Tag Archives: Humor escatológico

Supersalidos

28 Jun

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Año: 2007.

Director: Greg Mottola.

Reparto: Jonah Hill, Michael Cera, Christopher Mintz-Plasse, Seth Rogen, Bill Hader, Emma Stone, Martha MacIsaac, Aviva Baumann, Joe Lo Truglio, Kevin Corrigan, Carla Gallo, Clement Blake.

Tráiler

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         No se dejen engañar por los títulos de crédito de aires setenteros que remiten a la nueva comedia americana, ni por las constantes de perdedores con obsesión sexual, de iniciaciones alcohólicas, de jerarquías de instituto y de coprolalia desatada que parecen confirmar las premisas de esta popular corriente humorística. Supersalidos, estandarte del bromance, es una canción triste de Nino Bravo. Un te quiero, una caricia y un adiós. Es la última ronda antes del lunes. La última mirada atrás al malecón de la playa antes del regreso de las vacaciones. El partido de homenaje del ídolo de tu infancia.

         La subversión de tópicos y paradigmas es evidente en el clímax: sacar al ser amado en brazos; la confesión de amor. La constatación de que siempre estamos fuera de hora, de que aunque por una vez venzamos a nuestra naturaleza desorientada y a nuestros impulsos reprimidos por toneladas y toneladas de códigos sociales, siempre vamos a destiempo. Hay una melancolía casi fordiana en ese desenlace, en esa manera de expresar la constatación de que un triunfo nunca es pleno, de que esconde tras de sí un fracaso del que, por desgracia, nos volvemos a percatar demasiado tarde, cuando es irreparable -aunque la funcional realización de Greg Mottola no exprime las evocaciones líricas y sentimentales del asunto más allá de lo que sucede ante la cámara-.

Por encima de la denuncia de que toda relación dentro de una sociedad estrictamente jerarquizada se construye desde una frustrante injusticia y crueldad -el «¡podemos ser ese error!» como significativa y demoledora declaración de esperanza-, Supersalidos manifiesta una lección existencial sobre que toda evolución, todo cambio personal, toda fase de maduración, implica una renuncia personal. Una despedida inexorable que, en realidad, es una traición a uno mismo. Detrás de las soluciones convencionales que aconseja el manual solo aguardan nuevos y peores problemas.

         La pareja de policías canallas tratan de advertírselo a McLovin durante su gran noche iniciática, en la que ejercen de chamanes chapuceros. Es un diálogo que -también tarde- los integra emocionalmente en una película a la que no parecían pertenecer. Sus herramientas humorísticas eran las mismas -incontención lingüística, escatología, fetichismos de la cultura popular…-, puesto que además uno de ellos está interpretado por Seth Rogen, que junto con Evan Goldberg es una de las almas creadoras de una obra que bebe en buena medida de sus recuerdos de amistad del instituto -y en la que incluso ceden sus nombres a los protagonistas-.

Pasados de extravagancia dentro de este retrato caricaturesco pero delicado, cariñoso y fiel de los profundos terrores y deseos de la adolescencia -esa época tan trágica como bochornosa, según desde el lado que se la mire-, hasta este último tramo habían operado como un cuerpo extraño, encajados entre la condición de subtrama de descanso y apuntalamiento del metraje, y el elemento exterior destinado a impulsar determinados giros de la historia. De la verdadera historia, que son las aventuras de Seth y Evan, desastres ambulantes y aliados contra el caos que conspira en su contra, en su búsqueda de la llave -el alcohol contrabandeado con un carné falso- que a priori les concede el acceso al tesoro final -el sexo con la chica de los sueños-.

         Aunque, como decíamos, esta historia, organizada desde los postulados de la odisea homérica, relato de los relatos, ni siquiera trata de eso. Dentro de su apariencia gamberra, de ritmos ágiles y ocurrencias delirantes, los diálogos y las situaciones van dando forma, poco a poco, a un cuidadoso perfilado de personajes -con el inestimable soporte de Jonah Hill y Michael Cera, amén del carismático Christopher Mintz-Plasse– y a una precisa, sentida e inusual indagación en la sensibilidad juvenil masculina. Un te quiero, una caricia y un adiós. Ligero equipaje para tan largo viaje.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 5,9.

Nota del blog: 8.

Deadpool 2

21 May

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Año: 2018.

Director: David Leitch.

Reparto: Ryan Reynolds, Josh Brolin, Zazie Beetz, Julian Dennison, Morena Baccarin, Stefan Kapicic, Brianna Hildebrand, Shioli Kutsuna, Eddie Marsan, Karan Soni, T.J. Miller, Leslie Uggams, Rob Delaney, Terry Crews, Bill Skarsgård, Lewis Tan, Jack Kesy, Brad Pitt, Matt Damon, Alan Tudyk.

Tráiler

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         Por lo general, la potencia de un chiste no está tanto en su contenido como en quién lo cuenta y en cómo lo cuenta. 

No lo vamos a negar, Deadpool 2 es un chiste repetido. Es cierto que incorpora renovados hallazgos -Peter-, pero al mismo tiempo repesca incluso unos cuantos gags calcados de la película inaugural que ejercen ya a modo de coñas internas, de compadreo entre personaje y espectador, unidos en un diálogo constante que, desde una autoconsciencia total y orgullosamente sarcástica, no respeta la barrera de la pantalla ni la narración en sí. Sin embargo, a quien cuenta los chistes se le da tan bien hacerlo que casi no importa. Porque sigue siendo importante saber reírse de uno mismo.

         Obviamente, la sorpresa estaba prácticamente agotada desde aquella primera parte, que, con todo, lograba sortear el desgaste mediante un hábil montaje del relato. Aquí, dado que es nula de inicio, puede concentrarse en explotar la idiosincrasia del personaje, irreverente hasta la parodia contra todo, con el mayor salvajismo posible, sin ahorrar escatología, sexualidad o slapstick sangriento. Aunque los mejores golpes siempre van destinados contra el resto de superheroes, contra Hollywood en sentido extenso -ojo a los cameos- y, por supuesto, contra el propio producto.

         Sigue funcionando, por tanto, la vis cómica del mercenario más macarra del universo de los X-Men. Deadpool sabe como mantener alta una fiesta. Su desfachatez permanece fresca gracias a la amplia y equilibrada combinación de impulsos humorísticos de diversa procedencia, paradójicamente, la suficiente suspensión de la incredulidad para seguir sus aventuras, si bien el hecho de que se trate de una prolongación implique necesariamente su progresiva conversión en fórmula. La dirección de David Leitch -uno de los dos coordinadores de especialistas que cosechó prestigio como renovadores del género de acción con John Wick (Otro día para matar)aporta también trabajadas coreografías en las secuencias más espectaculares. Además, los productores saben como dejar buen sabor de boca rematando la función con escenas poscréditos especialmente jugosas y delirantes, esencia concentrada de un antihéroe que confirma ser de lo más carismático.

Otra cosa es que aguante estirar el chicle una vez más -o las que vengan, pues su ironía al respecto de las sagas superheroicas interminables es bastante cínica-.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 6,5.

Deadpool

18 May

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Año: 2016.

Director: Tim Miller.

Reparto: Ryan Reynolds, Morena Baccarin, Ed Skrein, T.J. Miller, Stefan Kapicic, Brianna Hildebrand, Gina Carano, Leslie Uggams, Jed Rees, Karan Soni, Stan Lee.

Tráiler

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         Qué importante es que un superhéroe se deje sodomizar con un strap-on por su pareja, con toda naturalidad. La escena podría estar sacada de Agárralo como puedas, pero pertenece a Deadpool, una cinta en cierta manera revolucionaria dentro del género superheroico por su absoluta desfachatez para sumergir un proyecto de blockbuster rompetaquillas en una calificación para adultos a priori completamente nociva de cara a estas pretensiones. La estrategia anticonservadora, basada en dar rienda suelta a la violencia explícita y a las alusiones sexuales directas -y con ello al humor negro y al humor escatológico- le sienta estupendamente desde el punto de vista cinematográfico y, a su vez, esta frescura y atrevimiento terminará revirtiendo en su cosecha de beneficios, ayudado también por hábiles campañas publicitarias que explotan su potencial para el meme.

         Deadpool lleva un paso más allá el irónico gamberrismo del que hacían gala superhéroes como Iron Man o Peter Quill y por extensión a los trajes relaxed-fit de la casa Marvel para adentrarse en un terreno que, en muchas ocasiones, es abiertamente paródico, orgullosamente inmaduro allí donde otros buscan una pretendida e impostada madurez. No solo es que desmonte desde la comicidad los tradicionales puntos climáticos del género -el melodrama personal, el duelo frente al mal, el romance-, sino que recurre a estos desde una intención que es humorística de raíz. La lucha de Deadpool es por las risas.

El filme ataca al arquetipo desde principios presentes incluso en clásicos literarios -lidiar con problemas cotidianos que son obviados o elididos en la narración convencional, como los desplazamientos hasta los escenarios, que aquí se realizan en taxi-; la hipérbole definitiva de tópicos aceptados que fuerzan la credibilidad -por momentos uno parece estar viendo La máscara y no le extrañaría que bajo el traje rojo del protagonista estuviera Jim Carrey-, la contradicción estilística -el empleo sarcástico del lenguaje visual, la elección de la banda sonora-, el compadreo con el espectador a partir de una adoración común de la cultura popular -hay guiños, referencias y diálogos metatextuales que podrían venir firmados por Quentin Tarantino-, o, en definitiva, la autoconsciencia irreverente -que abarca desde el microcosmos del cine de superhéroes hasta el universo del séptimo arte en general, pasando con ahínco sobre el propio Ryan Reynolds y su relación particular con ambos, así como por la ruptura desinhibida de la cuarta pared-. Qué bueno es saber reírse de uno mismo.

         El recorrido de la sorpresa es limitado, por supuesto, pero Deadpool también demuestra inteligencia narrativa para alargar su aguante, como por ejemplo en el montaje paralelo de la presentación del personaje y su contexto -una espesa tarea que a veces hunde sagas desde su capítulo inicial- con la misión y las secuencias de acción pura de un antihéroe que, además, en un detalle puntual de profundidad crítica, no cree en los héroes porque él, antiguo soldado de las fuerzas especiales, proviene de donde presuntamente se forjan estos en la vida real y conoce la mentira de primera mano.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7,5.

The Haunted World of El Superbeasto

28 Jun

“Hace seis años compré dos casas separadas de la familiar. Tengo mis casas para mis monstruos y otra casa para vivir. Vivo con mi familia y de vez en cuando voy a ver a mis monstruos, con los que vivo un romance perpetuo. Lo llevamos bien.”

Guillermo del Toro

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The Haunted World of

El Superbeasto

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The Haunted World of el Superbeasto

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Año: 2009.

Director: Rob Zombie.

Reparto: Tom Papa, Sheri Moon Zombie, Paul Giamatti, Tom Kenny, Rosario Dawson, Brian Posehn, Rob Paulsen.

Tráiler

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           Son dibujos animados, sí, pero eso no supone en modo alguno la renuncia de Rob Zombie, una de las figuras más personales y relevantes dentro del cine de terror actual, a su particular sensibilidad cinematográfica -principalmente porque, artista polifacético, estos son la adaptación a la gran pantalla de su incursión en el cómic-. Más aún, esta circunstancia contribuye incluso a exacerbarla gracias a  la esencia gamberra y libérrima del proyecto, donde la animación permite además burlar las limitaciones de la imagen real, de la contención cinéfila y hasta de la lógica.

           The Haunted World of El Superbeasto es un catálogo de filiaciones y fetichismos desplegado en el marco de un universo fantástico: uno de esos mundos paralelos que habitan los fanáticos de la ficción terrorífica en estimulante compañía de sus héroes, sus villanos y, especialmente, sus queridos y adorados monstruos.

Todas las criaturas del género -ya sea en su periodo clásico, de serie B, revisionista, de exploitation o contemporáneo-, están citadas a convivir en esta sociedad paralela, como sumergida en los pinceles de Tex Avery o del primer Ralph Bakshi, y en la que un campeón enmascarado de lucha libre mexicana, El Superbeasto, es la celebridad local que combate el crimen que perturba el escenario, en este caso provocado por el ansia del Doctor Satán -antes Steve Wachowski-, por encontrar a su nueva y blasfema esposa, quien despertará definitivamente sus maléficos poderes.

           La película, tan irreverente como cariñosa hacia su objeto de culto, avanza encadenando gags sin mayores pretensiones, sin ataduras argumentales más allá de un esquema elemental. The Haunted World of el Superbeasto es, en síntesis, una herramienta para el disfrute de Zombie y sus amigos, quienes no obstante permiten participar del juego también al espectador -ya sea igual de aficionado que ellos, o no, a este microcosmos- por la vía del humor escatológico combinado con erotismo despendolado y un frenético festival-homenaje metacinematográfico –que, asimismo, por supuesto, abarca inevitables autorreferencias-.

En ocasiones puede resultan un tanto repetitiva a causa de esta ligereza, entregada con devoción a la ocurrencia puntual y la ofrenda desatada, pero a grandes rasgos divierte por su apasionada incontención idólatra y su sentido del delirio.

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Nota IMDB: 6,1.

Nota FilmAffinity: 5,5.

Nota del blog: 6.

El sargento de hierro

8 Mar

“Admiro la capacidad de Clint Eastwood para plasmar la dignidad y la nobleza de todos sus personajes de la misma manera en la que John Ford extraía la humanidad de lo más miserable.»

Juan Antonio Bayona

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El sargento de hierro

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El sargento de hierro

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Año: 1986.

Director: Clint Eastwood.

Reparto: Clint Eastwood, Marsha Mason, Mario Van Peebles, Everett McGill, Arlen Dean Snyder, Moses Gunn, Eileen Heckart, Boyd Gaines, Vincent Irizarry, Ramón Franco, Mike Gómez, Tom Villard, Peter Koch, Bo Svenson.

Tráiler

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            Con el estatus de autor respetado todavía sin certificar, a Clint Eastwood le llovería una buena ración de palos a causa del sargento de artillería Thomas Highway. Militarista, homófoba, patriotera, reaccionaria, rancia,… Pesan graves calificativos sobre El sargento de hierro, los cuales, curiosamente, contrastan con la aceptación pública de la cinta, una de las más recordadas dentro de la mitología popular que rodea al ‘cacho-perro’ de Clint.

En ambas posturas, la razón esencial es la misma: Eastwood sublima su condición de fantasía de masculinidad regalando a la audiencia (y a sí mismo) alguna de las sentencias más cafres y cachondas de su carrera –o retrógradas y ridículas-, justificadas por el carácter de veterano de Corea y Vietnam de su personaje, un museo de testosterona con galones militares.

            Sin embargo, pacifista declarado y dueño de una fuerte sensibilidad humanista evidente en su filmografía –ni siquiera habría que acudir para ello a la sucesiva demolición de su propio mito que suponen obras recientes como Sin perdón, Million Dolar Baby o Gran Torino-, Eastwood no ofrece con el sargento Highway una glorificación sin mácula del macho alfa y del marine como lo harían otros filmes coetáneos –la saga Rambo, Amanecer rojo-, promocionados propagandísticamente por la administración Reagan en su pretensión de recuperar el orgullo americano reivindicando el músculo guerrero y dignificando la criticada figura de los soldados de Vietnam –quizás por ello abundarán en la década, si bien con gran variedad de tono e intenciones, otros argumentos acerca del reclutamiento y formación castrense, como La recluta Benjamín, Up the Academy, Taps, más allá del honor, El pelotón chiflado, Oficial y caballero, Hombres de hierro, Top Gun (Ídolos del aire), Jardines de piedra, Desventuras de un recluta inocente, La chaqueta metálica o Cadence, el valor del honor-.

            Por entonces alcalde republicano de Carmel y siempre respetuoso hacia los símbolos nacionales –en contraposición, insinúa la película, de una sociedad olvidadiza o simplemente hipócrita-, es cierto que Eastwood rinde pleitesía a los veteranos de guerra desde un punto de vista que mira con cierto romanticismo a un pasado idealizado que, al igual que el propio Highway, una auténtica antigualla antediluviana –un poco al modo del guerrero atávico que se autoproclamaba Patton ya en la Segunda Guerra Mundial-, se encuentra por completo fuera de circulación –y probablemente también de sentido-. O no, remata el discurso con cierta ambigüedad que, ahí sí, haría cuestionable el mensaje de El sargento de hierro, si no fuese porque la batalla que se librará para dar la razón al protagonista es en realidad una mierda de escaramuza en la isla de Granada, basada en el conflicto apenas tres años anterior al estreno de la película. “Supongo que ya no somos un 0-X-2”, espeta Highway a su fatigado compañero de promoción en referencia al estigma que pesa sobre ellos: cero victorias, un empate en Corea y una derrota en Vietnam. “¡Bah!”, exclama desdeñoso el sargento mayor acerca del triunfo.

Siguiendo el asequibilísimo esquema de cine deportivo del libreto –el equipo desastroso que gracias a la llegada de un entrenado carismático y extravagante encuentra el valor que reside en su interior y gana el campeonato contra todo pronóstico-, la prueba que culmina la ardua formación de un atolondrado pelotón de reclutas es una reyerta estúpida en un micropaís del que nunca habían oído hablar para que, además, alguno de ellos caiga bajo cuatro balazos cubanos -¡Ah!, qué bien le hubiera sentado un plano de un ataúd embanderado a la última escena…-.

            El tributo, por tanto, parece dirigirse a los hombres, más que hacia la institución. Es decir, más cercano al espíritu humanista de John FordFort Apache, sin ir más lejos, también acusada de militarista sin demasiado fundamento-, que al del fervor patriotero y anticomunista de John Wayne y sus Boinas verdes. Y es que en El sargento de hierro se encuentra siempre manifiesto un matiz poco complaciente que barniza de distanciado desencanto al argumento. Highway, un tipo desahuciado en la vida fuera de las trincheras –alcohólico, pendenciero, solitario, triste-, es un ácrata que no cumple el principal mandamiento de cualquier ejército que se precie: cumplir las órdenes sin cuestionarlas; acatar la jerarquía. Es, en definitiva, un hombre que camina bajo el libre albedrío de su propio código; un llanero solitario en contra de las “hijoputeces” de un alto mando el cual, cabe decir, suele corresponderse con inexpertos chupatintas salidos de la academia militar y a los que, al contrario que a él y a esos otros ex combatientes antes citados, no les corre el queroseno por las venas.

No obstante, además de ser un dinosaurio de la guerra, Eastwood encarna, intermediado por el guion de James Carabatsos –experto en temáticas de entorno bélico como Tan sólo héroes, La colina de la hamburguesa y Batallón perdido-, a un dinosaurio sentimental. Escondido detrás  de su verborrea de palabrotas y escupitajos tan bravucones y despectivos como escatológicos e infantiles, Highway es un ser tremendamente patético y desorientado que mientras emplea el término “maricón” como insulto de cabecera lee con desesperación revistas de ‘psicología femenina’ para recuperar el amor de su sufrida ex mujer, la única persona sobre el escenario a la que se le concede la facultad de replicar las afiladas frases del marine y por ende callarle la bocaza.

            Así las cosas, no conviene dejarse llevar por el engañoso pintoresquismo del personaje, predominante en un vistazo superficial. Hay mucho que achacarle a El sargento de hierro –asuntos procedentes en especial de ese tópico proceso de adiestramiento y el impacto de algún que otro chascarrillo sonrojante-, pero no todo ello es atribuible a su posicionamiento ideológico.

 

Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 7,3. 

Nota del blog: 7.

Juegos sucios

22 Dic

“Antes la clase trabajadora era otra cosa. Había esperanza. Pero ya no hay capitalismo, ahora hay sadismo. Esclavos que no saben si van a ser despedidos al día siguiente”

Aki Kaurismäki

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Juegos sucios

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Juegos sucios.

Año: 2013.

Director: E.L. Katz.

Reparto: Pat Healy, Sarah Paxton, Ethan Embry, David Koechner.

Tráiler

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           Hoy más que nunca es posible echar la vista atrás setenta años y percatarse de que la mierda no cambia. Ladrón de bicicletas, cumbre inmarcesible del cine social, escribía la crónica del proceso de degradación moral y de autoestima que experimentaba un hombre acuciado por los ahogos económicos generados por una sociedad injusta e incentivados por la soga del desempleo. Un buen hombre que, presa de la angustia y el sentido de la responsabilidad familiar, se veía empujado hacia el odioso delito como única respuesta posible frente a su situación límite.

           En cierta manera, Juegos sucios puede considerarse una vuelta de tuerca cruel y macabra de Ladrón de bicicletas, pasada por el filtro de Una proposición indecente, Saw y los reality-shows de atrevimiento de la MTv. Aunque aquí, a diferencia de la sangrienta película de James Wan, no se mide solo la resistencia a la repulsión y el dolor físico del hombre, sino que las pruebas de la yincana propuesta por un matrimonio rico que celebra el cumpleaños de ella planteando extravagantes duelos a dos amigos en apuros de dinero, comporta una importantísima carga de rebajamiento ético y, especialmente, de humillación personal a costa de la desesperación de los participantes, equivalentes a la del pobre Antonio Ricci de la cinta de Vittorio de Sica o a la de los temerarios conductores de la furibunda El salario del miedo.

Y es que, en conclusión, Juegos sucios tampoco se aleja demasiado de la premisa social planteada por Dos días, una noche: los perros que se disputan encarnizadamente las sobras del amo, aburrido de su propia abundancia.

           Juegos sucios disecciona desde un humor salvaje e hiriente el pútrido estado moral y económico de Occidente, mostrando con descacharrante exageración la dominación que el poderoso ejerce sobre el vulnerable y las barreras que el individuo común se encuentra dispuesto a traspasar, transgredir o directamente reventar a cambio de un fajo de billetes roñosos procedente de sus delicadas manos. Como mínimo, tirando por lo bajo, puede dar cuenta de ello cualquiera que haya aceptado un minijob infraremunerado, se haya dejado aconsejar por la televisión para hacer un currículum “especial” como cantar en el metro para pedir trabajo o haya asistido a una prueba de selección laboral innovadora y divertida –qué visionarios fueron siempre los Monty Python-.

No es una metáfora excesivamente sutil, pero resulta difícil poner en duda su efectividad y su rabiosa contundencia.

           Más inteligente de lo que aparenta ser, el filme expone también el factor igualador de esta crisis que extiende sus garras, sin distinción, tanto al abusón de la clase como al estudioso con carrera universitaria. Es ésta una muestra de que la película no se queda en el planteamiento y que tiene longitud de vuelo tanto en el trasfondo argumental como en la sucesión de desdichadas ocurrencias que implica esta competición feroz.

           E.L. Katz no acusa la inexperiencia en su debut en la dirección y controla con firmeza el pulso narrativo durante los algo menos de noventa minutos de metraje. La calibrada extensión de la cinta permite que la farsa no conceda descanso al espectador y que los juegos sucios no pierdan fuelle ni dejen de sorprender por su capacidad de desafiar los instintos del espectador, partícipe pasivo del incómodo espectáculo y, al mismo tiempo, compañero potencial de los protagonistas, si bien por ahora ajeno a los retos (o no, o eso cree).

           Porque en esta ocasión no habrá niño que, con su inocencia pura y cristalina, redima en la última escena la dignidad perdida, violada y subastada al por mayor.

 

Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7,5.

Carta blanca

28 Ene

“Creo en el amor, pero no en la fidelidad. Es lo que me interesa, el amor. De lo demás prefiero no enterarme. Necesito saber que la persona a la que quiero va a estar ahí si la necesito. Creo, entonces, en la fidelidad del corazón. Sobre la del cuerpo tengo más dudas. Una traición de la carne es menos grave.”

Monica Bellucci

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Carta blanca

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Carta blanca.

Año: 2011.

Directores: Bobby Farrely, Peter Farrelly.

Reparto: Owen Wilson, Jason Sudeikis, Jenna Fischer, Christina Applegate, Nikki Whelan, Alexandra Daddario, Richard Jenkins.

Tráiler

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           Para los temibles hermanos Farrelly, la frustración del varón adulto pasa por el mismo lugar que la frustración del varón adolescente y que la frustración del varón joven: el sexo. Bajo este prisma y con la excusa de recrear una de las fantasías a priori ansiadas por el hombre casado, la libertad de acción para el adulterio, Carta blanca amaga con cargar contra la institución del matrimonio, fundamentado en una premisa de monogamia establecida en conflicto directo con los bajos instintos y la efervescencia hormonal idiosincrásica de la naturaleza masculina, persistente, duradera e insaciable a lo largo de los años.

El asunto es que, tal y como sucede también en las comedias facturadas por Judd Apatow, la transgresión se limita a permanecer en el chiste soez y en el uso de un lenguaje sexual explícito. La andanada crítica que apunta contra las convenciones familiares y sexuales gira en el aire como un boomerang y se convierte en una oda al cuento de hadas, aunque con sus rimas rebosantes de términos escatológicos.

           Es una lástima, porque Carta blanca contiene ideas estimables camufladas entre su aparentemente incorrecto planteamiento, luego traicionadas en parte. La capacidad de humillar a sus protagonistas obtiene unos excelentes réditos humorísticos, en buena medida gracias a la entereza de Owen Wilson y Jason Sudeikis en su función de peleles destinados a recibir estopa de todo tipo. No se confundan, ambos son la extrapolación de un género masculino al que, como decíamos, su primitiva naturaleza de sátiro irredimible le condena a permanecer en perpetuo codeo con el patetismo y el ridículo.

Sí, el brochazo y la sal gruesa dominan un panorama trillado, revisado, imitado, plagiado y empeorado hasta cotas inimaginables, aunque cabe decir que unos cuantos gags logran hacer blanco en la diana. Cazan liebres con calibre para elefantes, por supuesto, pero se cobran la pieza

           En el momento en el que los Farrelly comienzan a sentir piedad por sus personajes es cuando la obra pierde enteros de manera vertiginosa en su fondo argumental y su efectividad cómica, ahogada en la sensiblería, el lugar común de la comedia romántica y un conservadurismo inmaduro que, disfrazado de ternura y más allá de su justificación teórico-práctica o no, se convierte en convencido tradicionalista.

 

Nota IMDB: 5,2.

Nota FilmAffinity: 5,9.

Nota del blog: 6.

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