado de terrorismo biológico -supuestamente perpetrado por el misterioso Ejército de los Doce Monos que bautiza a la cinta-, como desencadenante del fin de la hegemonía humana sobre la faz de la tierra, recluida por su causa en un tétrico y totalitario enjambre subterráneo.

Un instante pasado que reconstruir y descifrar desde la mente de un hombre (Bruce Willis, menos cínico y más seco que en su papel entonces típico, orgullosamente calvo en pantalla por primera vez) atormentado por una imagen de su infancia: un opaco asesinato ocurrido en los momentos previos al desastre.

           Gilliam abunda en su característico barroquismo en la puesta en escena para expresar la agobiante pesadilla en la que se enmarca el relato –recurso evidente en su anterior ensayo de futuro apocalíptico, la orwelliana y kafkiana Brazil-. Estética manierista que se refuerza con planos retorcidos y forzadas angulaciones de cámara para representar la percepción entre confusa y alucinada de su protagonista. Un tono lóbrego y desquiciado que no excluye la eventual aparición de detalles humorísticos de irónica autoconsciencia, también tradicionales en el estilo del director norteamericano.

Más infrecuente resulta que Gilliam, por lo general incapaz de controlar adecuadamente el tempo de sus películas, consiga mantener un ritmo uniforme y absorbente a lo largo de todo el metraje. Quizás aquí se encuentre el hecho inusual de que no se trate de un argumento original suyo y que la escritura del libreto corra a cargo de Janet y David Webb Peoples, firmante este último de guiones tan apabullantes como Blade Runner y Sin perdón.

            De este modo, 12 monos, denostada y defendida a partes iguales por la crítica en su estreno, se convierte en un atractivo filme postapocalíptico sobre la agonía que provoca el destino irrompible, dotado de una atmósfera bien construida y refrendado por el notable desempeño de sus intérpretes principales, incluida la divertida sobreactuación de Brad Pitt.

 

Nota IMDB: 8,1.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 8.

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