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La hechicera blanca

19 May

 

La hechicera blanca: en misión de martirio y redención hacia el corazón de las tinieblas. 1953, un año de aventuras exóticas para la primera parte del especial que Cine Archivo dedica al compositor Bernard Herrman.

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Z. La ciudad perdida

8 May

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Año: 2016.

Director: James Gray.

Reparto: Charlie Hunnam, Sienna Miller, Robert PattinsonTom Holland, Edward Ashley, Angus Mcfayden, Ian McDiarmid.

Tráiler

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            El oficial Percival Fawcett observa que el venado que ha cobrado momentos antes, en la partida de caza, preside la mesa de los prohombres militares y civiles, quienes lo dejan al margen. Mientras abandonan la sala, los potentados de los que depende su carrera comentan entre susurros la infamia que el padre del soldado ha vertido sobre su apellido familiar, justificación suficiente para mantenerlo fuera de su lado. Fawcett contempla como cierran la puerta delante suyo, delante de su figura reflejada infinitamente en el espejo, hacia el pasado y hacia el futuro.

Si bien el relato de Z. La ciudad perdida es una biografía, Fawcett es un personaje digno de una novela de Joseph Conrad. «Uno de los nuestros» que se encuentra atormentado por una mácula que es a la vez personal -el estancamiento de su progreso en el Ejército, su falta de condecoraciones aun cuando encara la recta final del periodo servicio- y heredada -el desprestigio de su progenitor-, esta última una constante temática en el corpus de James Gray. Un oprobio invisible para ojos ajenos pero que arde en las entrañas propias y que trata de lavar azarosamente en la itinerancia, en una búsqueda interior que se canaliza hacia una búsqueda exterior -el viaje incesante- que raya en lo obsesivo, que se torna en cuestión de vida o muerte por encima de otras consideraciones que, quizás, hubieran bastado para colmar su desaliento existencial -el amor de la familia-.

            La más célebre adaptación al cine de los textos de Conrad es Apocalypse Now, donde la ruta de Francis Ford Coppola seguía el curso marcado por El corazón de las tinieblas y, al mismo tiempo, tomaba tonalidades y atmósferas de Aguirre, la cólera de Dios, la traducción en fotogramas que Werner Herzog había realizado de la antiepopeya amazónica del conquistador Lope de Aguirre y sus marañones, según el estudio de Ramón J. Sender. Gray admite haber acudido a ambas fuentes, entre otras, para dar cuerpo a Z. La ciudad perdida, proyecto que el director llevaba madurando durante cerca de una década, con un recorrido que resulta casi paralelo a las sucesivas expediciones de Fawcett en pos de su El Dorado olvidado en las recónditas junglas disputadas por Brasil y Bolivia, henchidas de poderosas esperanzas y todavía más terribles frustraciones.

Sin embargo, Fawcett parece emparentarse más estrechamente con el Lord Jim incapaz de alejar a los demonios de sus actos pretéritospersonaje también adoptado para el séptimo arte por Richard Brooks– que con el Charlie Marlow que remontaba el río Congo para encontrarse con Kurtz y el horror. Y, más que al airado Lope de Aguirre que se alza en rebeldía para construir un reino a su medida, donde sea él quien determine los privilegios antes vedados, Fawcett recuerda al Francisco Manoel da Silva ‘Cobra Verde’ insubordinado contra su marginalidad de bandido y que anhela llegar a la tierra fantástica de la nieve para, acaso, hallar un mundo que lo reconozca y respete como ser humano.

Puede que de esta contradicción de referentes provengan las ambiguas sensaciones que deja el filme de Gray, que muestra con delicadeza a un individuo desorientado en una Inglaterra de luz trémula y ambientes cerrados pero que, en cambio, echa en falta un punto de intensidad, de locura, de delirio, de visceralidad o de magnificiencia incluso -esto es, de Herzog, de Coppola- en la repetida persecución que este hombre que brinda por la muerte hace de El Dorado, Z o la ciudad soñada en la inmensidad impenetrable del Amazonas. Una mayor fisicidad de las imágenes, más correosas y viscerales -al menos en determinados pasajes-, en contraste con la pátina nebulosa que atenúa los fotogramas de las escenas inglesas, bañándolas de melancolía y hasta de desidia. El protagonismo de un actor de aspecto apolíneo e impecable como Charlie Hunnam también contribuye a que no se transmitan esas pulsiones monomaníacas, irracionales o trascendentales que, a mi juicio, podría haber beneficiado a la narración.

            La apertura de Z. La ciudad perdida es una llama que alumbra la oscuridad, revelando un destino. El descubrimiento, la iluminación. En su plasmación de las odiseas de Fawcett, Gray apuesta por una poética melancólica de menores revoluciones, elegante, con un vaporoso toque de misterio, pero que tampoco se sumerge en la abstracción. La formulación estética evoluciona además a cada capítulo, en paralelo a la vida del explorador: la tensión y el asombro del accidentado primer periplo; el placer aventurero del segundo, solo lastrado por la intromisión de herejes ajenos al hechizo ancestral del lugar -aunque sin alcanzar el mayestático grado de romanticismo y vitalismo que le conferiría un bardo legendario como John Huston, tótem absoluto en estos lares-, y la mirada más calmada, más reflexiva acerca de la belleza y la singularidad del espacio, del tercero. Son sus pasos en una trayectoria que avanza a tientas, o puede que a ciegas, haciendo equilibrio entre la perdición y la realización, entre lo que aprende y lo que se le escapa, hacia la llama.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 7. 

La reina de África

2 May

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Año: 1951.

Director: John Huston.

Reparto: Humphrey Bogart, Katharine Hepburn, Robert Morley.

Tráiler

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           La aventura auténtica no puede filmarse en un estudio cerrado en Los Ángeles. John Huston, vitalista impetuoso, conocía el valor de explotar las inigualables emociones de la aventura, tanto a uno como al otro lado de la cámara. Fuera de la zona de confort se halla la excitación, el asombro, la amenaza, la perturbación. La vida.

De este modo, a comienzos de la década de los cincuenta consiguió reclutar a un grupo de estrellas -Humphrey Bogart, Katharine Hepburn y, fuera de rodaje aunque como una importante pieza logística, Lauren Bacall– para unirse a él en una expedición alocada e imprevisible por las junglas del Congo. La excusa era acometer la adaptación cinematográfica de La reina de África, una novela que el séptimo arte ya había acariciado en anteriores ocasiones pero que no se había llevado aún a cabo, a pesar de haber barajado nombres como Bette Davis y David Niven.

           Y, como probablemente esperaba Huston, la materialización del proyecto fue en sí misma una hazaña donde quedaron fusionadas la épica y la calamidad, con plagas de disentería esquivadas por el director y Bogart a golpe de alcohol, búsqueda impulsiva de localizaciones remotas, condiciones espartanas que horripilaban a Bogart e impresionaban a Hepburn, partidas de caza imprevistas…

Pura vida, puro cine, como ratificó Clint Eastwood en Cazador blanco, corazón negro, traslación a fotogramas de la novela que el guionista Peter Viertel había escrito inspirado por su experiencia en la producción y por el aura legendaria que rodeaba a un Huston desencadenado. Porque La reina de África no es un vehículo para el lucimiento de Bogart y Hepburn, sino para el goce de Huston. Y, por consiguiente, del espectador enrolado sin remedio a bordo de la decrépita Queen of Africa.

           La propia elección de la barcaza, encontrada por Huston y el productor Sam Spiegel en el Congo, pues había sido fletada en 1912 para servir en las colonias británicas del continente bajo el nombre de Livingstone, prolonga por un lado esta sensación de autenticidad y, por otro, se incardina de pleno en la nostalgia que destila la anacrónica pasión aventurera del cineasta.

La reina de África, ambientada en la Primera Guerra Mundial, combina el exotismo indomable del escenario natural -si bien, obviamente, las escenas e mayor riesgo de realizarían en Londres-, con la insólita recreación histórica -un absurdo conflicto europeo extendido absurdamente a África-, con el carisma y el talento de sus estrellas en aprietosúnico Óscar para Bogart, primera película en color para Hepburn-, y con la explosiva mezcla de peligro y romance que destila un argumento en el que también tiene cabida un apropiado sentido el humor, atinado para reforzar la empatía de los protagonistas -propulsada asimismo por la personalidad de los actores- y acorde a un mundo que rezuma colores, erotismo, misterio y evocaciones. Y conveniente en relación a lo inconcebible de su ‘misión’ y a los detalles técnicos hoy en día más achacosos -compensados igualmente por el vigor de cuenta cuentos natural del director-.

           Charlie y Rosie, en lucha contra el káiser, están hechos a la medida de unos Bogart y Hepburn -incluso se convierte en canadiense al navegante porque Bogey no conseguía reproducir el acento cockney que debía tener-, que los dotan de una notable complejidad y matices dentro de un esquema de fondo que se podría calificar de mínimo. Más allá de lo extracinematográfico, es en ellos donde descansa la obra. En su vivencia y convivencia, en su oposición y complementariedad. En Bogart imitando a un hipopótamo, en Hepburn desmelenandose para subvertir la jerarquía de roles.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,9.

Nota del blog: 8.

Fitzcarraldo

28 Feb

fitzcarraldo

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Año: 1982.

Director: Werner Herzog.

Reparto: Klaus Kinski, Claudia Cardinale, José Lewgoy, Paul Hittscher, Miguel Ángel Fuentes, Huerequeque Enrique Bohorquez, David Pérez Espinosa.

Tráiler

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         Abundan en la tradición los relatos coercitivos contra aquellos individuos capaces de mirar más allá de lo establecido, hasta el punto de relacionar directamente esta virtud con la blasfemia o el pecado. El Yahvé bíblico que desmorona la torre de Babel, erigida para unir a los pueblos y construir a su alrededor una comunidad capaz de conquistar toda empresa que se proponga por la fuerza solidaria del colectivo. El astuto y avaro Sísifo, condenado a cargar eternamente con una roca ladera arriba por haber conseguido burlar dos veces a la muerte, una encadenando a su mismísima personificación, Tánatos, y otra urdiendo una estratagema para abandonar el Hades. La presunta materialización histórica de este concepto griego de la hibris -la soberbia del hombre que trata de igualarse a los dioses- en el proyecto del rey persa Jerjes el Grande para construir un puente de naves sobre el Helesponto que le permitiera conquistar Grecia. La interpretación del mito del ángel caído como rebelde contra la tiranía de Dios omnímodo. El doctor Víctor Frankenstein que crea vida desde la materia corrupta. El capitán Ahab que entabla un duelo a muerte contra los poderes telúricos y divinos que toman forma de ballena blanca.

Sin embargo, sin visionarios que desafíen los límites de lo establecido, el hombre seguiría penando por su supervivencia escondido en cuevas y cubriéndose con pieles. La verdadera genialidad no reside en alcanzar cotas ya holladas por legiones, sino en medir fuerzas con lo imposible o, al menos, con lo impensable. El absurdo y la gloria suelen sentarse juntos a la mesa, a la que dicho visionario acude acompañado asimismo por el iluminado.

A diferencia de buena parte de esta tradición, el cine es un arte que pertenece a los soñadores. Es el milagro de la técnica y el ingenio puesto al servicio de prodigios asombrosos que son protagonizados tanto por el triunfador que se sobrepone a las vicisitudes para completar su destino preescrito -figura reverenciada y despreciada en su recurrente calidad de material propagandístico-, como por el perdedor que encarna esa supuesta dignidad de la derrota a la que loaba Jorge Luis Borges, seguido al igual que el anterior por una cohorte de incondicionales que, en las malas, también ha provocado la afloración de un antirelato de la victoria diseñado a partir de semejantes patrones emocionales. Y, entre todos ellos, Brian Sweetney Fitzgerald ‘Fitzcarraldo’, el hombre que quiso mover montañas para honrar a la música, deslumbra como uno de sus más elevados representantes.

         Como una matrioshka, Fitzcarraldo encierra en su seno un cúmulo de historias de luchas utópicas, una dentro de la otra, y quizás todas ellas irracionalmente fútiles. Fitzcarraldo, emulando a Sísifo, carga con un barco de vapor ladera arriba por la inexpugnable orografía de la Amazonía peruana para hacer efectiva su propiedad sobre el último reducto de producción de caucho en torno a la ciudad de Iquitos. Su motivación no es menos alucinada: levantar entre la jungla un palacio de la ópera y estrenarlo con la actuación estelar de Enrico Caruso. Pero, a su vez, la narración forma parte de uno de los empeños colosales, dionisíacos y turbulentos pergeñados por el cineasta alemán Werner Herzog junto a su actor fetiche Klaus Kinski; ambos temperamentos volcánicos y excesivos que aquí encierran sus pugnas egomaníacas en el infierno verde de la selva amazónica, en una reproducción, casi se diría que masoquista, de su aventura una década atrás a bordo de Aguirre, la cólera de Dios, la antiepopeya de otro hombre que tuvo el sueño -o mejor dicho la alucinación- de alzarse en armas contra el poder terrenal y divino para arrogarse su propio reino en la nada.

De nuevo, Fitzcarraldo será un rodaje que constituye otro monumento a la locura en el nombre del arte, puesto que, según las crónicas, las calamidades se manifestaron a través de sangrientos ataques de nativos aguaruna, de mordeduras de serpiente que acabaron en miembros cercenados, de manos despedazadas en accidentes, de abandonos forzados del reparto -inicialmente encabezado por Jason Robards y Mick Jagger– y, por encima de todos ellos, de la ira del mercurial Kinski, a quien, si hacemos caso de la leyenda, se ofrecieron a matar generosamente los indios que formaban el grueso de los extras de la filmación. La locura en el nombre del arte que, regresando al principio, es la fuerza que impulsa las acciones de Fitzcarraldo.

         Hijo del fracaso, Fitzcarraldo es un fanático que actúa en el nombre de Dios, quien posee la voz Caruso y reside en el vergel edénico de la ópera, el mejor de los mundos posibles y del que la realidad es tan solo una corrupta caricatura. Su odisea, por momentos mesiánica -al menos a ojos de los indígenas campa-, es una cruzada épica que reverencia a la música como elemento relevado y trascendente, que puede ser palabra de guerra -los tambores y coros tribales- pero es esencialmente palabra de paz y concordia -la admiración de niños y animales por el fonógrafo, su empleo en determinados puntos decisivos del recorrido-.

         La sangre, el sudor y las lágrimas vertidas por el personaje en su gesta particular, digna en sí de una ópera romántica, se plasman en fotogramas vibrantes, que anidan en el espacio real, natural y ancestral del río y de la selva para elevarse metafísicamente sobre las cuitas de este mundo prosaico y miserable, donde la única audacia que se permiten sus moradores es, en verdad, simple vulgaridad atiborrada por el arrogante dinero -los caballos que beben champán, la colada que cruza un océano, los billetes que se arrojan como alimento de los peces-.

La desesperación de Fitzcarraldo, preso en un averno huérfano de bel canto, se transmite en la febril relación de unos hechos donde a cada paso, contra los pronósticos de los ordinarios y los descreídos, lo demente se fusiona de forma cada vez más estrecha con lo posible, de lo cual nace la esperanza universal y tremendamente emocionante de que, en efecto, el idealismo radical es el único camino aceptable de estar vivo. Independientemente de que, al final, uno haya conseguido mover la montaña o no.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 7,6.

Nota del blog: 9,5.

El abrazo de la serpiente

22 Feb

“Nada ha cambiado; nuestras fijaciones dogmáticas, nuestra indiferencia hacia sufrimientos y genocidios reales y cercanos, nuestros silencios cobardes… persisten.”

Constantin Costa-Gavras

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El abrazo de la serpiente

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El abrazo de la serpiente

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Año: 2015.

Director: Ciro Guerra.

Reparto: Nilbio Torres, Jan Bijvoet, Antonio Bolívar, Brionne Davis, Yauenkü Migue.

Tráiler

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             El abrazo de la serpiente es una odisea mística enmarcada en una frontera absurda, plantada por el hombre en medio de la selva amazónica indomeñable. Pero la verdadera frontera, a través de la cual evoluciona el relato, es la que se traza entre el hombre blanco y el indígena. Dos mundos que colisionan y se transforman, parasitados o hibridados, nunca mutualizados.

             El colombiano Ciro Guerra plantea la obra entrelazando dos tiempos –tres, si se incluye pertinentemente el presente del espectador, al que interpela el discurso-, fundidos entre sí por medio de un personaje nativo trascendental, de dos búsquedas distintas por un explorador foráneo y de dos estilos de fotografía, el primero un blanco y negro que emula los retratos de principios de siglo, de majestuoso contraste, y el segundo con una escala de grises con mayor definición que emula a la de los años cuarenta.

Pero, a pesar de que el chamán Karamakate ejerce el mismo rol en ambos y que el botánico es percibido por su guía como una proyección reencarnada de su antecesor, ninguno de los dos es idéntico a su imagen del pasado: uno, consumido por la decepción, la duda y el remordimiento, es la sombra de sí mismo –su chullachaqui-; el otro, ha tornado una a priori búsqueda de vida en a priori una búsqueda de muerte. El escenario que les envuelve ha mutado en consecuencia, degrado por el entendimiento imposible –o peor, por el apareamiento forzoso y malinterpretado- entre dos concepciones opuestas de la existencia, del universo y de lo sagrado.

             Inspirado por los diarios del etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg y del biólogo estadounidense Richard Evans Schultes, El abrazo de la serpiente es una historia de extinción y olvido pero sobre el que, a través del aprendizaje y de los clarividentes esfuerzos de Karamakate, último de los suyos, se trata de sembrar la última semilla de creación, de esperanza. Sus fotogramas despiertan una hipnosis repleta de lirismo, ora sobrecogedor por las emanaciones telúricas de la Naturaleza, ora desolado por la huella de las acciones del hombre –del hombre colonial se entiende; ávido depredador de los de su especie, paternalista hacia perspectivas que no son la suya en el mejor de los casos-. La potencia visual conquistada -y que se convierte en el armazón expresivo del argumento, parte de su fondo y de su huella-, es el principal triunfo del filme.

La película conecta asimismo con las aventuras amazónicas y congoleñas del diplomático Roger Casement en su lucha contra la barbarie de las explotaciones de caucho, figura histórica que serviría de semilla a Joseph Conrad, con quien coincidió en vida, para escribir El corazón de las tinieblas, luego plasmada en celuloide en la inconmensurable Apocalypse Now, una de las citas recurrentes que se han empleado para describir precisamente la aquí comentada.

             También flota El abrazo de la serpiente cierto aire de pesadilla lisérgica, plasmado de forma evidente en los capítulos en la misión de La Churrera, aunque la alucinación no pervive durante la narración al completo –para su desgracia, pues su vigor estético e ideológico es notable-. Su recorrido es otro, más orientado hacia cierto despertar metafísico a la conciencia –simbolizado por la yakruna, flor de los dioses- y donde, pese a sus buenas intenciones –o quizás por la fuerte convicción de las mismas-, la vertiente espiritual-esotérica de la fábula ecologista e indigenista resulta bastante más convencional, simplista por su condición de herramienta para componer un mensaje un tanto plano y manido.

             Primera nominación al Óscar a la mejor película de habla no inglesa para una producción colombiana –realizada en colaboración con otros países de la región y donde la ausencia de apoyo financiero europeo parece entroncar con la esencia de la propia cinta-.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 7,8.

Nota del blog: 7,5.

Corn Island

1 Ago

“No hay nada que pueda superar al diseño de la naturaleza, nada. Verla en su forma más pura, en esos lugares que no han sido tocados, que están tal y como eran hace miles y miles de años… Eso es algo muy poderoso. Yo paso mucho tiempo montando a caballo y hay algo muy especial al estar en la naturaleza en su estado puro, algo que tiene un efecto muy profundo en uno mismo: te pone la vida en perspectiva.”

Robert Redford

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Corn Island

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Corn Island

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Año: 2014.

Director: George Ovashvili.

Reparto: Ilyas Salman, Mariam ButurishviliIrakli Samushia, Tamer Levent.

Tráiler

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            Curiosidades de la cartelera española, han coincidido en las salas del país, casi simultáneamente, Mandarinas y Corn Island, dos coproducciones de esencia georgiana y enclavadas en la Guerra de Abjasia de 1992 y 1993, herida abierta tras el desmoronamiento del coloso soviético. Además, ambas películas proceden a desarmar con profunda humanidad la sinrazón de un conflicto perdido en un lugar recóndito el cual manifiesta su trascendencia y su eternidad a través de esa misma tierra generosa en frutos -como indican ya los propios títulos de las obras-. Un territorio donde la propiedad, si tal cosa existe, solo puede definirse a través de la creación, del trabajo. “Esta tierra pertenece a su creador”, zanja el hombre protagonista de Corn Island cuando su nieta le interroga si la fértil isla donde cultivan maíz se encuentra en los límites de Georgia o de la Abjasia.

            Es este uno de los escasos diálogos que se testimoniarán a lo largo de una obra que no por ello habla con voz menos clara y estentórea. Corn Island expone su discurso por medio de elementos capaces de reducir al ser humano y sus conflictos a su justa dimensión. Siguiendo esta idea, el desarrollo del filme se acompasa al ciclo de la vida, manifestado en los ritmos de una cosecha de maíz que emerge de la Naturaleza, de una isla afortunada en mitad del río Enguri, en su curso desde el Cáucaso al Mar Negro, como uno más de sus magnánimos milagros, tan solo parejo a sus correspondientes e inexorables caprichos de destrucción.

Portentos, en definitiva, ante los que el hombre solo puede ejercer de espectador impotente o amoldar su breve circunstancia a aquello que le es concedido –el hogar, en definitiva, que puede ser representado por apenas un par de líneas de sombra sobre el suelo-.

            En comparación con los puntuales e innecesarios movimientos de cámara, acometidos con menor elegancia, la realización de George Ovashvili alcanza su mayor grado de finura cuando se pliega al poderoso entorno que compone el escenario y se apresta a capturar con delicadeza estos pequeños y expresivos detalles que equivalen a conceptos absolutos.

Heredando el mitologema presente en la cosmovisión del ser humano –el mito de Osiris, por poner uno de sus primeros y más conocidos ejemplos-, la siembra, maduración y siega de los vegetales se transforman en Corn Island en una metáfora de la existencia universal. Una proyección simbólica que amplía con sutileza la perspectiva del relato, donde la perturbación producto de la terrible acción bélica, sita en una frontera puramente ilusoria y descabellada, queda enmarcada casi como un detalle anecdótico. Un ciclo que, además, también se hace carne en el crecimiento de la muchacha que ayuda al viejo en su tarea –la pérdida de la infancia, el descubrimiento de la sexualidad-, y que, en conjunto, desprende a su paso acentuadas sensaciones de melancolía y fugacidad, así como de una leve épica muy humana, poética y perecedera.

Con el majestuoso paisaje caucásico transformado en un personaje más, sobrecogedor, hermoso, lírico y omnipotente, la diosa naturaleza y la trascendencia metafísica reclaman pues su protagonismo en la cinta trazando poco a poco el círculo cósmico del eterno retorno; de la vida, la muerte y la resurrección.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 8.

Viaje a la prehistoria

29 Ago

“Cuando fui un museo, en uno de los espectáculos había un niño que no podía tener más de seis años. Sus pies ni llegaban al suelo. Cada vez que aparecía un dinosaurio, gritaba «¡Tyrannosaurus!» «¡Stegosaurus!». Estuvo así durante una hora entera, y pensé «¿qué tendrán los dinosaurios para resultar tan fascinantes?»”

Michael Crichton

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Viaje a la prehistoria

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Viaje a la Prehistoria.

Año: 1955.

Director: Karel Zeman, Fred Ladd.

Reparto: Vladimír Bejval, Petr Herrman, Zdenek Hustak, Josef Lukás.

Tráiler

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            De tan elemental, la concepción de Viaje a la Prehistoria captura la esencia y el aroma de una de las mayores ilusiones que puede albergar la mente de un niño con un mínimo de imaginación y curiosidad: un regreso al pasado hasta reencontrarse con esos monstruos terribles y eternamente fascinantes que son los dinosaurios y demás criaturas antediluvianas.

            Con su espíritu didáctico y respetuoso siempre en equilibrio respecto a las tradicionales ansias de espectacularidad y magia que caracterizarían a las producciones americanas, Viaje a la Prehistoria -creación de la imaginativa industria checa y de su más ilustre representante, Karel Zeman, aquí debutante en el largometraje-, remonta el río de la Historia desde la mirada de cuatro intrépidos y simpáticos muchachos que, a golpe de envidiable fantasía y riguroso entusiasmo, deciden emular las visionarias novelas de Julio Verne –sobre las que ‘el Méliès checo’ haría gravitar su filmografía- y embarcarse en una expedición científica hacia el mismo centro de sus sueños y deseos infantiles.

            Desde el Pleistoceno, dominio de los mamuts y los rinocerontes lanudos, hasta las profundidades del Cámbrico, patrimonio de los abundantes trilobites, la expedición contempla las inagotables maravillas de la naturaleza, reproducidas por medio de animaciones, marionetas y un stop motion por control electrónico que visto hoy resulta un tanto más rígido del que disfrutaba el Hollywood del maestro Ray Harryhausen.

            No hay apenas trama que distraiga del objetivo de este safari romántico y admirado. Viaje a la Prehistoria se desarrolla con una extrema sencillez que, al contrario de lo que pudiera parecer, favorece la saludable regresión mental del espectador, alistado como un tripulante más en la barquita de estos entrañables exploradores.

 

Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 7.

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