Tag Archives: Vampiro

Los viajeros de la noche

18 Feb

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Año: 1987.

Directora: Kathryn Bigelow.

Reparto: Adrian Pasdar, Jenny Wright, Lance Henriksen, Bill Paxton, Jenette Goldstein, Joshua John Miller, Tim Thomerson, Marcie Leeds.

Tráiler

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           Los viajeros de la noche es una película de mitologías mestizas, en la que la mística del vampiro, tanto en su vertiente violenta como en la romántica, se cruza con la del western estadounidense de los fueras de la ley, los rebeldes, los renegados y los forajidos que viven al margen de una sociedad cuyos códigos y convenciones no les atañen. Es decir, un microuniverso híbrido en el que una década después abundarán otras cintas, también de cierto culto cinéfago, como Abierto hasta el amanecer y Vampiros de John Carpenter.

           Dentro de esta reinvención, que acertadamente no se detiene a repasar todos los archiconocidos preceptos del canon vampírico -de hecho ni se cita el término-, el segundo largometraje de Kathryn Bigelow -quien rinde un pequeño tributo al Aliens: El regreso de su entonces pareja, James Cameron, de la que hereda buena parte del reparto- parece encontrar asimismo raigambre en el tema de los amantes a la fuga, con lo que dota de cierta poética melancólica a esa atmósfera nocturna y espectral que lo envuelve todo, a ese idilio amenazado de muerte -por el sol que pone fin a los sueños, por el precio de la noche, por la violencia de los compañeros, por la imposible conciliación de dos mundos-. En esta línea, juega con el componente sexual de la unión entre los dos enamorados. Primero, con esos equívocos iniciales, donde el comportamiento vampírico puede ser el de cualquiera de los dos, embelesados por el roce, por la tentación del cuello. Luego, con uno bebiendo del otro sensualmente, acercándose a la lujuria, mientras se escucha el pulso que se acelera.

Siguiendo en parte esta línea, Los viajeros de la noche puede leerse igualmente como una fábula moral en la que un joven arrogante e imprudente -un joven, en definitiva- se adentra en una crucial experiencia en la que coquetea con la perdición -los efectos de la conversión se reflejan como si se tratase de un síndrome de abstinencia, como de hecho llegan a sospechar algunos personajes-.

           En cualquier caso, el guion de Los viajeros de la noche no tiene mucho vuelo más allá de la iniciación del protagonista en esta nueva realidad y los dilemas que se le plantean. Y, cuando le conviene, fuerza a su antojo la lógica del relato en general y de la escena en particular. Por ello, la película va perdiendo poco a poco el colmillo hasta rematar en un desenlace cogido entre alfileres.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 4,5.

Drácula, la leyenda jamás contada

17 Feb

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Año: 2014.

Director: Gary Shore.

Reparto: Luke Evans, Sarah Gadon, Dominic Cooper, Art Parkinson, Charles Dance, Diarmaid Murtagh, Paul Kaye, William Houston.

Tráiler

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           La protagoniza Drácula, pero la película tiene el espíritu de la criatura de Frankenstein, cosido de mil pedazos. Pese a los generosos fondos de la producción, Drácula, la leyenda jamás contada es pura serie B, extraída de un cóctel de fórmulas y con el CGI de saldo como sustituto del maquillaje grotesco, el cartón piedra y las telarañas de pega del cine de terror de bajo presupuesto del Hollywood clásico.

           Su relato afirma asentarse sobre la figura histórica del príncipe Vlad de Valaquia -es un decir, como el Hércules improcedentemente pseudorealista que protagonizase The Rock– para luego mezclar en sus fotogramas los tratamientos digitales y la estructura maniquea Occidente/Oriente y libertad/tiranía del tecnopeplum 300 -además del protagonista caucásico, guapo y cachas contra el extranjero de estética dudosa-, el héroe atormentado del Batman nolaniano -aunque por el contrario Vlad no es el héroe que Transilvania merece, pero sí el que necesita- y, en definitiva, la tópica investigación psicológica acerca de la naturaleza trágica del monstruo tan del gusto de las precuelas contemporáneas. Incluso, con cierta desfachatez, acude puntualmente a los ecos románticos de la revisión de Francis Ford Coppola.

           De este modo, Vlad el Empalador (Luke Evans, al menos un actor con presencia), aparece convertido en amoroso esposo, padre dedicado y monarca juicioso, y por lo tanto se le presenta en el filme como una suerte de Príncipe Valiente que no duda en sacrificarse personalmente, hasta las últimas consecuencias, por su sufrientes pueblo y familia, todo uno.

Errática en el drama y confusa en la batalla, Drácula, la leyenda jamás contada fracasa en los dos frentes abiertos -el psicológico y el de la épica espectacular- a través de un guion desorientado y con abundantes lagunas que, a la par, se plasma en pantalla por medio de una realización carente de talento firmada por el irlandés Gary Shore, debutante en el largometraje y que apenas logra dotar de ritmo a la narración, en buena medida gracias a la ligereza del argumento. La imagen, pues, es tan inane como el material de base.

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Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 4,9.

Nota del blog: 4.

Drácula de Bram Stoker

6 Feb

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Año: 1992.

Director: Francis Ford Coppola.

Reparto: Gary Oldman, Winona Ryder, Anthony Hopkins, Keanu Reeves, Sadie Frost, Richard E. Grant, Cary ElwesBilly Campbell, Tom Waits.

Tráiler

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          Hay cierta tendencia en el cine contemporáneo a explorar o a inventar los orígenes de los mitos, a encontrar o diseñar coartadas psicológicas a personajes que hasta entonces representaban conceptos puramente abstractos -un ejemplo apropiado: la reciente Drácula, la leyenda jamás contada. Con frecuencia el objetivo es estrictamente comercial, ya que proporciona una excusa propicia para extender otro capítulo una saga rentable previamente establecida. Lo que, en conclusión, se conoce bajo el término de precuela. En otras ocasiones, el experimento nace desde un interés que parece estar más legitimado artísticamente, destinado a refundar la esencia de este mito o a otorgarle una nueva dimensión a partir de un renovado punto de vista que derribe moldes preexistentes.

          Drácula de Bram Stoker pertenece a este segundo grupo -si bien tras admitir la ambición de Francis Ford Coppola de revitalizar económicamente sus maltrechos estudios Zoetrope con un eventual éxito de taquilla-. Proclamada como un presunto retorno a las fuentes literarias, el filme supone la reconversión del cuento de terror en leyenda romántica -una vertiente que cuenta con el precedente del guion de Richard Matheson para la versión televisiva de 1973 y que estará abundantemente explotada veinticinco años después, como sabrán los conocedores de la popular saga Crepúsculo-. Pero es, especialmente, un apasionado canto al cine de los años veinte y treinta. Porque Coppola podría haber plasmado la narración con una absoluta ausencia de diálogos, hecho paradójico cuando se referencia a la letra escrita incluso en el título de la obra, que rinde pleitesía al autor de la novela primigenia. Las imágenes arden en potencia expresiva, fruto de un atinado y característico arrebato de megalomanía del cineasta italoamericano, quien, desde la libertad esteticista sobre el texto de referencia que se arrogaba trabajando prácticamente por encargo, desborda los fotogramas para insuflarle aliento a la búsqueda del conde, muerto en vida por amor, a través de océanos de tiempo.

          La naturaleza pagana y barbárica del vampiro provoca que lo dionisíaco se imponga sobre lo apolíneo. La atemporalidad que define su existencia en pena se funde en el lenguaje visual de la película, donde el sello de Coppola se amalgama de forma monumental con ecos pasados absorbidos del inevitable expresionismo de F.W. Murnau -hasta el grado de que la sombra, elemento primordial de la corriente, alcanza la categoría de personaje-, del traum-film de Carl Theodor Dreyer, de las siluetas de cartón y plomo de Lotte Reiniger, de la imaginería fantástica de las producciones de Alexander Korda, de la poética cinematográfica de Jean Cocteau, de los antagonismos cromáticos de Alfred Hitchcock, de los sanguinolentos ocasos de Akira Kurosawa, de la pericia creativa de la serie B de Hollywood incluso. No son caprichosas alusiones de cinéfilo. sino herencias perfectamente escogidas, asumidas e integradas en una producción que goza de unos trucajes actuales –el maquillaje premiado con un Óscar– en perfecta armonía con recursos artesanos y tradicionales -el uso de maquetas y decorados, las superposiciones de imágenes, los encadenados nostálgicos, la imitación del cine naciente y su homenaje literal en pantalla-. Coppola es siempre dueño de la criatura, aunque la permita solazarse con juguetes prestados. Curiosamente, componentes que se salen de esta raigambre silente, como el sonido, son los que peor funcionan y más envejecidos resultan.

          Situado a mil revoluciones desde el arranque del metraje, permanentemente al borde del éxtasis, el delirio, la hipnosis y la extenuación -al igual que la interpretación protagonista de Gary Oldman, opuesta en cambio a la inexpresividad de Keanu Reeves-, el Drácula de Coppola surca los géneros y las categorías: la épica histórica, el terror gótico, el drama religioso, la ensoñación erótica, el melodrama romántico… Filtrándose entre ellos, el argumento se torna campo de batalla entre el pecaminoso sexo animal y el sublimado amor humano; la brutalidad y la delicadeza, el heroismo y la villanía, la condenación y la salvación -no hay arriba o abajo en el castillo del conde, es imposible decir si Elisabeta se arroja al vacío o sube a los cielos-; el dogma terrenal y castrante y el sentido metafísico de la existencia; el destino tiránico y el libre albedrío. Extremos que colisionan en el misterio de la sangre, símbolo de vida y de muerte, expresión ritual del sacramento de la eucaristía y de la mordedura vampírica: dos liturgias -cristiana y pagana- con las que se conmemora la comunión entre los cuerpos y las almas.

          No llega a ser la experiencia turbadora y catárquica de Apocalypse Now, cota prácticamente inalcanzable del séptimo arte, aunque sin duda significa una de las apropiaciones más fascinantes de un clásico del arte universal.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 7,6.

Nota del blog: 8,5.

Solo los amantes sobreviven

27 Dic

«La cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo la vida.»

André Malraux

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Solo los amantes sobreviven

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Solo los amantes sobreviven.

Año: 2013.

Director: Jim Jarmusch.

Reparto: Tom Hiddleston, Tilda Swinton, Mia Wasikowska, John Hurt, Anton Yelchin, Jeffrey Wright, Slimane Dazi.

Tráiler

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            No cuesta esfuerzo imaginar a Jim Jarmusch emparentado con los vampiros de Solo los amantes sobreviven. Jarmusch, autor dueño de un universo particular y por tanto condenado a la marginalidad, acostumbra a volcar en sus obras, siempre personalísimas, su abundantes filias artísticas y culturales, por lo general tan ancladas en las cunetas de lo convencional como él mismo: literatos malditos franceses y británicos como Baudelaire o Blake, la pintura de Edward Hopper y otros creadores en la escéptica periferia del arte norteamericano como Raymond Carver y Emily Dickinson, músicos underground como John Lurie, Tom Waits, Iggy Pop o Neil Young, la cinematografía de autor europea de Jean-Luc Godard, Robert Bresson, Jean Eustache, Win Wenders o los hermanos Kaurismaki, los experimentadores y francotiradores americanos como John Cassavettes, Sam Fuller o Nicholas Ray,…

Cosmos creativos siempre amenazados por la agonía y la incomprensión que caracteriza sin remedio al desheredado.

            Adam (Tom Hiddleston) y Eve (Tilda Swinton) son una pareja de vampiros inmortales atropellados por el inmisericorde paso del tiempo. Al modo como los ángeles extenuados de El cielo sobre Berlín, Adam y Eve son los cansados cronistas y los garantes de los logros artísticos de una humanidad que, ciertamente, merece su deriva hacia la extinción. Es decir, los verdaderos humanos, racionales y refinados, frente a los ‘zombis’ inconscientes, depredadores insaciables de estímulos inmediatos e insatisfactorios, alienados hasta convertirse en poco más que bestias irracionales en busca de consumir su banal dosis de sangre alegórica.

Pero, atrapados entre dos naturalezas antagónicas a las que no pertenecen, Adam y Eve son también criaturas provenientes de otra era más noble y romántica, como muestra su contraste con la estridente y caóticamente hedonista Ava (Mia Wasikowska), quien apuesta por el retorno caprichoso a las esencias irreflexivas y monstruosas de su especie.

            Solo los amantes sobreviven es una película crepuscular, narrada en un permanente e hipnótico tono de melancolía elegíaca e imbuida de la densidad de un sueño lisérgico, abundante, a veces hasta el exceso, de apasionadas citas cultas, públicas y privadas. Adam y Eve recorren sus últimos reductos de bohemia en el mundo, sus últimos placeres de hemoglobina sin contaminar y de sublimes artes nacidas de la imaginación pura, envueltos en un delicado lirismo terminal, lánguido y seductor como su propia estética de estrellas de rock, como el desierto humano y material de la otrora espléndidamente capitalista Detroit, como las callejuelas inmutables y hechizadas en hachís de Tánger. Como el aroma que emanan las páginas de un clásico, como el evocador tañido de una Gibson de 1905, como el trazo tempestuoso de un retablo magistral, como la emanación embriagadora que desprende una idea genial y revolucionaria.

            Jarmusch se adentra con tristeza en la decadencia moral y cultural del hombre, sintetizada por esta pareja de vampiros que ejercen de memoria de las grandes y pequeñas conquistas del ser humano. Un proceso cíclico ya experimentado, estima la más vitalista Eve. Una muerte anunciada e irreparable, sanciona el decepcionado y depresivo Adam. Inserta en el eterno errar de sus personajes, Solo los amantes sobreviven se desliza doliente y derrotada por los callejones vacíos de la nostalgia, abrazado al sic transit gloria mundi contra el que ya no parece quedar fuerza para rebelarse.

 

Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 8.

Vampyr, la bruja vampiro

16 Oct

Vampyr, la bruja vampiro es la única película que merece la pena ver… dos veces.”

Alfred Hitchcock

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Vampyr, la bruja vampiro

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Vampyr, la bruja vampiro.

Año: 1932.

Director: Carl Theodor Dreyer.

Reparto: Julian West, Maurice Schutz, Rena Madel, Sybille Schmitz, Jan Hieronimko, Henriette Gérard, Albert Bras.

Filme 

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             Aunque es el primer filme sonoro de Carl Theodor Dreyer, Vampyr, la bruja vampiro conserva en su interior la esencia del silente. No solo por el empleo de intertítulos que explican y dan continuidad a la narración –tanto clásicos como extraídos de la lectura de un libro sobre vampirología-, sino porque el espíritu de la película reside en su puesta en escena y ambientación, destilada del escenario y su imaginería, de los rostros, de las figuras grotescas, macabras y admonitorias, de la batalla entre la luz y la sombra. También influye que el rodaje se proyectara en alemán, francés e inglés, lo que hacía aconsejable reducir al máximo posible los diálogos. El registro sonoro aporta ruidos desasosegantes y conversaciones como amortiguadas por la duermevela, pero poco más.

             En este sentido, la cinta de terror de Dreyer, un auténtico ‘traum-film’, recuerda a los relatos de terror de Edgar Allan Poe o H.P. Lovecraft: narraciones que son por completo atmósfera, donde el miedo se impregna en el lector desde la hipnosis inducida por la minuciosa descripción de un ambiente enajenado. De hecho, aquí el punto de vista, en el papel de un héroe de lo más atípico, reducido a simple espectador, pertenece a Allan Gray, un investigador del satanismo y las ciencias ocultas al que su celo profesional, cual Don Quijote, ha sorbido los sesos hasta el punto de hacerlo incapaz de distinguir realidad, ficción, fantasía y sueño.

             Así, Vampyr, de la mano del talento visual del cineasta danés, se acerca más al retorcido expresionismo alemán y en especial al surrealismo que al cine de terror estadounidense de la coetánea Drácula de Tod Browning, a pesar de que compartan ciertas influencias e incluso técnicas de rodaje. La sombra, en efecto, se adueña del filme para trasladar angustia, inquietud y delirio; ya sea mediante trucajes visuales que introducen un factor alucinado e irracional, sea por su eterno y enconado combate con la luminosidad, reproducción la lucha de Gray por salvar el alma de una doncella, víctima del pérfido vampiro.

             El montaje, reconstruido a partir de fragmentos supervivientes, se encuentra lastrado por las pérdidas, lo que en ocasiones convierte el libreto, inspirado en varios cuentos de fantasmas del escritor dublinés Joseph Sheridan Le Fanu, en un cúmulo un tanto farragoso de fragmentos adheridos, de continuidad atropellada y de escasa profundidad, con subtramas como el romance entre Gray y Gertrud totalmente inconexas. Flaco favor le hace también a Vampyr -sobre todo habida cuenta la fascinación de Dreyer por el rostro humano-, el protagonismo de Julian West, sobrenombre de Nicolás de Gunzburg, aristócrata que financiaría el proyecto a cambio del papel principal.

             El abrumador fracaso comercial de la cinta obligaría a Dreyer a retornar a su oficio periodístico y reducir su creatividad cinematográfica a prácticamente un filme por década.

 

Nota IMDB: 7,7.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 7.

Vampiros de John Carpenter

14 Feb

“Los directores son tan susceptibles al encasillamiento como los actores.”

John Landis

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Vampiros de John Carpenter

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Vampiros de John Carpenter.

Año: 1998.

Director: John Carpenter.

Reparto: James Woods, Daniel Baldwin, Sheryl Lee, Tim Guinee, Thomas Ian Griffith, Maximilian Schell.

Filme

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          John Carpenter, director y cinéfilo, tuvo el privilegio de convertir algunas de sus producciones en su particular patio de juegos, donde todo tiene cabida. Como su propio título indica, Vampiros de John Carpenter es una cinta del subgénero vampírico que, además, habla con lenguaje de western –del cual había impregnado antes su hawksiana Asalto a la comisaría del distrito 13 y la saga del antihéroe Serpiente Plissken, así como la venidera Fantasmas de Martey que, como no podía ser de otra manera, bebe del espíritu anárquico y desordenado de la serie B.

Un escenario y una mezcolanza similar, cabe decir, a la propuesta por Robert Rodríguez -uno de los representantes más festivos y menos reconocidos del posmodernismo cinematográfico- en Abierto hasta el amanecer, emblema de una época en la que esta variante del cine de terror buscaba nuevos y refrescantes ingredientes para una fórmula sobada hasta la saciedad –la technoacción de Blade se estrenaría en el mismo año que la presente y la serie de televisión Buffy, cazavampiros andaba ya en marcha por aquel entonces-.

          En Vampiros de John Carpenter, un grupo de cazarrecompensas a sueldo de la Iglesia católica, de metodología primitiva y absoluta impunidad legal, recorre los polvorientos parajes del fronterizo sudoeste norteamericano dando muerte a un grupo de pertinaces forajidos -chupasangres por supuesto-. El duelo épico se establecerá en este caso entre un agrio renegado con el rostro picado y desdeñoso de James Woods, erigido en última esperanza de la humanidad, y el vampiro original, el malhechor más grande de todos los tiempos, responsable de una posible subversión a escala global en la que los hijos de Satanás caminaran libres por las calles, a plena luz del sol exorcismo inverso mediante.

          Sin presencia acreditada en el guion de un Carpenter cada vez más reivindicado por crítica y público –un poco a la ligera en determinadas ocasiones-, a este encargo llevado a su propio terreno le cuesta trabajo sostenerse en pie.

El problema se encuentra tanto en la endeblez de su tramas principales –el argumento en general, sus desdibujados personajes, esa repentina historia de amor, el dudosamente justificado papel del cura empotrado en la misión-, como en esos pequeños detalles de la narración que, fuera de la cierta estabilidad argumental que ofrece la aparición de las convenciones del género y los tópicos tradicionales y conocidos, deberían al menos tratar de ceñirse o satisfacer una serie de reglas que hicieran verosímil y lógico ese mundo alternativo y fantástico –juraría que la transformación en vampiro funciona al albur del momento o que el villano atraviesa unos cuantos rayos de luz sin inmutarse, aparte de los errores formales en el filmado de los planos supuestamente subjetivos-.

Pero supongo que analizar aquí estrictamente la coherencia sería una incoherencia en sí misma. Más aún si a ello se añade la excusa del importante hachazo aplicado al presupuesto del proyecto justo antes de su rodaje, hecho que obligaría a reescribir apresuradamente parte del libreto del filme. No obstante, con pretextos o sin ellos, la función adolece en cualquier caso de una importante falta de capacidad de sugestión y de potencia, más acentuada cuanto más se aproxima a su flojo clímax final.

            Película liviana por definición, Vampiros de John Carpenter presenta algún detalle rescatable –la posesión convertida en puro orgasmo- mientras que, a grandes rasgos, se deja ver sin demasiado esfuerzo -y sin demasiada pasión-, sostenida por el carisma verborreico de Woods, un acertado control del pulso narrativo, unos efectos especiales decentes –cómicamente exagerados en el caso de la combustión diurna- y la escasa entidad de sus materiales.

 

Nota IMDB: 6,1.

Nota FilmAffinity: 5,3.

Nota del blog: 4,5.

Hotel Transilvania

23 May

“Hoy en día, las películas persiguen el terror de una manera epidérmica. No hay interés por las motivaciones del monstruo.”

Lon Chaney Jr.

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Hotel Transilvania

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Hotel Transilvania

Año: 2012.

Director: Genndy Tartakovski.

Reparto (V.O.): Adam Sandler, Andy Samberg, Selena Gómez, Kevin James, Steve Buscemi, CeeLo Green, David Spade, Fran Drescher.

Tráiler

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            Por derecho propio, el cine de animación se ha ganado el respeto de crítica y público a lo largo de propuestas que captan y reproducen a la perfección el sentir particular y compartido de niños y adultos. Películas capaces de conjugar la imaginación desbordante y el gusto por narrar historias con elegancia clásica, obras que hacen aflorar con viveza emociones, diversión sin reservas y amor incondicional por el cine.

Un estatus excepcional que provoca el recibimiento ilusionado de los estrenos de temporada procedentes de factorías como Pixar pero que, a su vez, tampoco debe provocar la caída en la condescendencia u olvidar que entre geniales obras de arte también hay lugar para obras menores, regulares, simplemente pasables o, por qué no, mediocres. En todo caso, se trata por norma general de productos elaborados con un sentido de la dignidad y un respeto por el medio y el espectador que parece olvidado en otras películas destinadas a rangos de edad superiores.

            Hotel Transilvania, por ejemplo, no aporta ninguna novedad al sobado conflicto generacional entre padres e hijos, ni al choque racial y cultural que, dentro de la lógica desprejuiciada de la infancia, ha de plasmarse por medio de un más brusco contraste entre monstruos y humanos.

El primero, prefigura un tópico indispensable en cualquier película sobre ritos de paso e iniciación. El segundo, ya aparecía en formato animado en otras cintas como Monstruos, S.A., con la que la presente comparte además reparto tanto en versión original (Steve Buscemi), como en el doblaje al español castellano (Santiago Segura).

            Por otro lado, su alegato en favor del diferente –no por nada, una acepción etimológica de la palabra monstruo, “lo contra natura”- se resuelve de manera bastante pálida. Mientras, el argumento en sí mismo, la cerrazón de un ultraprotector padre en lucha contra la curiosidad adolescente de su hija respecto al mundo y al amor, no es de las que más sustancia alberga dentro de su categoría ni en su vertiente moralizante, ni en su pegada humorística, lejos de sus ejemplos más audaces en ingenio y tempo cómico, quizás con un punto más de orientación infantil y con menos mala leche de lo acostumbrado en los buques insignia de la corriente.

De hecho, algo desaborida parecen haberla encontrado los responsables del doblaje al castellano, que han optado por desplegar todo un festival de acentos inexistentes en el original –sin llegar al delirante y memorable extremo de Kung-Fu Sion-, como ese hombre lobo gaditano, los gremlins porteños o las cabezas jibarizadas antillanas.

            Sin embargo, Hotel Transilvania aún sabe mantenerse como una película con la agradable ligereza y sencillez de esa serie B que la inspira, y en la que destaca un simpático diseño de personajes que convierte a sus monstruitos y criaturas en seres queribles, si bien el amantísimo conde Drácula resulta un tanto irregular en su mal medido protagonismo y escasamente aprovechable en el caso del amenazante contrapunto humano.

Pequeñas pero estimables virtudes que dotan al asunto del suficiente carisma como para que se halle ya en marcha una secuela.

 

Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 6.

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