Año: 1993.
Director: Martin Scorsese.
Reparto: Daniel Day-Lewis, Michelle Pfeiffer, Winona Rider, Miriam Margolyes, Alec McCowen, Richard E. Grant, Stuart Wilson, Siân Phillips, Geraldine Chaplin, Michael Gough, Alexis Smith, Mary Beth Hurt, Jonathan Pryce, Robert Sean Leonard, Joanne Woodward.
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Sostiene Martin Scorsese que La edad de la inocencia es su obra más violenta. Pero la suya no es la violencia impulsiva y estridente de su cine de gángsteres, sino una violencia refinada, basada en pequeños ademanes e insinuaciones que solo reconocen los iniciados en la alta sociedad neoyorkina. En el fondo, igual de visceral; casi tan destructiva.
La edad de la inocencia es también la primera incursión de Scorsese en esa especie de sustrato mitológico de su amada megalópolis, la cual prolongará luego en Gangs of New York. Esta última, sangre, sudor y barro, representa la dimensión opuesta a la aquí comentada, en la cual el cineasta ilustra un Olimpo habitado por dioses que se relacionan entre deslumbrantes bailes de gala, lujosos banquetes y exclusivos periodos de asueto en casas de campo.
Desde la ambientación de época, Scorsese se detiene con entusiasmo en el detalle de ostentación, en el gusto por la sofisticación, tan meticuloso como podría serlo Luchino Visconti en sus recreaciones históricas. Hay una razón de ser en esa exhibición ornamental, en este coqueteo con el esteticismo, puesto que es uno de lo signos a partir del cual se expresa ese estricto sistema de jerarquías y protocolos que define y condiciona el lugar de cada individuo, tan estricto como los ciclos que marcan, con sus respectivos rituales, el paso de los días y los años. La artificiosidad de sus formas y la ociosa banalidad del estilo de vida se mimetizan con los melodramas desgarrados que presencian cada temporada en la ópera. La vida en sociedad como otro espectáculo público. Quizás por ello también encaja a la perfección la voz en off que guía al espectador por el escenario, las acciones y las emociones.
A la par que entreteje con precisión de orfebre esta tupida tela de araña, Scorsese va moviendo las piezas para situarlas en un opresivo y frustrante laberinto. Newland Archer se debate entre la tradición que encarna su prometida y la ruptura que trae consigo la condesa Olenska -tres excelentes interpretaciones de Daniel Day-Lewis, Winona Rider y Michelle Pfeiffer-, después de que esta última resurja como una irrupción perturbadora en este mundo estanco que se pudre dentro de sus fastuosos trajes y sus deslumbrantes oropeles. La edad de la inocencia recorre ese tortuoso camino de sutiles obstáculos e incluso despiadadas crueldades que se rastrean bajo la aparatosidad de los decorados. La miseria moral bajo la riqueza material. La decadencia tras los fastos.
La pasión de Archer y Olenska está contenida en una olla a presión que amenaza con reventar por cualquier lado. El objetivo los aisla en un imposible rincón silencioso, el crepitar del fuego arrecia de fondo cuando el deseo se encuentra a flor de piel. Dentro de la frialdad sentimental que imponen los códigos sociales, La edad de la inocencia logra ser un filme muy sensorial -el trabajo con el sonido, la evocación del olor, el tacto-, con erotismo aprisionado en gestos mínimos que apenas consiguen liberar parte de la tensión emocional -una pregunta al aire, acercarse para ayudar a ponerse el abrigo, desabotonar un guante para revelar el interior de la muñeca-.
El romance posee la intriga propia de la lucha de dos personas que se rebelan contra una conspiración que confabula para arrebatarles todo desde su mera capacidad de condicionamiento. De despojarles del presente y hasta del futuro, a pesar de que el desenlace revela la vana e inane frivolidad que se detecta fácilmente desde fuera de la jaula de oro. «Como si alguien se acordara ya de esas cosas», sentencia dolorosamente quien no ha vivido en carne propia estas refinadas violencias que se imprimen a fuego, dejando una profunda, traumática e indeleble cicatriz en las vidas de sus víctimas.
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Nota IMDB: 7,2.
Nota FilmAffinity: 7.
Nota del blog: 9.
Es manierista y vacía. Creo que de tanto pretender sutileza no transmite nada o casi nada. Exceptuando la banda sonora, tres o cuatro apartados técnicos, y la presencia agradable de varios intérpretes, es difícil salvar algo. Los ingredientes pueden ser buenos, pero si la receta es equivocada no se va a ninguna parte. El guiso es empalagoso cuando no indigesto.
Saludos.
Lo de manierista y empachosa lo puedo entender, aunque a mí me parezca que ese manierismo está cargado de sentido y, en vez de empachosa, yo la encuentre fascinante. Lo que no me parece en absoluto es una película vacía.
¡Un saludo Deckard! ¡Espero que vengan bien dadas las cosas y el cine en 2021!
Sí. Yo creo que sí es vacía. Todo el contenido que a los que os gusta le soléis encontrar esta en la novela (que también es bastante hueca). Se supone que la novela de Edith Wharton pretende ser una obra en la que fondo y forma subrayan simultáneamente la superficialidad de la alta burguesía neoyorquina de la época. Y Scorsese no sabe remontar ese defecto de base. Yo ahí veo mucha forma y poco fondo. El poco fondo que hay se adivina lejanamente y solo de manera puntual por el esfuerzo de algunos actores. Se supone que Archer es un prisionero de las convenciones. Pues bien, por qué no las rompe?. Todo es muy acartonado. Incluso el esteticismo barroco de Scorsese inspira rechazo. No somos nosotros como espectadores quienes tenemos que sentir esa opresión y acartonamiento, sino los personajes. Y se nota que los actores están incómodos en esa tesitura, prisioneros de sus apretados trajes. Parece que están todos como componiendo un cuadro, impávidos, como posando para la cámara de Kubrick en «Barry Lindon» para no salirse de foco. El cine es algo más que una colección de postales bonitas de época. Es más, yo casi diría que es la antítesis de eso.
En fin. Discrepamos. Pero no pasa nada. Seguiremos debatiendo en 2021.Un saludo a todos, y feliz Año Nuevo, amigo.
Que no pueda o quiera romper esas férreas normas del Olimpo de los dioses lo veo parte del conflicto en lo que se encuentra. Pero, insisto, entiendo que pueda resultar acartonada, aunque a mí no me lo resultase. Y eso que iba con prevenciones, que el cine de época y de alta sociedad no suele apetecerme gran cosa.
Feliz año, Deckard, y eso, que sigamos debatiendo con salud y con buen gusto jeje.
Querido crítico abúlico, feliz añoooooo.
Ya sabes mi especial querencia por la obra de Scorsese. Y en mi amor apasionado entra esta película, que por cierto va siendo hora de que la revisite de nuevo. Pero son tantas las sensaciones que recuerdo, que la mantengo fresca en la memoria en muchos aspectos…, y sobre todo ¡es tan rico el análisis de dicha película! Y esa violencia social de la que habla la película está tan bien reflejada…
Qué gusto cuando la voz en off está bien empleada como ocurre en esta película. En su momento escribí que el director plantea todo un estudio antropológico del comportamiento humano y es esa voz la que va informando de las relaciones sociales y su funcionamiento en esa comunidad. Como curiosidad reseñar que la dueña de esa voz en la versión original era Joanne Woodward y consigue que se la quiera escuchar.
Recuerdo otro libro fascinante sobre la comida en el cine, y una de las películas analizadas en profundidad era, precisamente, La edad de la inocencia.
Por otra parte, me chifla el díptico histórico que se plantea con la presencia de Daniel Day Lewis como protagonista, y ese Nueva York del siglo XIX con La edad de la inocencia y Gangs of New York (una película que defiendo con fervor, a pesar de sus muchos detractores). Tanto Archer como El carnicero son dos personajes apasionantes para realizar un interesante estudio de caracteres.
Beso
Hildy
Sí, la verdad es que Scorsese se detiene muchísimo en los platos que van sacando en los banquetes. Da para monografía casi.
Es curiosa esa comparación entre personajes de Day-Lewis, porque son prácticamente antitéticos: uno reflexivo y el otro brutal, uno signo del cambio de los tiempos y otro titán de un mundo que se extingue. Quizás haya algo buscado por ahí, quién sabe.
¡Besos y feliz año, Hildy!