Año: 1970.
Director: Tony Richardson.
Reparto: Mick Jagger, Clarissa Kaye-Mason, Mark McManus, Ken Goodlet, Diane Craig, Martyn Sanderson, David Copping, Bruce Barry, Tony Bazell, Frank Thring.
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El forajido Ned Kelly constituye una figura principal en la mitología popular australiana, en cierta manera encarnación del espíritu forjador del país, en esta ocasión en alzamiento contra la autoridad colonial británica. Y es crucial no solo en su tradición histórica, sino también cultural, puesto que, en 1906, en The Story of the Kelly Gang, será el objeto de una de las películas fundacionales del cine de Australia, que curiosamente había obtenido su independencia cinco años antes, casi al mismo tiempo que el nacimiento del cinematógrafo.
Equiparable en esencia a las leyendas del western estadounidense como Jesse James, enfrentadas enconadamente contra las injerencias de un poder opresor, Ned Kelly será recuperado a lo largo de los años en diversas producciones -la última, La verdadera historia de la banda Kelly, estrenada de prácticamente de soslayo este verano-. En el caso que aquí nos ocupa, se trata de una cinta dirigida por Tony Richardson, uno de los nombres propios del Free cinema británico que, después de encadenar una serie de fracasos, llegaba desde la metrópoli para releer el mito en clave pop y, además, coetánea, ya que la revuelta del fuera de la ley en el territorio de Victoria encuentra paralelismos -incluidas alusiones directas a los unionistas- con el comienzo de The Troubles en Irlanda del Norte.
En refuerzo de esta idea, será Mick Jagger quien encarne al bandido de ascendencia irlandesa, como equiparando esa rebeldía contra la Corona condenada de antemano a la horca -el filme comienza de hecho por el ‘The End’- al cautivador malditismo de la estrella rock. Los ídolos del pueblo. Hasta, de inicio, tenía cabida en el reparto Marianne Faithfull, por entonces pareja del ‘frontman’ de los Rolling Stones -quienes por lo visto renunciaron a participar en el festival de Woodstock a causa de este trabajo actoral de Jagger-, si bien hubo de ser reemplazada debido a sus problemas con la droga.
Richardson, que en su día ya había entregado una relectura iconoclasta de Tom Jones, cuenta las andanzas de Kelly y su grupo desde un estilo cercano al western sucio que, por aquellas fechas, realizaban cineastas como Sam Peckinpah -hay un juego pretendidamente cómico con el ritmo de la imagen que se veía en La balada de Cabel Hogue, estrenada ese mismo 1970, aunque también con antecedentes precisamente en Tom Jones-. Una irreverencia que se traslada a una narración informal, de montaje anárquico, que a la postre sume el relato en un evidente caos en el que resulta desastrosamente complicado identificar qué ocurre, quiénes están implicados y qué es lo que se pretende.
A la par, de la mano de la presencia de un astro musical en el elenco y del empleo de cantantes a modo de bardos elegíacos en la banda sonora, Ned Kelly también se emparenta con esa sensibilidad contemporánea, pop como decíamos, que se abría paso en Dos hombres y un destino y que cuenta con ejemplos posteriores como Los vividores o, volviendo a Peckinpah, Pat Garrett y Billy the Kid, la cual tenía su propia estrella invitada, Bob Dylan. Sin embargo, la elección aquí de dos cantantes de country estadounidense, Shel Silverstein y Waylon Jennings, juega contra la idiosincrasia de la obra.
Asimismo, Ned Kelly asume ese aire lisérgico que flotaba en el ambiente de la época, desde la marciana interpretación de Jagger hasta, anclándose en la historia, ese desenlace alucinado donde el ‘bushranger’ y sus acompañantes combaten a la policía enfundados en armaduras metálicas de aspecto medieval, lo que al menos entrega una escena ciertamente singular.
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Nota IMDB: 5,1.
Nota FilmAffinity: 4,3.
Nota del blog: 4,5.
Contracrítica