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Spotlight

23 Dic

spotlight

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Año: 2015.

Director: Tom McCarthy.

Reparto: Michael Keaton, Mark Ruffalo, Rachel McAdams, Liev Schreiber, John Slattery, Brian d’Arcy James, Stanley Tucci, Jamey Sheridan, Billy Crudup, Neal Huff, Len Cariou.

Tráiler

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          No me gusta el corporativismo incondicional, por lo que no seré yo quien defienda al periodismo coetáneo. Sin embargo, encuentro oportuno -aunque temo que finalmente irrelevante- que el seductor escenario de los Óscar pusiese bajo sus poderosos focospremio a la mejor película y al mejor guión original a una obra como Spotlight, que en entronca con las grandes odas cinematográficas al periodismo idealista como columna fundamental de la sociedad, garante de su salud democrática.

          Spotlight reconstruye el (re)descubrimiento, investigación y publicación de un reportaje decisivo para arrojar a la luz pública el diabólico sistema con el que la Iglesia católica escondía y protegía a la manada de depredadores sexuales de menores que ejercía el sacerdocio en el estado de Massachussets, muestra localizada de una perversión global.

A buen seguro habiendo tomado nota del deshonesto redactor que interpretase en la quinta temporada de The Wire, Tom McCarthy, director y guionista del filme -en este último apartado junto con Josh Singer-, recobra su incipiente prestigio en la realización, damnificado tras haberse puesto a las órdenes de Adam Sandler en Con la magia en los zapatos, y desarrolla el argumento con un estilo clásico, concentrado en exponer de forma amena y responsable el proceso periodístico que conduce al conocimiento por parte de la sociedad de una tumoración oculta a sus ojos, a fin de que pueda ser extirpada o, por decirlo con suavidad, corregida.

          El argumento se aleja sin embargo de la complacencia y prueba su madurez al redistribuir la responsabilidad de la problemática entre el conjunto de la comunidad, no focalizando el caso como una anomalía exclusiva de un ente putrefacto, la Iglesia, fácilmente condenable debido a su descrédito contemporáneo. Sin estridencias pero con eficiencia, Spotlight dibuja el contexto del que surge esta enfermedad, alimentada e inmunizada por un colectivo de moral selectiva, clasista en la aplicación de los derechos, la compasión e incluso la atención más elementales. Es decir, lo que en derecho penal quedaría bajo la denominación de cómplice necesario del delito.

En cambio, otros subtextos presentes en la historia, como la crisis de fe que comporta este hallazgo que no se desea ver, están retratados con menor profundidad y potencia, protagonizado además en este particular por un Mark Ruffalo que aborda su personaje, caracterizado por un toque de excentricidad, de una manera un tanto más tópica y destemplada que el resto de un elenco solvente.

          De igual manera, entre tanta corrección expositiva se echa en falta cierta atmósfera que proporcione densidad a la narración. Que la haga vibrar, que infunda mayor carisma a un filme no obstante entretenido, comprometido y equilibrado.

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Nota IMDB: 8,1.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 7.

Mystic River

26 Oct

“Mucha gente me recordará, si es que lo hacen, como un actor de películas de acción, lo cual está bien. No hay nada malo en ello. Pero habrá otro pequeño grupo que me recordará por las otras películas, aquellas en las que me arriesgué. Al menos, eso me gusta pensar.”

Clint Eastwood

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Mystic River

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Mystic River.

Año: 2003.

Director: Clint Eastwood.

Reparto: Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Laurence Fishbourne, Marcia Gay Harden, Tom Guiry, Laura Linney.

Tráiler

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            Una vez conquistada por completo a la crítica con genialidades como Sin perdón, Un mundo perfecto o Los puentes de Madison, Clint Eastwood seguía alternando filmes alimenticios con obras más arriesgadas para dar forma así a una filmografía cada vez más compleja e interesante. Mystic River, una auténtica tragedia shakesperiana ambientada en Boston, encuadrada dentro de este segundo grupo de obras más personales y atrevidas artísticamente, supondría el segundo asalto del realizador californiano al Oscar como mejor director, esta vez infructuoso.

             “Matar a un hombre es algo despreciable: le quitas todo lo que tiene, y todo lo que podría llegar a tener”, reflexionaba con amargura el legendario cuatrero William Munny (el propio Eastwood) en Sin perdón. En Mystic River, el brutal secuestro y violación de un niño ejerce una función similar a la expuesta en esta idea. La conexión de tres adultos con su existencia absoluta e irreparablemente interrumpida, marcada o determinada para el futuro por un escabroso suceso de juventud, sirve para examinar la cara oscura de una sociedad norteamericana enajenada y sumida en su autodestrucción.

Elementos como la recíproca degradación económica y moral, la desestructuración familiar, la violencia como factor común en la realidad cotidiana, la hipocresía y el rencor enquistado por la ausencia de cualquier posibilidad de redención o de perdón componen entonces el caldo de cultivo idóneo para que el mal que se perpetúe irremediablemente a través de generaciones enteras, fustigadas por estigmas indelebles heredados por la sangre.

Como explicita la metáfora en forma de tatuaje en la piel del abatido padre que interpreta Sean Penn, los personajes de Mystic River son hombres que cargan cada uno con su propia cruz, señalados de por vida por sus acciones pretéritas, sean estas directas o indirectas –el horrendo trauma sufrido, la delincuencia y la estancia en prisión, el frustrante fracaso matrimonial-.

             Inspirada por la novela homónima de Dennis Lehane, quien ya había hurgado en las heridas de los bajos fondos de la ciudad americana y el horror de la pederastia en Desapareció una noche –llevada en 2007 al cine por Ben Affleck como Adiós, pequeña adiós-, Clint Eastwood, quien más tarde retornaría también a los crímenes contra la infancia en El intercambio, acentúa el dramatismo del argumento rodeándolo de una atmósfera turbia, desbordada por densas y pesadas sombras.

Con su más afinado instinto de cineasta clásico –el narrador invisible y de estilo sometido sin reservas al desarrollo y autenticidad del relato, tan solo perceptible por su delicada elegancia-, Eastwood gobierna con mano de hierro la abrumadora espiral trágica que se cierne, pavorosa e incontenible, sobre el escenario: un mundo desahuciado en el que el pasado cobra forma en el presente a través de una desgracia predestinada; un escalofriante infierno convulsionado por el miedo y la desesperación. Espurios padres de la duda ilegítima –en las que no se duda en implicar al propio espectador de manera un tanto efectista- y crueles puñales que infligen un castigo redoblado sobre unos seres desamparados ante las circunstancias.

              No por previsible, el desenlace resulta menos devastador. Las conclusiones físicas, morales y emocionales de Mystic River -suculentas guindas que culminan el soberbio trabajo interpretativo del reparto, reconocido con sendos premios de la Academia para Sean Penn y Tim Robbins y la nominación para Marcia Gay Harden-, escriben un aterrador remate para un filme que ya de por sí suponía un despiadado puñetazo en el estómago.

 

Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 8.

Nota del blog: 8,5.

The Company Men

4 Jul

“No creo que una película pueda cambiar el mundo, la gente o la sociedad. Es un espectáculo. La gente va al cine para ver sentimientos humanos. Provocarlos es el papel que la película debe jugar.”

Constantin Costa-Gavras

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The Company Men

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The Company Men

Año: 2010.

Director: John Wells.

Reparto: Ben Affleck, Tommy Lee Jones, Rosemarie DeWitt, Chris Cooper, Kevin Costner, Eamonn Walker, María Bello, Craig T. Nelson.

Tráiler

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            La caja de cartón es quizás el símbolo absoluto del acontecimiento más decisivo del apenas estrenado siglo XXI: la crisis económica global y sus consecuencias, situado a la par -o incluso me atrevería a decir por encima- del 11-S y la guerra contra el terrorismo fundamentalista en cuestión de efectos (víctimas) sociales, culturales y personales. La caja de cartón, decíamos, es la protagonista como colector de efectos personales en los primeros colapsos empresariales y los despidos masivos; posteriormente y hasta la actualidad, último y mísero refugio contra el frío del invierno y de la economía en demasiados casos.

            El cine, cronista del devenir de la humanidad entre otras funciones, comienza a activar su maquinaria de registro desde el terreno documental y, dos años después del inicio oficial del desplome, también desde la ficción. Desde los Estados Unidos -corazón mismo de los desajustes ultraliberales, patriarca de la desregularización salvaje y los bonos basura rodantes-, es el cine independiente quien decide llevar la voz cantante. Su peso era ya notorio, aunque secundario, en la trama de Up in the Air, donde aparecían incluso testimonios de afectados reales por los despidos, pero es The Company Men la primera película en centrar todo su argumento en el cataclismo financiero global.

            Un alto directivo que desde sus altos ventanales observa la salida de un nutrido grupo de empleados de la empresa ficticia GTX –¿alter ego de General Motors?- asidos a sus tristes cajas de cartón, como una bandada de negros pájaros en desorientado y espeluznante movimiento migratorio, compone una imagen de enorme fuerza (e inestimable capacidad aterradora) sobre el planteamiento del filme.

The Company Men, obra de John Wells en labores de guion y dirección, posa su mirada en la caída del prototipo de joven triunfador -deidad clásica del liberalismo yuppie-, a los abrasadores infiernos del fracaso: la pérdida de su bienestar económico, la venta de su casa de ensueño y su cochazo deportivo, la renuncia a su exclusivo club de golf, la necesidad de mirar las facturas al dedillo,…

            A pesar de que su protagonista sea un tipo elitista que se aferra irracionalmente a sus lujos porque se muestra incapaz de aceptar su nueva situación, The Company Men consigue cierta contundencia y capacidad de (dolorosa) identificación, cuando escruta las consecuencias de la crisis en el entorno empresarial. La cosificación del trabajador, la ostentación que no cesa, el bochornoso desequilibrio de una jungla regida por ese Dios etéreo y cruel llamado Mercado, el culto sacrificial en honor del número, la mezcla de maquillaje, mentiras y fe suicida como patrón habitual de los libros de cuentas, el descalabro en la insolidaridad como somatización del miedo,…

            No se trata de una crítica especialmente contundente, y hay apuntes que merecían haber tenido mayor peso –las alusiones a la escasa ética de la empresa a la hora de desviar la industria americana a otros lugares, fomentada anteriormente por el mismo protagonista-. Sin embargo, consigue conservar la suficiente sobriedad, criterio y credibilidad como para mantenerse a flote.

Otra cosa es lo que ocurre con el facilón desarrollo del relato, que aboga por abandonarse en esa mentalidad positiva y buenismo que parecen querer dar la razón a las patéticas guías de autoayuda ridiculizadas (con plena justificación) al principio del drama. Sobra el viaje iniciático y moralizante de Ben Affleck en su llamada al reconocimiento del trabajo duro y los auténticos valores de la vida. Una simplona cura de humildad económica y moral; un mensaje complaciente, baboso y de un poco creíble optimismo –toda vez que no se acierta a observar el fondo del abismo, y ni siquiera si a los poderes fácticos, reafirmados en el mismo estatus de poder que diseñó, ejecutó y cobró por el derribo, les interesa escapar de él-.

            Al final, The Company Men opta como medio de protesta por sonreír por el sueño americano -aun habiendo sido ya despertado a golpes de él-, en vez de dar el definitivo puñetazo sobre la mesa. Por ello, acaba por ser un filme más olvidable que afilado.

 

Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 6.

21 Black Jack

14 Jun

“Soy un escritor de Hollywood, así que me pongo mi chaqueta deportiva y me quito el cerebro.”

Ben Hetch

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21 Black Jack

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21 Black Jack

Año: 2007.

Director: Robert Luketic.

Reparto: Jim Sturgess, Kate Bosworth, Kevin Spacey, Aaron Yoo, Liza Lapira, Jacob Pitts, Laurence Fishburne, Josh Gad, Sam Golzari.

Filme

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            El giro sorprendente de guion compone uno de los elementos imprescindibles en el cine de picaresca y timos; esto es, aquel en el que un grupo de personas aspira a conseguir por pura habilidad intelectual un cuantioso botín que, por otros medios –intimidación física, acción expeditiva, tecnología puntera- sería imposible de obtener. Robos de intrincada y limpia cirugía que fascinan y atrapan sin remedio –El golpe, Nueve reinas,…- pero cuyo satisfactorio resultado cinematográfico depende de un valor contradictorio a lo que se expone en su trama: la honestidad de esos citados giros argumentales, la ausencia de argucias, que el guionista no se convierta en un simple pícaro más que roba la cartera al espectador distrayendo su atención con un truco barato.

            21 Black Jack presenta un atractivo número de feriante: un cruce entre los espectaculares asaltos a casinos de la saga de Ocean’s Eleven, entremezclado con las habilidades matemáticas de Rain Man y la reivindicación (seria) del nerd sin vida social de las comedias juveniles de los ochenta.

Chicos guapos que, bajo el liderazgo carismático de Kevin Spacey -enrollado profesor de ecuaciones no lineales y antiguo contador de cartas de Las Vegas-, conocen los inalcanzables lujos del sistema regido por el dios dólar gracias a la estafa cometida contra las desopilantes catedrales de neón de la ciudad del pecado. Un escenario de sueño dorado de la MTv que Robert Luketic, artesano a disposición de productos por lo general precocinados y de consumo rápido, compone en consecuencia con un estilo de gusto contemporáneo, videoclipero.

            El arco dramático que dibuja 21 Black Jack le aleja de los turbios procesos de ascenso, caída y redención del cine de fascinación gangsteril marca Scorsese, ya que prefiere echar el ancla en el moralismo por medio, en primer lugar, de la justificación teleológica de los actos del protagonista –el robo por necesidad, fruto de la elitista educación norteamericana que rechaza el intelecto y solo admite el talonario-.

Presupuestos que conforman un viaje iniciático, con sus respectivas tentaciones, desvíos del camino inicial, posteriores aprendizaje y rectificación, que lo asemejan más en su desarrollo a los ejemplarizantes esquemas argumentales de la Disney y sus personajes que pasan de la nada al todo, ‘from zero to hero’.

            Como decíamos, la historia, bastante convencional y ya por momentos difícilmente creíble –extraño que ningún miembro de la plantilla de algún casino se pregunte porqué los siempre mismos tipos ganan tanto, siempre van juntos y siempre hacen tanto gesto raro-, trata de evitar la previsibilidad absoluta mediante la anteriormente mencionada trampa, el indeseable as en la manga. Lo malo es que el mago no es bueno, el truco está muy gastado, se le ve venir a la legua y el público ya pasa del número.

            Que al menos no sea aburrida a pesar de lo poco interesante de su propuesta, permite a 21 Black Jack conservar el estatus básico de película de usar y tirar.

 

Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 5.

El confidente

2 Feb

Los amigos de Eddie Coyle es la mejor novela negra que se ha escrito nunca. Hace que El halcón maltés parezca un juego de niños.”

Elmore Leonard

El confidente

El confidente

Año: 1973.

Director: Peter Yates.

Reparto: Robert Mitchum, Richard Jordan, Steven Keats, Alex Rocco, Joe Santos, Peter Boyle.

Tráiler

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              Era la época en la que se revisaba la figura del gángster de los roaring twenties desde una perspectiva romántica, los años en los que El padrino iba marcar un hito imborrable en el cine de mafias con lo que no es sino una visión torcida y deformada aunque aún arrebatadamente lírica y sugerente del sueño americano.

Era entonces cuando Peter Yates llevaba a cabo la adaptación cinematográfica de Los amigos de Eddie Coyle, el reverenciado debut literario de George V. Higgins, publicado poco tiempo atrás, y en el que el gángster, carente de cualquier trascendencia épica o trágica, no es más que otro currante anónimo con problemas en la oficina, las letras de una casa cochambrosa por pagar y una parienta con la que lidiar tras un degradante e insatisfactorio día de trabajo.

Porque quién no ha soñado veladamente con pertenecer a la familia Corleone o con fugarse con Bonnie para transgredir toda norma cívica y moral, mientras que, por el contrario, quién tendría los redaños suficientes para calzarse el fatigado pellejo del bueno de Eddie Coyle.

             El confidente –título que escoge variar el epígrafe compartido por libro y película en su versión original, de desarmante ironía- captura el alma sucia, hastiada, antiépica, antiética y antiestética del submundo reproducido por Higgins, experto conocedor de los bajos fondos del Boston de los finales de los sesenta y principios de los setenta por sus años de trabajo como fiscal y abogado.

Lo hará desde un respeto por el original que raya la literalidad en el caso de los diálogos, elemento fundamental del libro –componen más de las tres cuartas del mismo, especialmente alabados por su naturalidad, ritmo y frescura-, mientras que, al mismo tiempo, adopta la decisión de acentuar el aspecto más amargo de la vida criminal, a coste de disminuir en cambio la participación del contribuyente de a pie en ese juego sórdido y traicionero, por medio de la potenciación del carácter de un personaje concreto en perjuicio de otro bastante secundario pero decisivo en la resolución de la trama en la novela.

              En cualquier caso, Estados Unidos, las miserias de una cultura con el capitalismo y el individualismo como innegociables señas de identidad –todavía más explícitas en la posterior Mátalos suavemente, también recientemente llevada a la pantalla-, queda así reflejado por un ecosistema criminal y social con su propia cadena trófica en la que cada uno se aprovecha del prójimo, con sus propias relaciones de simbiosis, mutualismo y parasitismo.

El entrañable intermediario y pequeño autónomo Coyle (perfecto Robert Mitchum, con su rostro demolido y sus hombros hundidos por el peso de una vida cansada e ingrata), la competente banda de asaltadores de bancos, el altanero traficante de armas, el hermético y banal barman del garito donde se muñen los planes y el insaciable agente del FBI son los insignificantes peones de un tablero sin reyes, sin héroes, sin gestas y sin honor más allá del ir tirando con un par de dólares más en el bolsillo y, quizás, poder comprar una tele en color o disfrutar de un buen filete, unas cervezas y un partido de hockey hielo.

              Yates hace buena la novela de Higgins –lastrada en su versión española, al menos en la edición que tuve la oportunidad de leer, por una deplorable traducción- obrando en consecuencia a su tono y significado último, ofreciendo así una película prácticamente desnuda de aditamentos, distanciada, cruda, sencilla y directa, localizada no en ampulosos escenarios, sino en situaciones y lugares más propios del realismo costumbrista como es el fregadero de la cocina de una casa de clase obrera, el mismo habitáculo que, no en vano, habían servido para dar nombre a la generación de realizadores del Free Cinema británico, fieles al realismo y al cine como herramienta de análisis social. Siguiendo estas premisas, la banda sonora tan solo aparece a cuentagotas, de forma comedida en parte de los atracos o introduciendo un punto funky para presentar al chuleta de Jackie Brown. Apenas gotas en la aridez.

Al contrario que lo que había realizado en Bullitt -uno de los estandartes por derecho propio del estilizado y estimulante cine policíaco y de acción del momento-, Yates no busca la adrenalina artificial provocada por el uso del lenguaje cinematográfico. Más bien, huye de ella. Las acciones de sus personajes son tan nimias como ellos mismos, estudiadamente carentes de tensión, gloria o relevancia dramática más allá de lo que lleva implícita su naturaleza, imbuidas de un agrio aire de cotidianeidad.

El objetivo es atrapar al espectador por medio de la autenticidad. Lo consigue de sobra.

             Como resultado de estas notables novela y película, permanece la huella de un perdedor irreparable atrapado en un paisaje del todo desolador.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 8.

Los sustitutos

28 May

«Nuestro lema es ‘más humanos que los humanos’.»

Dr. Eldon Tyrell (Blade Runner)

Los sustitutos

Año: 2009.

Director: Jonathan Mostow.

Reparto: Bruce Willis, Radha Mitchell, Rosamund Pike, Ving Rhames, James Cromwell.

Tráiler

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            El futuro del ser humano es dejar de ser humano. El anhelo de eliminar todo lo que huela a perecedero, lo más prosaico de la cotidianeidad o lo analógico pasa irremediablemente por acabar también con nuestro propio cuerpo, sustituirlo por una estructura más perfecta, menos humana por definición. Así ocurre en el imaginario colectivo, con distopías vaticinadas desde la ciencia ficción de Isaac Asimov y Philip K. Dick hasta sus reiteradas traslaciones al cine; desde Metrópolis hasta los Terminators y los nuevos mundos y personalidades alternativas de la era digital plasmados en el celuloide.

            Los sustitutos, basada en el novela gráfica de Robert Venditti y Brett Weldele, y dirigida por Jonathan Mostow, precisamente realizador de la olvidable tercera película de la saga Terminator, recoge toda esta influencia: un mundo en el que las personas viven no a través de sus redes sociales, como ahora, sino de una especie de replicantes; unos robots todo cutis firme, sonrisas perfectas y músculos tonificados, infatigables, inmunes a daños físicos o emocionales.

Un punto de partida interesante que, sin embargo, no responde a ciertas preguntas básicas –al menos para un servidor-: ¿qué objetivo tiene estar horas tumbado en una sillón reclinable dirigiendo un cacharro sin siquiera poder estar en modo multitarea? ¿No es esto igual de trabajoso y pesado? ¿Acaso se ahorra siquiera esas largas horas muertas entre el trabajo y la vida cotidiana?

            Entrado ya en materia, Los sustitutos presenta una historia bien sabida: la premisa de que el error humano siempre prevalece y ha de ser otro imperfecto humano, debidamente descreído con la nueva religión, quien lo solucione. Nadie mejor para ello que Bruce Willis, el antihéroe predigital por excelencia, aquí detective de la policía de Boston con su inevitable tragedia sentimental y vida personal desastrosa a cuestas.

Un clásico de toda la vida contra una conspiración del futuro, prolija, no obstante, en lugares comunes y con olor a cómic en el mal sentido de la expresión, tal y como evidencian elementos como esa congregación minoritaria de luditas y su mesiánico líder de opereta, interpretado por un Ving Rhames caricaturesco, todo rastas y pose budista, y que, tras muchos años, vuelve a repetir duelo con Willis, esta vez  fuera del sórdido sótano de una dudosa casa de empeños.

             Así, las intrigas corporativas pasan justo el aprobado, estancándose en lo convencional en demasiadas ocasiones, mientras que el rodaje de la acción echa en falta una mayor garra y la parte ‘humana’ resulta plana e incluso ñoña, víctima de un mal llevado melodramatismo. Por otro lado, Bruce Willis cumple de sobra con un papel que conoce al dedillo y el maquillaje, garante de la lograda sensación de máquinas bien pulidas que desprenden esos sosias mecánicos, es digno de mención.

No obstante, estas contadas virtudes no evitan que perdure la sensación de que, de nuevo, se desaprovecha un planteamiento jugoso, con posibilidades de construir una crítica de rabiosa actualidad, porque ¿quién no ha visto con irritación como un compañero/amigo/pareja se abstrae con su iphone en medio de una actividad en grupo al aire libre?

Más interesante que entretenida.

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Nota IMDB: 6,2.

Nota FilmAffinity: 5,6.

Nota del blog: 5.

El indomable Will Hunting

24 Dic

“Ni una inteligencia sublime, ni una gran imaginación, ni las dos cosas juntas forman el genio; amor, eso es el alma del genio.”

Wolfgang Amadeus Mozart

 

 

El indomable Will Hunting

 

Año: 1997.

Director: Gus Van Sant.

Reparto: Matt Damon, Robin Williams, Minnie Driver, Ben Affleck, Stellan Skaarsgard.

Tráiler

 

 

            Aunque ya habían contado con papeles de cierta importancia, los actores y amigos Matt Damon y Ben Affleck no lograrían su confirmación como auténtico presente del star-system hollywoodiense hasta el éxito de El indomable Will Hunting, cinta de la cual se encargarán asimismo de escribir el libreto, a la postre galardonado con el Oscar.

            El indomable Will Hunting aborda la soledad del genio desde una vocación abiertamente populista y con ciertas pinceladas de conciencia social. Es la lucha de un joven (Matt Damon) predestinado a coronar grandes cimas en su existencia, dotado de una mente prodigiosa pero maldecido con una infancia sumida en un infierno de miseria y malos tratos, rico en inteligencia, pobre en recursos y sentimientos. Un lastre casi irreparable en su senda al éxito, a la felicidad; un camino que incluso él mismo se encarga de desandar, abrumado por el miedo a que el sueño se rompa, preso de un profundo desarraigo e inseguridad que oculta bajo una fachada de rebeldía y nihilismo.

Un pequeño Einstein descubierto por un profesor de Harvard –la élite económica, social y cultural-, quien considera confiar sus ganas de conquistar el brillante futuro que le corresponde a un hombre capaz de situarse en su piel y darle lecciones de vida: el peculiar psicólogo Sean Maguire (Robin Williams en el papel que adora, el de entrañable motivador de los desmotivados), otro diamante surgido de entre la basura también con su propia y pesada carga a cuestas.

            La virtud de El indomable Will Hunting -que no deja de ser una historia a grandes rasgos convencional, aunque bien diseñada por Damon y Affleck y rematada con elegancia por la versión más comercial del inconformista Van Sant- podría situarse en una cierta refundación con moraleja del mito del sueño americano, cuyo significado de éxito queda más enfocado hacia lo afectivo -colmar el alma- que hacia lo estrictamente profesional -el triunfo rockefelleriano de hacer un millón de un centavo-.

Aún así, quizás su faceta más natural y creíble –sobre todo comparada con la bastante ramplona historia de amor entre Damon y Driver- sea esos pequeños interludios de vida entre amigos de Hunting y su pandilla, de anécdota canallesca de bar de barrio bajo y orgullo de inmigrante irlandés desheredado –clave también en las futuras películas de Affleck como director-, con referencias de voluntad semibiográfica idealizada destinadas a facilitar, todo sea dicho, el lucimiento de ambos guionistas en la interpretación de unos personajes que sienten como suyos y a los que miran siempre desde el cariño y la condescendencia.

Correcta sería su mejor definición.

 

Nota IMDB: 8,1.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 7.

 

 

Bonus track: Elaboración real del guión de El indomable Will Hunting explicada en Padre de Familia (en el 04:03, que aquí no hay dios que suba un video).

 

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