Año: 1967.
Director: Jacques Tati.
Reparto: Jacques Tati, Barbara Dennek, Yves Barsacq, Billy Kearns, Georges Montant, John Abbey, Reinhard Kolldehoff, André Fouché, Georges Faye.
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¿De dónde venía el señor Hulot, un tipo que parece eternamente ocioso, para pasar unas relajantes vacaciones junto al mar? De una sociedad tan agobiante y deprimente que exige a gritos poder salir de ella para conectar con esas sensaciones de placidez y dicha que tan bien supo transmitir Jacques Tati en la película que sirvió de presentación del personaje. En cambio, Playtime abunda en esa mirada desconfiada hacia la hipertecnologización y el extrañamiento humano que ya aparecía en Mi tío. Es, de hecho, como si la mitad que habitaba en aquella el señor Hulot, felizmente desordenada y cálidamente reconocible, hubiese quedado definitivamente fagocitada por la estética urbana de su contrario.
La ciudad que Tati construiría en un colosal estudio para satisfacer sus ansias perfeccionistas -y que implicarían una inversión multimillonaria y años de trabajo que, desafortunadamente, dejarían empeñado al cineasta durante mucho tiempo- es un desconcertante paisaje de moles, laberintos y urnas por donde transitan una marabunta de individuos cuyas costumbres han dejado reducidos a tristes monigotes de una coreografía absurda. Una babel de mil lenguas fundidas bajo el constante y malsano zumbido de los aparatosos armatostes tecnológicos que no hacen la vida más cómoda, sino que la complican irracionalmente. A veces para deleite de esos tipos presuntuosos y alienados que encuentran su razón de ser en una ostentación ridícula, por completo alejada de cualquier naturalidad. Su hogar es, casi literalmente, un escaparate.
Playtime es una distopía feroz que maltrata al espectador con un juego cómico con el estrés y la frustración. Para espolearlo, se vale del tempo del gag, exasperantemente alargado, y de una opresiva impresión de que todos los movimientos de Hulot, arrastrado por las circunstancias a través de una trama que podría decirse que ni siquiera tiene entidad en sí misma, solo conducen a que se dé con la cabeza contra callejones sin salida, contra muros impensables.
Pero el elemento capital es una atmósfera por momentos asfixiante que compone por medio de esa visión megalómana de la producción, que le conduce a que algunas piezas queden sobredimensionadas -los tres cuartos de hora de la secuencia del Royal Garden- pero, asimismo, a entregar un despliegue visual prodigioso en su arrolladora potencia estética y en su sorprendente creatividad, capaz igualmente de extraer delicadas y líricas metáforas de entre el hosco brutalismo arquitectónico que, según se aprecia en las promociones turísticas, se extiende, como una plaga, por el mundo entero. Los grandes y preciosos monumentos no son más que reflejos fugaces en un cristal, a los que nadie hace ningún caso.
Huelga decir que, marca de la casa, Playtime va más allá del humor de herencia del cine silente, porque es una auténtica una oda al sonido y sus posibilidades humorísticas y expresivas. Una sinfonía marciana.
Reforzando esa recurrente frustración -como observador, como personaje- y, por qué no, esa sensación futurística, Tati, como si fueran láminas de ¿Dónde está Wally?, también disemina por el escenario clones del señor Hulot, quien por su parte comparece como una figura prácticamente esporádica, aunque a la postre determinante. Si Hulot acostumbra a ejercer como agente del caos en una sociedad estrictamente desnaturalizada, en Playtime es casi un elemento que termina por configurar un orden festivo, devolviendo a París a la dimensión soleada, alegre y colorida que se identifica con su aura romántica. Transformándola en una feria con tiovivos y atracciones de todo tipo para deleite del visitante, del vecino. Del espectador.
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Nota IMDB: 7,9.
Nota FilmAffinity: 7,5.
Nota del blog: 8.
Contracrítica