Tag Archives: Siglo XIV

El séptimo sello

27 Jul

.

Año: 1957.

Director: Ingmar Bergman.

Reparto: Max von Sydow, Beng Ekerot, Gunnar Björnstrand, Nils Poppe, Bibi Andersson, Gunnel Lindblom, Åke Fridell, Inga Gill, Bertil Anderberg, Inga Landgré, Maud Hansson.

Tráiler

.

         Es inevitable entrar en contacto con la fragilidad humana, chocar de improviso con la muerte. Es parte de la propia vida. Pero, al mismo tiempo, es el último y más terrible misterio.

Antonius Block compara su existencia con una búsqueda constante. En gran medida, sus temores son los de su autor, Ingmar Bergman. Es él quien se bate en duelo con una muerte que, en el oscuro siglo XIV, es dueña y señora de un mundo arrasado por la guerra, el hambre y la peste. Con todo, puede apreciarse una vocación coral, polifónica, en El séptimo sello. Al lado del caballero, comparten su camino otras gentes que ofrecen distintas aproximaciones al asunto: un descreído escudero cuya única y vitalista devoción parece ser una lujuria muy terrenal; una pareja de cómicos en comunicación con lo divino y lo humano; un predicador a quien el idealismo delirante le ha mutado en nihilismo despiadado; un pintor que trata de capturar la verdad.

         El blanco y negro de la fotografía es imponente, al igual que la tajante sobriedad de la puesta de escena, semejante a los de los ‘jidaigeki‘ de Akira Kurosawa, y que se traslada a unos diálogos tan contundentes como cargados de contenido. La angustiada mirada del caballero, vacío, en tortuosa crisis de fe, contrasta de hecho con las escenas protagonizadas por estos actores itinerantes y su hijo. Bendecidas por el sol, estas poseen un aspecto bucólico, esperanzado incluso. Aunque tampoco se encuentran libres de la irrupción de esa sordidez apocalíptica con la que el cineasta sueco expresa la desesperación de la humanidad al verse cara a cara con la Parca, la cual deja escenas, como la llegada de la comitiva de penitentes, sacadas de una película de terror. Pero hasta ellos pasan, mientras que el recuerdo de un cuenco de leche recién ordeñada, unas fresas recién cortadas, una grata compañía y un cálido atardecer puede guardarse para siempre. El séptimo sello recorre, con rotunda expresividad, desde lo espantoso hasta lo reconfortante, desde la desolación hasta, por qué no, cierto optimismo que se abre camino con duro esfuerzo.

         En este viaje, en esta búsqueda constante, Bergman arroja preguntas existencialistas y se interroga -como era especialmente recurrente en este periodo de su obra- acerca del silencio de Dios, clamoroso ante el horror que asola la Tierra. También sobre los caminos del arte y sobre su función respecto de estas cuestiones trascendentes. Su capacidad para adentrarse en las profundidades de lo metafísico y lo filosófico, su fuerza para despertar reflexiones. La resignación del pintor por su obligación de realizar frescos divertidos puede sonar a autojustificación, prorrogada acaso por ese pequeño aunque disonante tramo de comedia matrimonal asumida por un ignorante cornudo. No obstante, Antonius Block se aflige por la futilidad de la vida, si bien descubre a la par el valor tanto de los pequeños placeres como de las grandes acciones. Hay maneras quizás no de vencer a la muerte, pero sí de aceptarla con paz de espíritu, de danzar con ella, compañera inevitable, comprendiendo el miedo.

.

Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 9,5.

El rey proscrito

25 Feb

.

Año: 2018.

Director: David Mackenzie.

Reparto: Chris Pine, Florence Pugh, Aaron Taylor-Johnson, Billy Howle, Stephen Dillane, Tony Curran, Sam Spruell, Callan Mulvey, James Cosmo.

Tráiler

.

            Caprichos de la industria, van a coincidir en apenas meses los estrenos de dos películas acerca de Robert the Bruce o, ajustándonos a la nomenclatura de la historiografía española, Roberto I de Escocia. La primera en llegar ha sido El rey proscrito, distribuida en streaming por Netflix. La segunda, en principio, portará el nombre del protagonista en el título, y este será interpretado por Angus Macfadyen, quien ya lo había encarnado en Braveheart, convertida ya a estas alturas en un clásico contemporáneo de la épica histórica. Es probable, además, que los medios la recuperen pronto para la actualidad, dado que ha llegado el turno de explotar hasta la saciedad la nostalgia noventera.

            En cierta manera, El rey proscrito sirve para mostrar la evolución que ha experimentado el género en esas dos décadas. Principalmente, en el sentido de que ya no tiene validez el tópico de la arenga enardecedora seguido de la batalla cruenta con ansia de realismo. «¿Decirles qué?», se encoje de hombros Robert the Bruce cuando su lugarteniente le insta a pronunciar unas palabras que inspiren a sus soldados después de la derrota contra el Inglés. En la misma línea, antes de la batalla decisiva, su intervención como orador será manifiestamente limitada. No hay una llamada a los ideales, al «¡pero nunca nos quitarán la libertad!». Del mismo modo, Chris Pine no es un protagonista dado a las exhibiciones de prestigio, sino un tipo sobrio al que caracteriza la economía gestual.

Así las cosas, el romanticismo literario ha quedado reemplazado por personajes a los que logra otorgárseles entidad humana, un realismo emocional que no quede sepultado bajo la fastuosidad de la recreación. No es que su comportamiento respete la fidelidad histórica, desde luego, y también se acude a clichés manidos como los de evidenciar la sencillez del personaje providencial mostrándolo enfangado en un innoble trabajo manual. Pero al menos hay una intención de que los hechos los sufran y afronten personas con reacciones y sentimientos identificables, no sublimados.

Es ahí donde mejor se mueve El rey proscrito, con ese monarca esclavo, rebelde frágil y líder corriente, secundado por heroínas de gran presencia afectiva e intelectual -Florence Pugh demuestra de nuevo que es una actriz de talento y magnetismo- y antagonistas con dobleces íntimas. La desnudez del rey es simbólica y no morbosa.

            Por su parte, esa pompa épica queda a su vez reemplazada por florituras de lucimiento visual por parte del realizador, como ese artificioso plano secuencia inicial de unos diez minutos que, cabe destacar, asienta sobre un mismo plano, y con cierta fuerza hipnótica, todo el contexto político y sus actores. En cambio, el escocés David Mackenzie no destaca en la filmación bélica y entrega choques funcionales en su coreografía y espectacularidad, a pesar de los notables medios disponibles.

.

Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 6,5.

El Decamerón

3 Ene

Pier Paolo Pasolini contra los cánones artísticos, estéticos y sociales. Incluso contra la muerte. El Decamerón, vitalidad y libertad, alta cultura y cultura popular. Para la sección de estrenos en Blu-ray de Cine Archivo.

.

Seguir leyendo

La conquista de Albania

11 Feb

“El reino que defiendo a ultranza es el Reino de Navarra. Soy navarro de pura cepa, como mi madre. El navarro es noble, leal, va de frente y es amigo de sus amigos.”

Alfredo Landa

.

.

La conquista de Albania

.

La conquista de Albania

.

Año: 1983.

Director: Alfonso Ungría.

Reparto: Chema Muñoz, Xabier Elorriaga, Klara Badiola, Walter Vidarte, Miguel Arribas.

Filme 

.

            La transición democrática española tendría como una de sus consecuencias la descentralización de la política después del totalitarismo del régimen franquista, materializada en el denominado como Estado de las autonomías. La cesión de presupuestos y prerrogativas administrativas particulares a cada comunidad autónoma alentaría el desarrollo, en ocasiones paralelo a reivindicaciones históricas de corte nacionalista, de un cine con denominación de origen, semilla cultivada de una deseada industria propia.

La conquista de Albania es hija de estas circunstancias, puesto que, generosamente respaldada por el gobierno de Euskadi, es la recreación de un episodio de expansión internacional -y por ende de reivindicación nacional- del Reino de Navarra: las aventuras de la Compañía blanca en las costas del Adriático.

Pero, precisamente, es curiosa la elección. No solo por la relevancia histórica de los hechos, llamativa aunque anecdótica, sino en especial por el enfoque que se proyecta de los mismos. Porque, por así decirlo, y salvando por supuesto las debidas distancias, La conquista de Albania se acerca más a la antiepopeya delirante e irracional de Aguirre, la cólera de Dios que al tono operístico, romántico y exaltado de Excalibur, a pesar de los fulgores heredados que restallan en ciertos fotogramas –la armadura y la espada, símbolos relucientes de la épica y la divinidad- durante la presentación del filme –donde el idealismo del protagonista aún permanece intacto, es cierto, arropado asimismo por una visión idílica de la vida en los valles del Baztán-. No en vano, el propio narrador proclamará en sus conclusiones lo absurdo de la empresa acaudillada por el infante Luis de Navarra, gobernante legítimo de los exóticos ducado de Durazzo y Reino de Albania por derecho de su matrimonio con Juana de Anjou.

            Es esta sorpresa inesperada la que, a decir verdad, enaltece los resultados de la película –y por el contrario, para aquellos que esperen adrenalina, heroicidad y gloria, los defenestrará sin remedio-. La conquista de Albania es una obra sin duda imperfecta –la banda sonora deudora de la época; el desarrollo de personajes y conflictos dramáticos internos es un tanto tosco y hasta incompleto-, pero también capaz de destilar una insólita sensación de desencanto a lo largo de esta expedición desorientada en la que se enrola esa suerte de Príncipe Valiente y la cual, como él mismo comprobará en sus carnes, es de todo menos caballeresca, ejemplarizante o redentora –el crudo enfrentamiento entre la mentalidad anacrónica del personaje conductor del argumento contra la de los estamentos militares o la soldadesca llana, de dibujo esencial pero contundente, muy agradecido en el último caso por su cinismo desengañado-.

            Incluso la relativa pobreza de medios casa bien con este carácter antiépico y bien le vale al madrileño Alfonso Ungría para exaltar el infortunio que la presunta gesta navarra a través de los paisajes yermos de las Bárdenas Reales y en los crepúsculos tintados, los cuales, dentro de sus limitaciones, ofrecen un mejor rendimiento que las algo acartonadas escenas de acción –donde se reseña apenas una breve batalla-. Son secuencias estas que quedaban bajo responsabilidad de la segunda unidad comandada por Carlos Gil, quien por entonces había adquirido experiencia como ayudante en reseñables blockbusters como En busca del arca perdida y Nunca digas nunca jamás. Asimismo, destaca la acertada elección fisionómica de un elenco de aceptables prestaciones, donde se reivindica la importancia del rostro como elemento compositivo.

            Una interesante anomalía.

.

Nota IMDB: 5,7.

Nota FilmAffinity: 5,2.

Nota del blog: 6,5.

Onibaba

2 May

“Aquí, en la puerta de Rashomon, vivía un demonio y dicen que se fue porque tenía miedo a los hombres.”

El peregrino (Rashomon)

 

 

Onibaba

 

Año: 1964.

Director: Kaneto Shindô.

Reparto: Nobuko Otowa, Jitsuko Yoshimura, Kei Satô.

Tráiler

 

 

            La atrocidad del holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki es parte indisociable de la filmografía japonesa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Un recuerdo aún vivo o ya forzadamente enterrado en el subconsciente colectivo que aflora en el cine bajo múltiples representaciones. Es por ello que un tema frecuente de este arte sea la visión del hombre como un ser salvaje, siempre predispuesto a la involución, al retorno a su condición de animal irracional movido por instintos primarios y egoístas. Nobi (fuego en la llanura), de Kon Ichikawa, serviría de ejemplo meridiano de esta diatriba, con la lucha del soldado Tamura por conservar su integridad como ser humano en una guerra que solo significa muerte y barbarie.

Kaneto Shindô, precisamente nativo de Hiroshima, conservará siempre presente en su obra el horror de la tragedia sufrida por su pueblo, bien de forma manifiesta, como en Los niños de Hiroshima, bien interiorizada o en forma de alegoría, caso de los jidaigeki Onibaba y Kuroneko.

            En Onibaba, una parábola budista ambientada en el anárquico siglo XIV japonés servirá a Shindô para componer una pesimista mirada sobre la condición humana.

Sus protagonistas, individuos retornados a un estadio de simple supervivencia primitiva, casi salvaje, son una anciana y su nuera –una terrorífica Nobuko Otowa, actriz fetiche y pareja de Shindô, y la bella pero nada inocente Jitsuko Toshimura- que sobreviven del asesinato y el robo de los desafortunados samuráis que se adentran en los infinitos e infranqueables campos de cañas donde habitan. Dos mujeres solas, cazadoras de hombres –especialmente expresivo es el plano detalle sobre unos ojos que no son sino de depredadores implacables-, y en disputa del único varón de los alrededores, un vago (Satô) regresado del frente donde combatía a la fuerza junto al hijo y marido de ellas, muerto.

Es la imagen del hombre como lobo para el hombre en una especie de canibalismo metafórico; las pulsiones sexuales como reacciones viscerales, instintivas y bestiales de unos seres reducidos a bestias en una situación impuesta por la guerra, expresión absoluta de la brutalidad oculta tras la civilización en un mundo que se ha vuelto del revés.

            El maquillaje grotesco, la pronunciada gestualidad, el ropaje raído reforzando la mórbida impudicia de las mujeres, las sombras largas enclavadas en el rostro de los personajes, las escasas formas que los opresivos y agotadores campos permiten dibujar y las angulaciones forzadas de la cámara parecen querer establecer cierto parentesco con los modos del terror expresionista, en lo que abunda incluso una música contundente, agresiva, frenética, que incluye componentes crudos de la naturaleza con rudimentarios instrumentos de percusión y sonidos animales como el cloqueo de las palomas en celo.

            El resultado es un ambiente viciado y malsano de deshumanización, de rivalidades instintivas y luchas de bestias que se adentran poco a poco en el terreno de la parábola de origen: una venganza kármica -menos interesante, más previsible, pero aún así efectiva- emanación y castigo de un mal sobrenatural siempre presente en la escena, primero en forma de pozo negro, insondable, a donde va a despeñarse los últimos resquicios de humanidad y de donde se diría que brota ese mal que campa sobre la Tierra; más tarde en una máscara demoníaca que devora el rostro y el alma, si es que aún queda algo, de quien la posee.

Curiosamente, sus efectos  materiales son similares a los de la radiación atómica.

Negrísimo cuento, el hombre desenmascarado en su condición de monstruo.

 

Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,8.

Nota del blog: 8.

The Navigator: Una odisea en el tiempo

18 Ene

«En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.»

Albert Einstein

 

 

The Navigator: Una odisea en el tiempo

 

Año: 1988.

Director: Vincent Ward.

Reparto: Hamish McFarlane, Bruce Lyons, Marshall Napier, Noel Appleby, Chris Haywood, Paul Livingston.

Tráiler

 

 

            A tiempos desesperados, medidas desesperadas. La aterradora crisis, ente casi metafísico, suele ser la excusa favorita para que los poderes fácticos y sus lacayos desaten medidas draconianas contra quienes se encuentran a sus pies. Disposiciones que suelen tener mucho de pragmatismo (para quienes las emiten directa o indirectamente) y poco de humanistas. Suelen ser voluntariamente ciegas y de una efectividad probada, de nuevo, para los intereses de estos mismos sujetos, a los que no les hace falta inventar nada porque ya está todo inventado a su favor desde la noche de los tiempos, desde la primera crisis.

            The Navigator: Una odisea en el tiempo ofrece, a tiempos de penurias, miserias y muerte acechante –el apocalíptico siglo XIV de la peste, el hambre y la guerra; el final de los ochenta del siglo XX de decadencia económica y últimos e inquietantes coletazos de Guerra Fría-, una solución que parte de una base diametralmente opuesta: la florida imaginación de un niño, el paradigma de lo ingenuo, de la bondad humana natural no corrompida.

Un chiquillo de un poblado minero del norte de Inglaterra que encuentra, a través de sueños premonitorios, la salvación ante la inminente llegada de la peste negra. Son imágenes y alucinaciones de futuros improbables que, sin embargo, representan la posible apertura de una ventana en color frente al blanco y negro de grano grueso, grave, bergmaniano, de un presente funesto.

            Lo que propone el filme es la salvación a través de un viaje simbólico, místico e iniciático del niño y un grupo de escogidos delegados del pueblo en busca de coronar una lejana y legendaria catedral con una cruz hecha del cobre extraído de las entrañas de su pueblo, de su corazón, internándose en esas ensoñaciones que en realidad son el Auckland de 1988 y que impregnan la estructura del relato, con una línea temporal quebrada, confusa, de sueño febril cortado y retomado confundido con pasajes de realidad.

            No juega Ward la baza del cómico choque cultural entre el medioevo y la modernidad ya que, al fin y al cabo, para un habitante de una remota aldea que nunca ha pisado suelo más allá de sus lindes, cualquier cosa es extraña y mágica, sea una gran urbe de la época, sea una caótica metrópolis contemporánea.

No es sino que el marco accesorio de la odisea que proporciona las pruebas y rituales a superar por el aventurero, las necesarias etapas de transformación interna en ese rito de paso a la madurez o de esa salvación que han de ser superadas por medio del conocimiento y la práctica de virtudes tales como la valentía, la solidaridad, la amistad, el ingenio, la imaginación y la generosidad.

Idealismo y valores altruistas que comienzan en lo personal y van destinados al bien colectivo, con especial sacrificio a favor de quien más lo necesita, del débil.

            Una película realizada con honestidad, encanto y talento, original, especial; de visión recomendable para especuladores, banqueros, concejales de urbanismo, potentados y similar calaña.

 

Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 7,5.

Black Death

4 Nov

“Tenemos bastante religión para odiarnos unos a otros, pero no la bastante para amarnos.”

Jonathan Swift

.

.

Black Death

.

Año: 2010.

Director: Christopher Smith.

Reparto: Eddie Redmayne, Sean Bean, Carice van Houten, Kimberley Nixon, John Lynch, Tim McInnerny.

Tráiler

.

           El siglo XIV es observado desde la historiografía o bien como una época de decadencia y confusión o bien como tiempos de renovación y cambio desde el feudalismo medieval a la aparición del Estado moderno acompañado de procesos, eso sí, traumáticos la mayor de las veces. Una centuria en la que los jinetes del Apocalipsis parecían campar por la Tierra, con el hambre (crisis en la producción de cultivos alimentarios y sucesivas malas cosechas derivadas de una climatología poco propicia), la guerra (Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia entre 1339 y 1452, múltiples beligerancias en el Mediterráneo y Escandinavia, frecuente recurso al arrasamiento de poblaciones y campos, al saqueo y el pillaje especialmente sangrientos) y la peste (brote de peste negra entre 1347 y 1350, con sucesivos rebrotes) apoyados los unos en los otros para reducir la población europea en algo más de un tercio. Terrores que hacen de estos unos días oscuros en los que cuestionarse ciertas cosas en lo terrenal (Los señores del acero, ambientada en otro brote de peste negra, pero este del siglo XVI) y lo espiritual (El séptimo sello).

            Como en la coetánea En tiempo de brujas, Black Death aúna la desesperación ante una plaga de aspecto bíblico con la brujería y la crisis de fe que provoca el pánico ante una imagen de Dios inmisericorde con los suyos. En este caso, desde el punto de vista de un grupo de justicieros del Todopoderoso en caza y captura de el nigromante que dirige un idílico pueblo en apariencia inmune a la enfermedad, guiados por Osmund (Eddie Redmayne), un joven monje que se debate entre la entrega a Dios y el amor a la bella Averill (Kimberley Nixon).  

            Christopher Wilson, director y guionista habituado al terror con cierta pincelada autoparódica, toma un tema atractivo para una película construida a partir un guion superficial y poco trabajado que no se decide a traspasar caminos tan trillados –excepto de manera torpe en el final- como el dilema del protagonista, desarrollado siguiendo un curso tópico, o clásico enfrentamiento entre un cristianismo algo vetusto, con sus fanáticos y sus creyentes inmersos en dilemas, y un neopaganismo más humanista pero mal interpretado, renunciando por el contrario a explotar cuestiones –contradicciones de la fe, los sacrificios de amor por encima del deber espiritual, personajes mejor dibujados y más ambiguos que se salgan de los arquetipos comunes- que podrían haber tenido potencial de haber optado por un riesgo mayor.

A todo ello se suma una dirección con algún detalle rescatable pero a grandes rasgos inadecuada, que acaba por desaprovechar una ambientación a la que unos rasgos más oníricos, de pesadilla o alucinación, le hubieran venido de lujo.

También mayor jugo se podría haber sacado de un buen actor como Sean Bean -que parece condenado a vestir de época de por vida en producciones de todo pelaje- o de algún secundario decente como John Lynch, que contrarrestan el protagonismo del poco carismático y nada estimulante Eddie Redmayne.

Flojita.

 

Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 3,5. 

A %d blogueros les gusta esto: