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Cuando los dinosaurios dominaban la tierra

11 Ene

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Año: 1970.

Director: Val Guest.

Reparto: Victoria Vetri, Robin Hawdon, Patrick Allen, Drewe Henley, Sean Caffrey, Magda Konopka, Imogen Hassall, Patrick Holt, Carol Hawkins.

Tráiler

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         A mediados de la década de los sesenta, a la Hammer le dio por explotar un filón consistente en turgentes mujeres prehistóricas en apuros entre alimañas antediluvianas y, peor aún, hombres primitivos con tremebundas pelucas y barbas postizas. El bikini de piel de Raquel Welch en Hace un millón de años -en realidad un remake de la producción estadounidense de 1940 del mismo nombre– se había convertido en un icono pop automático que se intentaría replicar en Mujeres prehistóricas -explícito título a cargo de Michael Carreras, guionista en la anterior-; Cuando los dinosaurios dominaban la tierra y Criaturas olvidadas del mundo -de nuevo con el tándem formado por Don Chaffey en la dirección y Carreras en el libreto-.

         Cuando los dinosaurios dominaban la tierra, en concreto, se basa en un planteamiento del que J.G. Ballard sentó las bases y Val Guest terminó de dar forma, si bien posee elementos similares respecto de la primera entrega de esta especie de serie exploitation -el antagonismo entre una tribu violenta que mora en las ásperas montañas y otra más tolerante que habita la más apacible costa, el inevitable amor prohibido entre dos representantes de ambas cosmovisiones-, e incluso de la segunda -la enconada enemistad entre rubios y morenos-.

Para heredar la despampanante lubricidad de Welch, la productora británica volvería a confiar en una norteamericana, Victoria Vetri, cuyas curvas la habían convertido en playmate del mes en septiembre de 1967. El estilismo volvería a realzarlas con un sugerente sujetador de piel un par de tallas por debajo de lo recomendable. La escasez material de la prehistoria, evidentemente. No obstante, de interpretación limitadísima y personaje algo pánfilo, no alcanza la presencia de la bolivianoestadounidense.

Para la otra parte del espectáculo, los monstruos, se recurriría a un modelaje y stop-motion semejante al canonizado por el maestro Ray Harryhausen -comparecen un par de plesiosaurios, un chasmosaurus, un rhamphorhynchus, un megalosaurius de interpretación vintage, unas babosas colosales y varios cangrejos gigantes que podrían pasar por ancestros de los de La isla misteriosa-, así como, puntualmente, un varano y un caimán disfrazados.

         Con estos ingredientes elementales y un presupuesto inferior al que lucía Hace un millón de años -con todo, los efectos especiales cosecharían una nominación al Óscar-, Guest se las ingenia para enhebrar una aventura sencilla pero sostenida con buen pulso, tanto o más si se tiene en cuenta que los diálogos son en un lenguaje inventado en el que apenas se emplea un puñado de voces -aprender el idioma, que es perfectamente posible en la hora y media de metraje, puede ser otro juguete para divertirse-.

Del relato, hay apartados particularmente desafinantes -las pequeñas escenas cómicas- y herramientas tan básicas como forzadas -ese megalosaurius con el don de la oportunidad-, pero también se atreve a introducir reflexiones críticas acerca de la propagación y el contagio del fanatismo en un contexto de pánico colectivo que responde a la consciencia de la vulnerabilidad ante la desgracia y lo desconocido. El espectacular paisaje canario constituye además un decorado estimulante y épico para este tebeo en movimiento y a todo color.

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Nota IMDB: 5,2.

Nota FilmAffinity: 5,3.

Nota del blog: 6,5.

Rutas infernales

28 Oct

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Año: 1940.

Director: Bernard Vorhaus.

Reparto: John Wayne, Sigrid Gurie, Charles Coburn, Spencer Charters, Trevor Bardette, Russell Simpson, Roland Varno.

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           Se cuenta que, en 1936, rodando Dusty Ermine en la frontera alpina entre Austria y Alemania, Bernard Vorhaus y su equipo tuvieron un enfrentamiento con soldados germanos que, a tiro limpio, le exigieron que entregaran a su autoridad a unos guías que los acompañaban y a los que acusaban de actividades contrarias al régimen nazi. Aunque consiguieron salir bien parados del trance, el violento episodio impulsaría la convicción del director para embarcarse él mismo en círculos antifascistas. Rutas infernales puede considerarse parte de esta militancia.

           El filme se aproxima a la figura de un prestigioso podólogo vienés y su hija en su búsqueda de refugio político en los Estados Unidos, lo que les llevará a ejercer la medicina en un recóndito y abandonado pueblecito de Dakota del Norte. En su discurso, Rutas infernales hace un recordatorio de la historia del país como tierra de promisión para los exiliados de toda causa, iguala las circunstancias de los recién llegados con las de los pioneros que pasaron calamidades para conquistar su anhelada libertad y prosperidad, y advierte a los ciudadanos contemporáneos, aún ajenos a la guerra en marcha en Europa, de que esta es una situación que bien puede repetirse en cualquier momento debido a las vicisitudes políticas, económicas o cualquier otra adversidad imprevista.

En su camino, a pesar de romper con ironía la postal idealizada -las esperanzas traicionadas con el paisaje, el tren que nunca llega puntual, el revisor borrachín, la inhóspita bienvenida…-, Vorhaus también traza un retrato épico del país a partir de sus esforzados agricultores, recortados en contrapicado contra el cielo sudando la gota gorda u organizados en coreografías colectivas para tratar de someter bajo su arado a la tierra hostil. Porque, en realidad, los protagonistas huyen de una guerra solo para toparse con otra, esta vez librada contra la naturaleza salvaje, que se manifiesta en fenómenos tan aterradores como el Dust Bowl que inundó de polvo y miseria las grandes llanuras norteamericanas.

           En línea con su fondo, Rutas infernales recupera el tema esencial del western como relato en el que el ser humano se impone sobre el territorio indómito. De hecho, llegará a equipararse la columna de automóviles, emulación modernizada de las caravanas de carretas que antes que ellos se abrieron paso por el Oregon Trail, con los movimientos de un ejército. Pero este ejército tan solo pretende proporcionar un lugar donde vivir a unas familias de expatriados en su propio país, liderados por un tipo comprometido en lograr el bien común. Un contexto social, argumental y geográfico que serviría para emparentar la cinta con una obra maestra estrenada ese 1940, Las uvas de la ira -a lo que cabe añadir además la presencia en el reparto de un fordiano actor de carácter como Russell Simpson-.

Dentro de su concienciado mensaje, toda la historia de Rutas infernales, con sus constantes reveses del destino cruel, posee un aire folletinesco que resta relieve a los personajes, en especial al de la joven. Por momentos, sus intensas pasiones parecen trasladarse a los arrebatos de la naturaleza, lo que, en el caso de las tormentas de arena, remite a la magnífica El viento, de Victor Sjöström. Con todo, la dignidad que transmite Charles Coburn desde su personaje, y lo certero de sus diagnósticos acerca de la ideología del odio, hacen buenas las intenciones.

           Pero Vorhaus no sería tan visionario como el viejo doctor. El advenimiento del mccarthismo terminaría dando con su nombre entre las listas negras de Hollywood como sospechoso de afiliaciones comunistas. Efectivamente, el destino podía ser cruel y sarcástico. El cineasta habría de exiliarse a Reino Unido, donde podría prolongar su carrera en el cine.

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Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 6,5.

La red Avispa

5 Ago

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Año: 2019.

Director: Olivier Assayas.

Reparto: Edgar Ramírez, Penélope Cruz, Wagner Moura, Gael García Bernal, Ana de Armas, Leonardo Sbaraglia, Osdeymi Pastrana, Tony Plana, Nolan Guerra.

Tráiler

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          Olivier Assayas aparca el cine de corte más autoral para regresar al thriller político basado en hechos reales que ensayó con Carlos, en la que exploraba la figura del terrorista venezolano Ilich Ramírez Sánchez, Carlos ‘el Chacal’. Al igual que en aquella, repartida en tres episodios, en La red Avispa contará con el protagonismo de Edgar Ramírez para encabezar un relato que, de la misma manera -aunque quizás se trate de un prejuicio por ser una cinta que viene de la mano de Netflix-, parece contener material a desarrollar más bien en una serie de varios capítulos.

Y es que la infiltración del cineasta francés en la red contraterrorista cubana desplegada en el Miami de los años noventa -cuando la dictadura castrista y la sociedad cubana capeaban con las dificultades políticas y económicas sobrevenidas por el hundimiento de la Unión Soviética, crucial sostén financiero del país- se desarrolla a partir de un libreto bastante irregular que entremezcla, de forma descompensada e incluso caprichosa, las historias de varios de los integrantes de este equipo de espionaje, hasta el punto de que algunos de ellos -en especial los interpretados por Wagner Moura y Ana de Armas- terminan por resultar accesorios. El complejo entramado no está bien recompuesto.

Moura ejemplifica asimismo uno de los peajes de cásting que propicia esta producción multinacional, puesto que, si ya hay que hacer un esfuerzo para no sorprenderse viendo a Penélope Cruz como sufrida esposa cubana -acaso otro prejuicio infundado como espectador español, porque probablemente sea el personaje y el trabajo más destacable de la función-, el acento del actor brasileño sigue siendo tan dudoso como cuando encarnaba a Pablo Escobar en la popularísima Narcos, de la misma casa.

          La red Avispa posee dos mitades diferenciadas: la aparente traición del protagonista con su huida a los Estados Unidos y la revelación del plan de la inteligencia castrista, que proporciona un giro de 180 grados a lo visto hasta el momento, marcado por una escena que, además, irrumpe con cierto estilo de thriller tarantiniano que también rompe formalmente con lo anterior. No obstante, como suele suceder en los productos de Netflix, no hay grandes señas de distinción autoral en el aspecto visual de una obra que, eso sí, se mueve entre ambos frentes políticos con relativa equidistancia. Si en el planteamiento se percibe la imposibilidad de vivir en este escenario manteniendo el idealismo -la represión cubana por un lado; los vínculos con el narcotráfico y el terrorismo de las organizaciones en el exilio por el otro-, el desenlace sitúa al individuo como víctima permanentemente machacada, o como carne de cañón reemplazable, de este pulso absurdo entre la recalcitrante dictadura comunista y el obcecado bloqueo neoimperialista, haciendo indistinguibles los espías de los espiados.

          El filme va avanzando en el tiempo a través de una sucesión de escenas prácticamente estancas que se enhebran mediante fundidos. La celeridad de la narración es uno de los factores que provoca que apenas se logre profundidad personal o quede poso emocional de lo que ocurre, en un abrupto contraste con la intimidad y la introspección de las últimas películas de Assayas, Después de mayo, Viaje a Sils Maria, Personal Shopper y Dobles vidas. Pero La red Avispa tampoco invoca el desencanto del espía, como podría ocurrir en una de las misiones de George Smiley, o su tortura interior en un mundo donde la moral y las virtudes de la humanidad se pierden por la cloaca, como podría haber escrito Graham Greene. Su recopilación de hechos, formulada de un modo tan sintético como desapasionado, deja tras de sí una historia plana y distante.

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Nota IMDB: 5,8.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 5,5.

El guerrero nº 13

24 May

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Año: 1999.

Director: John McTiernan.

Reparto: Antonio Banderas, Dennis Storhøi, Vladimir Kulich, Omar Sharif, Maria Bonnevie, Neil Maffin, Daniel Southern, Clive Russell, Richard Bremmer, Tony Curran, Erick Avari, Asbjørn ‘Bear’ Riis, Oliver Sveinall, John DeSantis, Diane Venora, Sven Wollter, Anders T. Andersen.

Tráiler

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         Escritor y guionista, Michael Crichton debutaría en la dirección de cine con Westworld, almas de metal, una declaración de principios acerca de que la Historia podía entenderse o convertirse, literalmente, en un parque de atracciones para disfrute del visitante. En esta concepción puede encuadrarse El guerrero nº 13, adaptación a la gran pantalla de su novela Devoradores de cadáveres y en la que, finalmente, el propio Crichton tendrá que rodar algunas tomas de posproducción para tratar de remontar los pésimos resultados de los pases de prueba previos al estreno. Aun así, no se conseguiría evitar el estrepitoso fracaso en taquilla del filme.

         El argumento de El guerrero nº 13 parece una especie de revisión del mito de Beowulf al que se le pretende otorgar cierta pátina de fundamentos históricos, aunque paradójicamente desde una aproximación que es por completo fantasiosa. Este tono de festiva ficción se percibe asimismo en la ambientación de la película, como por ejemplo en las heterogéneas armaduras de ese irregular contingente de luchadores que, al igual que los siete samuráis de Akira Kurosawa, acude altruistamente a la llamada de socorro de un recóndito poblacho en peligro. En este caso, de una amenaza de tintes sobrenaturales, de horror ancestral.

         En realidad, nada de lo que ocurre en El guerrero nº 13 tiene demasiado sentido. La lógica del relato es bastante arbitraria y, más todavía, no duda en introducir alguna que otra trampa para hacerlo avanzar. Por fortuna, por aquellos tiempos no se consideraba que una obra de semejantes características -una epopeya fantástica orientada al consumo masivo- poseyera un volumen de metraje análogo a sus pretensiones épicas. La función apenas sobrepasa una correcta hora y media, lo que permite que el ritmo narrativo se mantenga engrasado y a punto. Y, otra señal de un estilo pasado, no se dejará llevar por el frenesí más de lo debido.

La realización es correcta en su mezcolanza de aventura y terror, aunque patina un tanto en esta segunda vertiente. Mientras que John McTiernan consigue insuflar ciertos patrones míticos desde el punto de vista del poeta árabe que interpreta Antonio Banderas -ese estoico e imponente jefe Biliwyf de Vladimir Kulich-, trasposición de la mirada ajena de un espectador ávido de fascinación, se desaprovecha en cambio formalmente la oportunidad de presentar a los wendol con un mayor impacto visual o de reforzar una abstracción que probablemente hubiera estimulado el sabor de su naturaleza misteriosa, como sí se aprecia al menos en planos clásicos con el uso de la niebla sobre el imponente paisaje.

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Nota IMDB: 6,6.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 5,5.

Deslembro

26 Nov

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Año: 2018.

Directora: Flávia Castro.

Reparto: Jeanne Boudier, Sara Antunes, Hugo Abranches, Eliane Giardini, Julián Marras, Arthur Vieira Raynaud, Jesuíta Barbosa.

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         Podría decirse que el título del filme, Deslembro -algo así como «desmemoria»-, apela a los ciudadanos de un país, Brasil, que con la elección como presidente del ultraconservador Jair Bolsonaro parecen haber olvidado las consecuencias de un Estado reaccionario y militarizado. Deslembro es una película ambientada en 1979, tras la aprobación de la ley de amnistía, que significaba un paso más en la gradual apertura de la dictadura iniciada con los comicios de 1976 y el regreso de numerosos exiliados. Y precisamente desde Francia retorna la adolescente Joana y su heterogénea familia que, en sí misma, dibuja un doliente mapa político de la Latinoamérica del periodo -una madre viuda por la represión brasileña, un padre chileno huido del régimen de Augusto Pinochet, tres hijos de distintas paternidades entremezcladas en la clandestinidad-.

         Documentalista que debuta aquí en el largometraje de ficción y en cuya obra previa destacaba Diario de uma busca -indagación en la figura de su padre, periodista, activista y partícipe en la fundación del Partido de los Trabajadores, fallecido en un extraño suceso-, Flávia Castro plantea la adaptación a Brasil de la muchacha como un recorrido sentimental en el que, como avanzaba el título, brotan de improviso retazos de recuerdos que, partiendo del desarraigo y la hostilidad, reverdecen y cobran sentido a lo largo de un proceso de maduración, de toma de conciencia personal y a la vez nacional. De los Doors más oscuros a la samba más dulce. Algunos de estos recuerdos son los de la propia directora, que recuerda a través de una joven que recuerda.

         Castro es hábil para reconstruir con delicadeza y sensibilidad este proceso, sin cargar las tintas en potenciales lugares comunes o en recursos melodramáticos, tanto en la dimensión política de la película como en su retrato de la adolescencia. El afloramiento de la remembranza, de la conciencia perdida en el trauma, se formula con lirismo, con apenas fotogramas fragmentarios, borrosos y hasta inciertos, filtrados por la intensa alma literaria de Joana. Este collage de retales capturados compone con precisión y belleza el punto de vista y el camino interior de la protagonista. De hecho, el empleo del plano subjetivo sirve en ocasiones para emparejar este pasado que vuelve con un presente en el que su huella es manifiesta, como una cicatriz no del todo sanada.

         Deslembro es una película comprometida en la que los posicionamientos políticos de izquierda poseen una gran ascendencia, pero la cineasta imbrica e incuso matiza esta militancia asumiéndola desde una perspectiva privada e íntima, en la que lo afectivo y lo emocional desempeñan un papel de idéntica relevancia. Todo uno.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: -.

Nota del blog: 7,5.

Cold War

14 Oct

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Año: 2018.

Director: Pawel Pawlikowski.

Reparto: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Borys Szyc, Agata Kulesza, Cédric Kahn, Jeanne Balibar.

Tráiler

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          Antes de que entren al vetusto palacete donde tendrá lugar la audición, el comisario político encargado de organizar la selección de un cuerpo de cantantes y bailarines de música tradicional polaca proclama que el folk del país es la expresión, fundamentalmente, del sufrimiento y la humillación del pueblo polaco, que incluso entona entre lágrimas sus canciones alegres.

El folk puede entenderse como la manifestación inmaterial de un sentimiento o de una psicología colectiva, modelado y decantado a través de siglos de historia común. En el romance de Wiktor y Zula conviven, primero, esa sensación de derrota irreparable y, segundo, una noción de identidad nacional asociada. La resistente cultura que trata de resurgir con orgullo de entre las ruinas y las cenizas de la atrocidad; las alusiones a «nuestra» lengua y a los modelos raciales ideales; la nueva sumisión a un poder colonizador reflejada la mirada avergonzada de la responsable artística; la despersonalización en el exilio, el retorno en busca de una patria inexistente o simplemente imposible…

          Pawel Pawlikowski recupera la memoria de su familia e, inspirado en la relación de sus padres, entre otras fuentes, ofrece un retrato emocional del pasado reciente de su país. Pero a pesar de los violentos vaivenes de la relación, entreverados con el contexto político que los rodea y empuja, Cold War es un filme muy contenido, que no se deja llevar por la turbulencia del fondo -tanto o más si se tiene en cuenta este profundo componente personal del relato-, hasta el punto de que en ocasiones, por más que se siempre se agradezca la renuncia a efectismos sentimentaloides, parece quedarse un poco corto de intensidad, de que el ardor interior y exterior en el que bullen los personajes no termina de estallar y agitarle a uno.

          El cineasta compone con solvencia la personalidad de Wiktor y Zula, bien interpretados por Tomasz Kot y sobre todo por una carnal y poderosa Joanna Kulig. Y envuelve su intermitente idilio en una estilizada factura visual, donde la lírica belleza de las imágenes también coexiste con ese blanco y negro apagado de los fotogramas, de estricto formato estrecho, muchas veces descentrados, lavados por la gélida nieve, sumidos en la oscuridad de la noche, imbuidos de una atmósfera de soledad, de tristeza, siempre presente, incluso en sus instantes de luz. Como en las lágrimas que velan las melodías de amor de los campesinos polacos.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,7.

Nota del blog: 7,5.

En tránsito

20 Jun

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Año: 2018.

Director: Christian Petzold.

Reparto: Franz Rogowski, Paula Beer, Godehard Giese, Lilien Batman, Maryam Zaree, Barbara Auer, Trystan PütterÀlex Brendemühl, Matthias Brandt.

Tráiler

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         A lo largo de las recurrentes crisis politicosociales derivadas de la llegada masiva a Europa de inmigrantes procedentes de África o de Siria, hay quien, en una llamada a la solidaridad y la empatía, ha recurrido a invocar las fotografías de españoles agolpados en los puertos a la espera de embarcarse al exilio. A raíz del acogimiento en España de los 630 inmigrantes rescatados por el Aquarius en aguas del Mediterráneo, la periodista Marta Veiga recuperaba de la memoria el personaje de Cándida, de gran popularidad en el cine argentino y con el que Niní Marshall encarnaba el arquetipo de emigrante gallega que trata de buscarse la vida en el país sudamericano, y que precisamente a su arribo a Buenos Aires padecía la (aterradora) vulnerabilidad a la que estaba expuesta una mujer en su condición. Para el resto de estados europeos, el séptimo arte reserva también abundantes ejemplos.

El conocimiento del propio pasado, pues, intermediado incluso por el cine, quizás no sirva para evitar que se repitan ciertas aberraciones históricas, como sostiene el tópico, pero puede que sí para despertar cierta conciencia y cierta comprensión esencial y humana hacia quienes son, primero de todo, víctimas. Síntomas en último caso de un problema mayor, que es el que se obvia, se disculpa o se oculta.

Esta conexión a través de las décadas es un elemento fundamental de En tránsito. Su relato escarba en las miserias y la angustia de la masa de expatriados que se hacina en el puerto de Marsella huyendo de la barbarie nazi que los ha expulsado de Alemania bajo pena de muerte y que los persigue a través de la Francia ocupada por medio de constantes e implacables «limpiezas» hacia campos de concentración. Pero, sin embargo, la ambientación de En tránsito recuerda a los lejanos años cuarenta apenas en detalles de vestuario. El drama de estos antiguos refugiados está escenificado en la actualidad. Es decir, En tránsito es, al mismo tiempo, una denuncia del pasado y una denuncia del presente, fundidos en una clamorosa advertencia que también suena a reproche.

         En tránsito, no obstante, no se limita a plantear este juego de espejos. La película se acompaña asimismo de un drama que refleja con notable tensión la sorda desesperación en la que habitan sus personajes, atrapados en un no lugar, despojados de su vida pretérita y, con alta probabilidad, también de su porvenir. Impotentes también para manejar su camino, para encontrar y ejecutar decisiones.

De este modo, siguiendo el rostro magullado y los ojos huidizos de Franz Rogowski, el filme se adentra en este espacio que se debate entre la impersonalidad en la que se guarece el exiliado -hoteles, lugares de paso- y la fingida y familiar cotidianeidad en la que se mueven los nativos del lugar. De esta confrontación mana la inquietud y el desasosiego que produce el filme, por momentos percibido, con miedo frío, casi como una ucronía del hoy. En especial debido a lo reconocible que es esa segunda vertiente, con una ciudad cuyos ritmos se recogen de forma naturalista, incluso en los dispositivos policiales desplegados ante la amenaza, que remiten a las escenas televisivas sacadas de actuaciones contra amenazas terroristas o similares. En consecuencia, la situación de los refugiados va tornándose igualmente identificable sin necesidad de realizar un énfasis excesivo que engolase la obra.

         Christian Petzold, que adapta la novela homónima de Anna Seghers -narrada en primera persona sobre hechos sufridos-, desarrolla una historia repleta de dilemas entre el instinto básico de supervivencia, espoleado por el contexto, y los deberes de humanidad y sobre todo de amor hacia los semejantes, que en paralelo contraen dudas y culpas insondables. Algunos no están del todo bien rematados -el niño- y otros, en ocasiones, avanzan con puntual ahogamiento, pero en cualquier caso constituyen un hilo poderoso sobre el que explorar y sentir en los poros estas terribles circunstancias, que encadenan sin piedad un pasado y un presente ciertos.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 7,5.

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