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Batalla más allá del sol

8 Jun

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Año: 1959.

Directores: Mikhail Karzhukov, Aleksandr Kozyr, Francis Ford Coppola.

Reparto: Ivan Pereverzev, Aleksandr Shvorin, Konstantin Bartashevich, Larysa Borysenko, Valentin Chernyak.

Filme

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         Dura poco más de una hora y el guion apenas traza una historia de mínimos, pero hasta así Batalla más allá del sol se las arregla para resultar confusa hasta lo prácticamente incomprensible.

En esta película ni hay batalla ni se va más allá del sol. Hay una apropiación depredatoria, la de Roger Corman adquiriendo los derechos de una cinta original soviética, y una presa entregada a uno de sus cachorros para que vaya aprendiendo los rudimentos del negocio. Según los créditos, el secuaz es un tal Thomas Colchart. Pero, en realidad, su nombre es otro: Francis Ford Coppola. Su cometido será volver a montar la cinta remozando la trama y empotrarle una escena con marcianos de aspecto genital.

         Batalla más allá del sol -edición estadounidense- mantiene el futuro dual que imaginaba la producción rusa y lleva incluso su polarización a un sentido literal, enfrentando al hemisferio norte y el hemisferio sur en la conquista de Marte. En esta versión poco más ocurre, y aun así cuesta seguir la acción y saber dónde nos encontramos debido a ese remontado de piezas que termina por construir un puzle absurdo. En consecuencia, la narración es un desastre y cualquier conflicto que pueda plantear -la rivalidad política, el entendimiento científico, el peligro de la misión- nunca llega a adquirir cuerpo alguno entre personajes inexistentes y escenas irrisorias.

         La cinta posee, no obstante, un atípico mensaje final que podría otorgarle cierta distinción y es curioso y revelador comprobar que los héroes soviéticos y estadounidenses del cine -un medio de propaganda y aculturación, nunca conviene olvidarlo- son perfectamente intercambiables. Todo ello siendo generosos, claro.

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Nota IMDB: 4,5.

Nota FilmAffinity: 4,6.

Nota del blog: 2.

Madre

12 Nov

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Año: 2019.

Director: Rodrigo Sorogoyen.

Reparto: Marta Nieto, Jules Porier, Alex Brendemühl, Frédéric Pierrot, Anne Consigny, Raúl Prieto, Blanca Apilánez, Álvaro Balas.

Tráiler

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         Madre arranca arrasando. Es espectacular el dominio de la tensión dramática que muestra a partir de una llamada de teléfono. Las interpretaciones de Marta Nieto y Blanca Apilánez son también fundamentales para contagiar definitivamente este crescendo de nerviosismo, de emociones que se desbocan dando lugar a un pánico perfectamente comprensible, perfectamente reconocible.

Este comienzo de unos 15 minutos de duración, que se desarrolla en un único plano secuencia y en un mismo escenario es, en realidad, el cortometraje con el que Rodrigo Sorogoyen conquistó un premio Goya en 2017 y una nominación al Óscar de la categoría al año siguiente. Y, después de volver a empujar al espectador contra la butaca, y de concederle un impás de plano fijo del mar para que vuelva a recomponerse, esta es la base que el director retoma junto a su guionista de confianza, Isabel Peña, para construir una prolongación de la historia, ambientada una década después de los hechos y en el lugar donde, precisamente, nace el trauma que ancla a la madre a un turbulento y lacerante estado sentimental que la conduce inevitable y desesperadamente a perseguir sombras.

         Pero el apéndice está comprometido desde la base. La credibilidad de las acciones de sus protagonistas -la mujer y el joven en quien cree ver a su hijo desaparecido- presenta serios problemas que, a medida que la trama se complica, terminan resultando insalvables. La consecuencia de ello es la anulación de la empatía que, en cambio, sí se conseguía en el prólogo con esas herramientas tan sencillas y esenciales. De igual manera, los elementos provocativos que intenta deslizar el relato se antojan caprichosos, efectistas y a la postre bochornosos, engarzados dentro de una intriga que abusa de la reiteración de determinadas situaciones y que, por tanto, no da sensación de verdadera consistencia.

         Es cierto que Sorogoyen sabe manejar el pulso de estas escenas de turbación soterrada, pero también deja alardes de autocomplacencia visual -planos de conversación desde la nuca, movimientos de cámara forzados…- de escaso contenido y de estética un tanto dudosa. El magnetismo de Nieto apenas logra sostener una arquitectura tan hinchada como inestable.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 3.

Ator el Poderoso

14 Jun

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Año: 1982.

Director: Joe D’Amato.

Reparto: Miles O’Keeffe, Sabrina Siani, Edmund Purdom, Dakar, Ritza Brown, Laura Gemser, Olivia Goods, Nello Pazzafini, Jean Lopez.

Tráiler

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         Poderosa era la cabellera de los bárbaros del cine de los ochenta. Probablemente influidos por los héroes del heavy y el glam, el volumen de su melena lucía acorde a los tiempos. Quizás hoy risible, calculo que con una expresión semejante se analizarán en décadas futuras los degradados, rapados laterales, moños y crestas que, con orgullo, arrogancia y coquetería, exhiben los guerreros de las producciones históricas de la actualidad.

Ator el Poderoso es una de las primeras réplicas que se sucedieron tras el éxito de Conan el bárbaro. Y esta celeridad en su producción es una de las razones que provocan que sea una película donde apenas hay nada desarrollado, ya que el relato está compuesto por un armazón arquetípico con abundantes saqueos de la seminal obra de John Milius. No solo por el protagonista -un salvaje que se alza en contra del siniestro culto que domina a los pueblos del entorno, que únicamente cambia la serpiente por la araña- y su acompañante -solo una bella e independiente ladrona rubia, porque no hay más preparación para añadir a otros personajes-; sino también por algunas de las escenas que atraviesa la historia -el asalto a la aldea, las intenciones lascivas de la bruja-.

En paralelo, comparecen otros detalles que parecen tomados de la tradición judeocristiana -la profecía mesiánica- y grecolatina -el escudo y la hechicera que recuerdan, respectivamente, a la cabeza de Medusa empleada por Perseo y al episodio de los lotófagos de la Odisea homérica-.

         Huelga decir que toda la fuerza mitológica de Milius no está presente en Ator el Poderoso. Realizador especializado en el cine de género de serie Z e incluso en el filme erótico -hasta el punto de entremezclarlos en cintas como Emanuelle y los últimos caníbales u Holocausto porno-, Joe D’Amato no se molesta, o es incapaz, de disimular las carencias del proyecto, de modo que es imposible que, de tan birrioso, el terrible imperio del tirano imponga cualquier tipo de sensación de peligro a las aventuras de Ator. Por ello, languidecen y aburren de inmediato a merced de un libreto pobre y rodado, además, sin pulso narrativo alguno, con planos de acción por completo destensados. El verdadero y espeluznante enemigo.

         Nada más estrenarse Conan el destructor, D’Amato correría a filmar también su propia segunda parte, Ator 2: El invencible. Y, superando al modelo original, lanzaría una tercera, Ator: el guerrero de hierro, y hasta una cuarta, Ator: La leyenda de la espada de Graal.

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Nota IMDB: 3.

Nota FilmAffinity: 3,4.

Nota del blog: 2,5.

Warcraft: El Origen

31 Mar

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Año: 2016.

Director: Duncan Jones.

Reparto: Travis Fimmel, Toby Kebbell, Paula Patton, Ben Schnetzer, Ben Foster, Dominic Cooper, Daniel Wu, Robert Kazinsky, Clancy Brown, Ruth Negga, Burkely Duffield, Anna Galvin, Glenn Close.

Tráiler

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          Warcraft: El Origen, película basada en el popular videojuego, ni es película ni es videojuego. Ni uno puede entretenerse manejando a los personajes para dirigir la acción, ni percibe cualidades cinematográficas suficientes como para disfrutarla desde su simple visionado pasivo.

          El fracaso de esta hibridación entre dos mundos parte, principalmente, de un espantoso diseño de producción. A buen seguro, el fondo verde del chroma hubiera sido más expresivo que los escenarios de animación virtual desplegados en los fotogramas. Intercambiables en ambientación e iconografía con los de cualquier fantasía medieval, son imágenes sin peso, sin lenguaje, sin textura, sin fisicidad alguna. En ellas no se ve nada, dicho de forma simbólica pero en ocasiones también literal. Y donde no hay nada, uno no puede sumergirse para recibir impresiones o emociones. En Warcraft: El Origen no se convoca la ilusión necesaria para que el espectador se haga poseedor de ese universo extraño, para que perciba en él una entidad mínima que sea capaz de albergar una historia de la que sentirse partícipe.

A partir de ahí, la construcción del drama y de los personajes, de por sí pírrica y que quizás podría haber dado material para reinventar un buen divertimento de espada y brujería, se encuentra condenada a la estereotipación. Las relaciones entre caracteres se citan, aunque no se les consigue aportar sustancia -probablemente merecía mayor atención, si acaso, el punto de vista del orco Durotan-. La misma falta de corporeidad que afecta a los fotogramas, infecta a las criaturas y se extiende asimismo por el relato.

          La historia que cuenta Warcraft: El Origen está igualmente dañada de raíz, fruto envenenado de una producción calamitosa. Su objetivo fundamental es sentar las bases de un microcosmos particular y, en el mismo plano, mostrar las ramas de una saga épica por expandir en continuaciones ahora harto improbables.

Lo primero no lo consigue, pues todo queda en bosquejos zarandeados por una narración inconsistente y deslabazada que, por lo menos, tiene el acierto de no caer en una decisión común en los blockbusters del nuevo milenio, la de hipertrofiar el metraje -aquí a todas luces insostenible desde el punto de partida-. Lo segundo, atenta contra la integridad de Warcraft: El Origen como cinta independiente y le da la puntilla final a la obra.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 3.

El cielo y la tierra

24 Nov

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Año: 1993.

Director: Oliver Stone.

Reparto: Hiep Thi Le, Tommy Lee Jones, Haing S. Ngor, Joan Chen, Thuan Le, Dustin Nguyen.

Tráiler

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           El cielo y la tierra es una película que parece encontrarse en medio de dos corrientes del cine hollywoodiense: la reivindicación de los combatientes de la Guerra de Vietnam desplegada desde el belicista mandato de Ronald Reagan –a la que Oliver Stone contesta desde su antiimperialismo militante- y la admiración por el misticismo budista y oriental que se diría aflora cinematográficamente en la década de los noventa –Pequeño Buda, Kundun, Siete años en el Tíbet-. El controvertido cineasta neoyorkino, que completaba con ella su trilogía crítica sobre el conflicto en el sureste asiático –le anteceden Platoon y Nacido el cuatro de julio-, desarrolla así una narración sobre la que convergen ambos vectores gracias al punto de vista del relato, que pertenecerá a Le Ly Hayslip, vietnamita afincada en los Estados Unidos y autora de dos libros de memoria sobre sus experiencias y sentimientos a uno y otro lado del océano Pacífico, del Este y Oeste.

           El filme indaga en la dificultad para cicatrizar las heridas abiertas por la guerra –el matrimonio intercultural, expresión última de esta voluntad de conciliación entre civilizaciones- y apuesta por la vía espiritual como manera de abordar este camino circular de sanación y regeneración de la protagonista.

Pero lo hace con una cursilería atroz, que parte desde un primer momento desde las tópicas estampas bucólicas con las que se pretende reflejar la milenaria idiosincrasia superviviente del oprimido Vietnam rural –presuntamente auténtico por su costumbrismo y esoterismo de manual occidental de autoculpabilidad- y prosigue luego a lo largo de un melodrama que adopta las formas de un cuento de princesas destrozado por los embates de una realidad inmisericorde hacia los inocentes, desprovista de finales felices. Y donde, además, la pastelosa banda sonora no deja nunca de sonar y subrayar un pretendido lirismo y trascendencia que nunca es tal.

           Incluso su visión antimaniquea del enfrentamiento –dos monstruos que con crueldad se esfuerzan en poblar cementerios donde ya no habrá enemigos- se antoja incluso ingenua, o simplemente burda, a causa del tono del relato, que hace hincapié en la humillación de un pueblo y la noción kármica de la vida individual y la Historia universal. Su vergüenza es nuestra vergüenza.

En consecuencia, el sentimentalismo ahoga las emociones y siembra el desapego hacia las desgarradoras vivencias sufridas por la mujer, que son las de dos países al mismo tiempo, enfrentados y encontrados, íntimos y extraños, heridos y culpables.

         Con todo, El cielo y la tierra aporta encolerizados apuntes, de abundante moralismo por otro lado, que denuncian el papel de los Estados Unidos en la lucha y, sobre todo, siguiendo la línea emprendida por Nacido el cuatro de julio –donde el antagonista que llevaba al desastre al soldado Kovic era precisamente era la América de postal rockwelliana- cuestionan a la sociedad norteamericana en general, presentada a ojos de Le Ly, mediante un potente juego de contraste conceptuales y gramáticos, como una nación de gordos infantiloides dueños de neveras obscenamente inmensas.

          Fuera de categoría queda el ridículo recurso, inexplicable ya en el momento del estreno, de hacer que los nativos se comuniquen entre ellos en inglés con acento local.

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Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 3.

Pola X

5 Feb

“Tras cada hombre viviente hay treinta fantasmas, pues esa es la razón en la que los muertos superan a los vivos” 

Arthur C. Clarke

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Pola X

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Pola X

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Año: 1999.

Director: Leos Carax.

Reparto: Guillaume Depardieu, Yekaterina Golubeva, Catherine Deneuve, Delphine Chuillot, Laurent Lucas, Patachou.

Tráiler

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             No es un autor contenido Leos Carax. Sus películas navegan encadenadas al albur de sus criaturas, sometidos a feroces heridas existenciales y emocionales que, además, el cineasta propulsa desencadenando sobre los mismos fotogramas, con arrolladora fuerza expresiva, estas inquietudes íntimas. Equilibrios sobre el alambre, que el director francés acostumbra a salvar por la potencia de su convicción artística, por la honestidad sin fisuras con las que aborda sus relatos, innegociablemente personales. Quizás sea indicativo esto de las taras que, a mi juicio, lastran y condenan a Pola X.

             La cinta, basada en una novela maldita de Herman Melville, nace con un estilo narrativo con una apariencia inusualmente clásica, dentro de lo que cabe, al menos hasta pasada la mitad del metraje. Como si el espíritu indomable de Carax se diluyese en un relato que costó diez borradores alumbrar, de ahí la X que corona el título –otro dato significativo acerca del tortuoso y dubitativo proceso que conllevó elaborar esta obra que, precisamente, basa su conflicto en los desgarradores dilemas del protagonista-.

             Da la impresión de que, después de esa engañosa ‘convencionalidad’ del comienzo, Carax libera su sensibilidad torrencial sobre el desarrollo del filme, tratando por fin de echar el lazo a las imágenes y cabalgar sobre los lomos desbocados de este argumento excesivo y definitivamente encabritado por la mente alterada del protagonista, un joven escritor que destruye su próspero futuro por la obsesión de redimir unos presuntos fantasmas familiares, ocultos en un armario sellado –y vacío- y manifestados a través de una pesadillesca (e hipnótica) declamación en las tinieblas del bosque.

De esta manera, los tonos dorados que gobernaban ese arranque ilusoriamente paradisíaco –aunque infestado por una presencia perturbadora que se ramifica en traumas y complejos privados y colectivos, así como en relaciones brumosas de incesto, poligamia y homosexualidad sugeridos-, entran en contraste con la grisura, el frío y la suciedad del tour de force emprendido al asumir esta perturbación irresistible, que en su crudeza surreal incluye escenas de sexo explícito –mera anécdota sin relevancia, aunque en su día bastante comentadas-. ¿Es pura alucinación esta segunda mitad que transcurre en una especie de arca de Noé sectaria, acomodada así al despertar de Carax y su delirio compositivo? ¿Es una trasposición de la imaginación del artista durante su proceso creativo, a través de la cual se fuga de una realidad anodina que aborrece? ¿O esto lo era ya, por completo, toda la historia?

             Supongo que cualquiera de las tres opciones resulta válida. Como es igualmente válido señalar el insuperable desequilibrio que produce este cúmulo de desbarres simbólicos-conceptuales e incontinencias formales, el cual termina por asemejar a Pola X a un desvaído David Cronenberg; abotargada, descompuesta y sobrepasada por su fallida megalomanía.

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Nota IMDB: 5,9.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 3.

Victoria

12 Nov

“Las pelis buenas te embelesan y a las malas les ves las costuras. Las buenas las ves dos veces para ver los fallos, las malas te aburren y como no hay historia empiezas a darte cuenta de todo lo que no funciona. Con las buenas es imposible que te pase eso.”

Juan Antonio Bayona

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Victoria

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Victoria

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Año: 2015.

Director: Sebastian Schipper.

Reparto: Laia Costa, Frederick Lau, Franz Rogowski, Burak Yigit, Max Mauff.

Tráiler

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            Uno de los principales objetivos del plano secuencia consiste en favorecer la suspensión de la incredulidad del público suprimiendo de raíz uno de los elementos sintácticos definitorios del cine: el montaje. La erradicación –al menos aparente- del montaje, por tanto, es una herramienta para que la cámara fluya e imite con mayor fidelidad el ritmo y los movimientos de la vida, con sus imperfecciones y sus desencuadres fruto de la inmediatez y la improvisación. De este modo, se pretende que el espectador se sumerja, casi en primera persona, casi como un personaje más, dentro de las acciones que le proporciona el libreto del filme.

            El realizador alemán Sebastian Schipper -también actor de amplia trayectoria- emplea el plano secuencia, servido en una descomunal toma de 134 minutos, como recurso fundamental de Victoria. Gracias a ello, la cámara se acomoda a las idas y venidas de la protagonista, al devenir que desgrana paso a paso el azar y las circunstancias que la rodean. Un pedazo de realidad vívida y directa, que se dice sin intermediarios –apenas juegos con el sonido, el silencio y la música, más allá de la necesaria iluminación de la escena-.

Pero, contradictoriamente, el plano secuencia de Victoria registra un relato que suena poco creíble desde el primer minuto, en el que una joven española emigrada a Berlín (Laia Costa) decide compartir el resto de la noche con cuatro mastuerzos desconocidos, de pintas sospechosas, después de disfrutar sola de unos bailes y unos vodkas en un nada recomendable antro de la capital alemana, hambrienta de contacto humano y emociones negadas.

A pesar del buen pulso narrativo de la obra, es una sensación de inverosimilitud que, más aún, empeora a medida que avanza el metraje, cuando el argumento desbarranca en una trama criminal que, como escrita por un adolescente, desborda tópicos –los gánsteres de opereta, la tribalidad heroica-, incongruencias palmarias –¿qué clase de mafiosos encargan el robo de un banco a un tipo cualquiera, sus colegas de parranda y una camarera que no tenía mejor que hacer?- y desdichado tremendismo.

            Victoria pasaría por una reescritura con tono desaconsejablemente trágico de ¡Jo, qué noche!, una de las comedias más estresantes de la Historia del séptimo arte. No le falta de nada. Es decir, que a su agolpamiento de adversidades le sobran bastantes cosas para que una mente mínimamente escéptica pueda admitirlas. La síntesis de este grave problema se expresa en una secuencia climática donde Costa bota babas de manera grotesca, con ostensibles paladeos, para tratar de transmitir un desgarro que tan solo resulta sonrojante.

La barrera que levanta inicialmente la dificultad para creerse a la protagonista, por más que Costa intente lo contrario, es un obstáculo demasiado elevado al que después se le van sumando además una serie de peldaños que, definitivamente, resultan imposibles de escalar.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 6,9.

Nota del blog: 2,5.

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