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Ned Kelly

4 Nov

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Año: 1970.

Director: Tony Richardson.

Reparto: Mick Jagger, Clarissa Kaye-Mason, Mark McManus, Ken Goodlet, Diane Craig, Martyn Sanderson, David Copping, Bruce Barry, Tony Bazell, Frank Thring.

Tráiler

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         El forajido Ned Kelly constituye una figura principal en la mitología popular australiana, en cierta manera encarnación del espíritu forjador del país, en esta ocasión en alzamiento contra la autoridad colonial británica. Y es crucial no solo en su tradición histórica, sino también cultural, puesto que, en 1906, en The Story of the Kelly Gang, será el objeto de una de las películas fundacionales del cine de Australia, que curiosamente había obtenido su independencia cinco años antes, casi al mismo tiempo que el nacimiento del cinematógrafo.

         Equiparable en esencia a las leyendas del western estadounidense como Jesse James, enfrentadas enconadamente contra las injerencias de un poder opresor, Ned Kelly será recuperado a lo largo de los años en diversas producciones -la última, La verdadera historia de la banda Kelly, estrenada de prácticamente de soslayo este verano-. En el caso que aquí nos ocupa, se trata de una cinta dirigida por Tony Richardson, uno de los nombres propios del Free cinema británico que, después de encadenar una serie de fracasos, llegaba desde la metrópoli para releer el mito en clave pop y, además, coetánea, ya que la revuelta del fuera de la ley en el territorio de Victoria encuentra paralelismos -incluidas alusiones directas a los unionistas- con el comienzo de The Troubles en Irlanda del Norte.

En refuerzo de esta idea, será Mick Jagger quien encarne al bandido de ascendencia irlandesa, como equiparando esa rebeldía contra la Corona condenada de antemano a la horca -el filme comienza de hecho por el ‘The End’- al cautivador malditismo de la estrella rock. Los ídolos del pueblo. Hasta, de inicio, tenía cabida en el reparto Marianne Faithfull, por entonces pareja del ‘frontman’ de los Rolling Stones -quienes por lo visto renunciaron a participar en el festival de Woodstock a causa de este trabajo actoral de Jagger-, si bien hubo de ser reemplazada debido a sus problemas con la droga.

         Richardson, que en su día ya había entregado una relectura iconoclasta de Tom Jones, cuenta las andanzas de Kelly y su grupo desde un estilo cercano al western sucio que, por aquellas fechas, realizaban cineastas como Sam Peckinpah -hay un juego pretendidamente cómico con el ritmo de la imagen que se veía en La balada de Cabel Hogue, estrenada ese mismo 1970, aunque también con antecedentes precisamente en Tom Jones-. Una irreverencia que se traslada a una narración informal, de montaje anárquico, que a la postre sume el relato en un evidente caos en el que resulta desastrosamente complicado identificar qué ocurre, quiénes están implicados y qué es lo que se pretende.

A la par, de la mano de la presencia de un astro musical en el elenco y del empleo de cantantes a modo de bardos elegíacos en la banda sonora, Ned Kelly también se emparenta con esa sensibilidad contemporánea, pop como decíamos, que se abría paso en Dos hombres y un destino y que cuenta con ejemplos posteriores como Los vividores o, volviendo a Peckinpah, Pat Garrett y Billy the Kid, la cual tenía su propia estrella invitada, Bob Dylan. Sin embargo, la elección aquí de dos cantantes de country estadounidense, Shel Silverstein y Waylon Jennings, juega contra la idiosincrasia de la obra.

Asimismo, Ned Kelly asume ese aire lisérgico que flotaba en el ambiente de la época, desde la marciana interpretación de Jagger hasta, anclándose en la historia, ese desenlace alucinado donde el ‘bushranger’ y sus acompañantes combaten a la policía enfundados en armaduras metálicas de aspecto medieval, lo que al menos entrega una escena ciertamente singular.

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Nota IMDB: 5,1.

Nota FilmAffinity: 4,3.

Nota del blog: 4,5.

La hora final

10 Jul

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Año: 1959.

Director: Stanley Kramer.

Reparto: Gregory Peck, Ava Gardner, Anthony Perkins, Fred Astaire, Donna Anderson, John Tate, Lola Brooks, John Meillon.

Tráiler

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          En octubre de 1962, el mundo contenía la respiración ante la crisis de los misiles cubanos, que había calentado las tensiones de la Guerra Fría hasta empujarla al borde de un conflicto nuclear en el que, en base a la teoría de la destrucción mutua asegurada que sugería el potencial armamentístico de los Estados Unidos y la Unión Soviética, nadie sabía qué podía ocurrir realmente; si la vida en la Tierra estaba garantizada después del estallido de la última bomba.

«Todavía hay tiempo hermano», advertía en sus últimos fotogramas La hora final, que tres años antes trataba de elevar la voz contra una escalada de tintes apocalípticos recurriendo para ello al poder del gran medio de comunicación de masas: el cine. Su influencia, a tenor de los acontecimientos, se diría limitada, a pesar de la ascendencia sobre el pensamiento colectivo que pudieran tener rostros como el de Gregory Peck, una de esas estrella del séptimo arte que, a la par, había logrado erigirse en una referencia de los valores morales de una sociedad democrática y progresista, además de haberse manifestado en contra de la proliferación de las armas nucleares e incluso, en una opinión valerosa, de su empleo contra Japón en la Segunda Guerra Mundial. Esta era también la lucha emprendida desde los oscuros tiempos del maccarthismo por uno de los grandes baluartes de la denominada generación del compromiso: Stanley Kramer, primero productor y luego director. El propio lanzamiento del filme se convirtió en un acto político. Moscú fue una de las ciudades elegidas para su premiere global, algo nunca visto hasta entonces. En un pase especial, junto con los dignatarios soviéticos asistieron el embajador estadounidense en el país y el propio Peck.

          Quizás en esta línea, La última hora no culpa a ninguno de los dos bloques del accidente que desencadena un apocalipsis del que solo sobrevive Australia, donde no obstante se espera que llegue la radiación atómica a pocos meses vista para rematar con los últimos vestigios del ser humano. De hecho, su principal hipótesis reduce todo a un incidente tan tonto como inevitable debido a la extrema tensión bélica del periodo. Su punto de vista tampoco se centra en cómo se afronta este tiempo de vida de prestado desde el punto de vista colectivo, sino a pequeña escala, desde la intimidad, pese a ser la primera producción de postín en abordar el tema.

La última hora es, en definitiva, un drama muy contenido y hasta anticlimático. No hay una espectacularización de la destrucción; la narración surge a posteriori del incidente y las huellas del apocalipsis apenas se diseminan en forma de coches abandonados y, en el territorio desaparecido, como calles desiertas y pavoroso vacío. No hay histeria, sino una extraña y desconcertada resignación, que no entiendo como un fallo de intensidad, sino como un refuerzo del pesimismo y la insodable tristeza que cala paulatinamente en el filme. La construcción psicológica de los personajes hace que estos, incluso, tarden en afrontar directamente la muerte inexorable. Se niegan a escuchar, rechazan la realidad o beben hasta anularse. Lo mismo se aplica a la esperanza, ilógica, descartada o difícilmente sostenida. Hay aspectos sumamente agresivos en este sentido, como la distribución gubernamental de píldoras para el suicidio.

          Sobre estas constantes se mueven las reacciones de unos personajes a los que se les desmoronan las últimas barreras de una vida que acaso ya carece de sentido, o que al contrario, acotada en un espacio terriblemente finito, concentra todo su significado. Es una desesperación que el relato infiltra con suma paciencia, al ritmo en el que parecen asumirla los personajes, cada uno a su manera. De este modo, sus relaciones y sus acciones van cobrando una mayor trascendencia, en paralelo a la potencia del alegato pacifista del discurso, y algunos, como la cínica, alcoholizada y sensible mujer que interpreta una carnal y fascinante Ava Gardner, alcanzan una especial potencia conmovedora.

Menos lucidas son, en cambio, decisiones de realización como el abuso del plano holandés para reflejar la desorientación de los protagonistas, el tosco uso del plano circular en una escena de por sí hermosa con el empleo fuera de campo del Waltzing Matilda o la cierta torpeza para finiquitar con fluidez las tramas en el desenlace.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 8.

La propuesta

3 Abr

La propuesta

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Año: 2005.

Director: John Hillcoat.

Reparto: Guy Pearce, Ray Winstone, Emily Watson, Danny Huston, David Wenham, John Hurt, Robert Morgan, David Gulpilil, Tom Budge, Tommy Lewis, Richard Wilson.

Tráiler

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           La propuesta, segunda colaboración entre John Hillcoat y Nick Cave después de Ghosts… of the Civil Dead -y obviando la filmación del concierto Live at the Paradiso y el video musical Baby I’m on Fire-, provino precisamente de una propuesta: la que director le hizo al músico -y guionista a tiempo parcial- para componer una banda sonora de corte westerniano que, al final, trajo consigo su propio libreto bajo el brazo.

Será un western, no obstante, en una frontera al Oeste del Oeste, acorde a la raigambre australiana de ambos. Los paisajes desérticos del Outback conforman así un escenario igual de sobrecogedor, dueño incluso de un esoterismo exótico y perturbador que deslizará el relato, poco a poco, hacia territorios metafísicos.

           El villano de La propuesta es un monstruo legendario que se guarece en las caprichosas formaciones rocosas del paisaje, en comunión y comunicación con la naturaleza, renegado de y repudiado por la incipiente civilización que ansía instaurar por lo civil o lo criminal el capitán Stanley, recién llegado a una colonia agreste, aún fiel a su origen como continente-penitenciaría.

Sin embargo, en La propuesta las categorías dramáticas se diluyen en una pátina de surrealismo cercano al acid-western y sus pulsiones de muerte, la cual se desarrolla a  lo largo del trayecto del forajido Charlie Burns (Guy Pearce), agente del destino histórico y personal, y el dilema que le plantea su misión forzada. Quizás hubiera sido mejor ubicar a un actor con más presencia que Danny Huston al final de esta cabalgada al corazón de las tinieblas.

           Se podría sospechar la influencia de la prosa solemne, telúrica y metafísica de Cormac McCarthy en los fotogramas del filme, reforzada por el hecho de que Hillcoat llevaría luego a la pantalla una de sus novelas: La carretera (The Road), otro itinerario apocalíptico.

La propuesta dibuja un universo ancestral y terrible contra el que trata de abrirse paso una no menos violenta sociedad moderna, cuya falta de piedad e incluso sinrazón se advierte en su primitiva concepción de la Justicia y, en especial, en el conflicto abierto y sangrante entre colonos y aborígenes. De este choque nacen asimismo detalles instalados en el absurdo -el jardín inglés, el vestuario del mayordomo, la celebración de la navidad…- y que refuerzan la atmósfera irreal que dominan una obra con encomiable personalidad.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 7,5.

Lantana

9 Mar

“Nunca nada es tan claro como se ve en el cine. La mayoría de las personas no saben lo que desean o lo que sienten. Solamente en las películas se sabe bien cuáles son los problemas y cómo resolverlos.”

John Cassavetes

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Lantana

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Lantana

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Año: 2001.

Director: Ray Lawrence.

Reparto: Anthony LaPaglia, Geoffrey Rush, Barbara Hersey, Kerry Armstrong, Rachel Blake, Vince Colosimo, Daniela Farinacci, Leah Purcell, Peter Phelps.

Tráiler

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             Son confecciones frágiles las historias cruzadas. De corte popular y al mismo tiempo con apariencia de alta costura, elocuentes o incluso explícitas en las pretensiones de su estilo, en muchos casos resulta fácil que se le descosan las mangas o las solapas de la pechera a poco que se las zarandee para comprobar su solidez, tal es la debilidad de su bordado, espectacular pero en exceso forzado para el complicado encaje de sus componentes.

En Lantana, saltan a la vista las costuras que articulan la creación de Andrew Bovell, autor de la obra teatral original y el posterior guion cinematográfico. La artificiosidad con la que se empalman sus piezas, destinadas a conformar un conmovedor puzle acerca de los males psicológicos y espirituales que aquejan a la sociedad occidental contemporánea, se descompone al ser incapaz de hacer verosímil la entidad de cada uno de ellos como criaturas independientes respecto del discurso global –algunas de ellas son de hecho inservibles y solo acumulan metraje innecesario-.

Encerradas en esa telaraña de relaciones cruzadas, se percibe en efecto la atmósfera viciada y asfixiante en la que penan sus días, pero transitan por ella como monigotes de paja movidos por hilos. Por esos hilos que cuelgan de las costuras a la vista, claro.

             A través del reparto coral y de sus respectivos fragmentos de existencias vacías, Lantana aspira a capturar el miserable marasmo del mundo, al estilo, aunque con menor intensidad, de películas que convergen en un espacio relativamente breve de tiempo y por lo general alabadas todas ellas por la crítica y los galardones –al menos en su momento de estreno-, como Short Cuts (Vidas cruzadas), Grand Canyon (El alma de la ciudad), Happiness, Magnolia, 21 gramos o Crash (Colisión).

             Así, afloran en el libreto un compendio de traumas interiores y unversales, caso de la rutina cotidiana y la desidia del desencanto, la soledad, el fracaso del matrimonio y de la unidad familiar tradicional, las represiones personales, los prejuicios hacia el Otro, la cobardía de cargar las afrentas de la propia vida contra quien se tiene más a mano y es más sumiso respecto a esta crueldad de alcoba. Brotan desbocados toda vez que los muros que los contenían han sido definitivamente dinamitados por un traumático incidente compartido –un factor de demolición que también emplean alguna de los filmes antes citados y, a su modo, otras cintas sobre las oscuridades ocultas tras las idílicas fachadas de la comunidad como Crimen al atardecer o la serie Twin Peaks-.

Son numerosos los enemigos del ciudadano de hoy, advierte Lantana, y las respuestas que trata de ofrecerle, orgullosa ella, no pasan del moralismo elemental o del romanticismo más romo y perezoso, a la manera de un pobre e insulso manual de autoayuda.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 4.

Mountains May Depart

11 Nov

“El peor enemigo de la revolución es el burgués que muchos revolucionarios llevan adentro.” 

Mao Zedong

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Mountains May Depart

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Mountains May Depart

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Año: 2015.

Director: Jia Zhang-ke.

Reparto: Zhao Tao, Zhang Yi, Liang Jin Dong, Dong Zijian, Sylvia Chang.

Tráiler

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             La filmografía de Jia Zhang-ke compone un fresco colosal sobre la China contemporánea y su ciclópea escalada a la cúspide del poder mundial. Es sin embargo un retrato disidente, que con innegociable coherencia sospecha del entusiasmo generalizado y, en cambio, se detiene a analizar con lucidez y profundidad las transformaciones, o no, que experimenta de la sociedad sometida a sus efectos. Como buen observador, Jia Zhang-ke es escéptico hacia los milagros, que siempre requieren un sospechoso acto de fe y la voluntad colectiva de comulgar con ruedas de molino. Sus anotaciones son, por supuesto, aplicables tanto para éste como para otros volátiles prodigios económicos del mundo actual.

             Jia Zhang-ke avanza con Mountains May Depart en su crónica social, cultural y económica del gigante asiático vertebrando su discurso a través de una cronología que encadena, rima y hace dialogar el pasado, el presente y el futuro del país. Desde la moribunda y eternamente empobrecida clase proletaria, depredada por el capitalismo arrogante e insaciable, hasta la progresiva pérdida de la identidad nacional y el imperativo retorno a las raíces que el autor prevé para un provenir inmediato, a diez años vista.

             No le falta ambición a la propuesta, a pesar de que, sin renunciar a la exploración formal –la inserción de fotogramas documentales de siniestro patetismo- y del abundante empleo de símbolos y alegorías como recurso expresivo, quizás sea una obra relativamente sencilla, concisa y en definitiva asequible dentro de la trayectoria de Jia Zhang-ke.

Con un esquema semejante al que había planteado en Platform, su tercer largometraje, Mountains May Depart engarza tres episodios –pasado, presente y futuro- en el que cada protagonista, cada tono narrativo y cada formato de imagen sirve para definir su respectivo contexto. Así, el filme parte desde un triángulo amoroso escenificado en la provincia natal del director, la humilde Shanxi, y en el que las inesperadas notas de comedia romántica se van agriando a medida que los tres vértices del mismo –un empleado de la mina de carbón, una vitalista muchacha y un enriquecido hombre de negocios- se desequilibran, deformando la figura y todo lo que viene a continuación. Que, en concreto, será un drama familiar acerca del irreparable distanciamiento entre generaciones en medio de un ambiente de opulencia propio de nuevos potentados y, por último, una reflexión a propósito de la despersonalización instigada por la globalización, de la irrelevancia moral de la riqueza y del imperativo de la libertad.

Son las tres visiones y alegorías manifiestas de la realidad china, acaso demasiado tópicas ya en este tercer capítulo de la función, ambientado en Australia –el desarraigo literal, puesto que además está protagonizado por hijos de emigrantes que asisten a clases para reaprender su idioma y su cultura, entre otras cosas- y que es el que peor funciona de todos ellos, más plano, menos convincente y menos poderoso que sus antecesores.

             Según avanza el metraje y China se regodea en los dólares del turbocapitalismo -como es supuesta obligación de cualquier otro Estado próspero y feliz que dese cumplir el sueño marcado por el sistema hegemónico-, Mountains May Depart se impregna de un melancólico pesimismo que, de acuerdo con el cuaderno de ruta de Jia Zhang-ke, es la parada a la que conduce el camino emprendido tiempo ha, en la última primavera del siglo anterior.

De tal manera que, volviendo la vista atrás, indagando con independencia y espíritu crítico en la actualidad e intuyendo con sentido común las probabilidades del futuro por venir, uno puede descubrir que el descuartizamiento, subasta y desaparición de las ilusiones de un pueblo bien caben entre dos coreografías antagónicas del Go West –ve al Oeste, conviértete en el Oeste- de los Pet Shop Boys.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 7.

Mad Max: Furia en la carretera

27 May

“¡Max, estás hecho una pena!”, le cantaba Siniestro Total. Después de treinta años perdido entre las arenas posatómicas, Mad Max vuelve más loco que nunca para sembrar Furia en la carretera. Y arranca motores en Ultramundo: ¡Sed testigos!

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Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno

11 May

“Un mal western es el que cuenta una historia que podría ocurrir en cualquier parte.”

Howard Hawks

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Mad Max 3,

más allá de la cúpula del trueno

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Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno

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Año: 1985.

Director: George Miller.

Reparto: Mel Gibson, Tina Turner, Helen Buday, Angelo Rossitto, Angry Anderson, Frank Thring, Robert Grub, Bruce Spence.

Tráiler

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           Cumpliendo una deriva frecuente en las trilogías cinematográficas -donde el tercera capítulo acostumbra a reincidir en la fórmula si bien quedándose con el símbolo superficial de la franquicia y rehusando los matices que originalmente le aportaban color-, Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno recuperaba al jinete errante del postapocalipsis australiano para, al igual que en el segundo episodio de la saga, ofrecerle una nueva redención de la mano, otra vez, de unos personajes infantiles que encarnan la pureza auténtica del hombre frente a los vicios de la civilización, aquí revivida a duras penas por un poblado comercial superviviente gracias a la energía del estiércol porcino.

           Por tanto, se repite con grandes semejanzas ese esquema de tintes western de Mad Max 2, el guerrero de la carretera, tanto así que incluso en ésta continuación Max Rockatansky pierde el nombre para ahondar en su parentesco con el antihéroe anónimo que protagonizase la Trilogía del dólar de Sergio Leone.

Por el contrario, el tono del filme muta por completo para abrirse a una aventura de corte más familiar: se reduce el peso de la acción, la violencia adquiere rasgos tebeísticos o acontece fuera de campo y, en general, el guion se encuentra bañado de un humor blanco en el que, no obstante, también sobresalen dosis de saludable ironía, ideales para contrarrestar adecuadamente este viraje antitético al pesimismo y la inquietante agonía que dominaba seis años atrás Mad Max, salvajes de la autopista. Siguiendo esta línea, la película parece conducir hacia cierta resurrección que ya se aventuraba en su inmediata predecesora, de nuevo con Max como figura mitológica fundacional.

           En cualquier caso, la narración de Miller –que sería ampliamente auxiliado en el rodaje por George Ogilvie debido a su depresión por la muerte en accidente de Byron Kennedy, productor de la serie- atesora ritmo e imaginación. Cualidades que hacen del filme una obra muy entretenida y que a pesar de la evolución hacia una mayor amabilidad -bastante menos interesante dentro del conjunto de la saga-, todavía es dueña de ese insólito y característico carisma australiano.

Y eso que, ligado a la financiación americana, su elenco incorpora una presencia estelar llegada desde el otro lado del Pacífico, Tina Turner, quien proveerá asimismo el tema principal de la película, de gran éxito comercial. Los guiños musicales de Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno, no se detienen ahí, aunque sí se prolongan en un territorio más local: Angry Anderson, líder del grupo australiano de rock Rose Tattoo, encarna a uno de los divertidos villanos de la función.

 

Nota IMDB: 6,2.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 6,5.

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