Año: 2018.
Director: Gaspar Noé.
Reparto: Sofia Boutella, Romain Guillermic, Souheila Yacoub, Kiddy Smile, Claude Gajan Maull, Giselle Palmer, Taylor Kastle, Thea Carla Schott, Sharleen Temple, Lea Vlamos, Alaia Alsafir, Kendall Mugler, Lakdhar Dridi, Adrien Sissoko, Mamadou Bathily.
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En tiempos mozos, había una amiga punky que me invitaba a ir a las raves de sus colegas. A pesar de lo que me gustaba la chica, yo le razonaba que no era buena idea porque ellos podían pasarse una semana de jarana, drogopropulsados, mientras que yo, que utilizaría kalimotxo como combustible, para el primer amanecer ya iba a entrarme el hartazgo y las ganas de irme a casa. No hay nada más enervante que estar plantado en una fiesta funcionando a distinto ritmo que el resto de la gente. Lo que en sus cabezas se percibe como un momento genial y divertido, en la mirada del sobrio -o peor, del protoresacoso- se convierte en actitudes irritantes e inaguantables. Climax es algo parecido. Gaspar Noé reutiliza la historia de un grupo de danza al que le drogaron la bebida a mediados de los noventa para construir su nuevo acto de provocación.
Después de una presentación por medio de entrevistas y de la explicitación de referencias cinematográficas, Noé prepara tres ambientes: un número de despedida del curso que da comienzo a la fiesta, una serie de conversaciones en las que se comienza a cuestionar conceptos sociales -la patria, Dios, las relaciones, el sexo-, revelando en parte el polvorín sobre el que están todos asentados, y una posfiesta lisérgica donde la perspectiva se encuentra ya completamente desquiciada.
La realización y el empleo de la banda sonora va alterándose de una a otra. La primera se organiza mediante un plano secuencia a través del que se exhiben las habilidades del elenco como bailarines -solo Sofia Boutella y Souheila Yacoub poseían además experiencia interpretativa-, con una coreografía que va más allá de la danza para trasladarse orgánicamente a los movimientos de la cámara y de los actores sobre el escenario, que es el inquietante interior de un colegio.
La gramática del segundo tramo ofrece una ruptura con lo anterior, elaborada con planos fijos sobre parejas o grupos de personajes que conversan íntimamente y que saltan de unos a otros con pronunciados cortes de edición que funcionan prácticamente como flashes, mientras que la música electrónica decae o se torna machacona, maquinal.
Un plano cenital sostenido y la anómala irrupción de los títulos de crédito -Noé es un cineasta al que le gusta exhibir su presencia, la cual se manifiesta también en las agresivas consignas que se sobreimpresionan en pantalla apuntalando las desasosegantes evoluciones de la trama- dan paso a ese estado de trance que ocupa toda la segunda mitad del metraje. De nuevo, está rodado en plano secuencia -esto es, el recurso que equipara la visión del espectador a la de un personaje dentro del escenario-, esta vez entre colores fuertes que manan de una iluminación artificial, signo de esa percepción alterada a la que también se puede asociar la distorsión de los temas que suenan de fondo. La medida coreografía del tercio inicial queda transformada ahora en caos, ruidos y comportamientos animalizados; planos que llegan a voltear el fotograma para revelar el infierno que se ha magnificado por los estupefacientes y el encierro de este grupo humano junto a sus violentas pulsiones, primarias, retorcidas o dislocadas.
Es decir, que la forma es, en sí misma, la narrativa de Climax, calculadísima, marcada y evidente dentro de esa aparente anarquía del delirio. Una forma que busca narcotizar, que se comparta la experiencia extrema junto con los protagonistas de esta alucinación colectiva, que camina hechizada hacia la abstracción.
La hipnosis, en definitiva, es esencial para participar de este estado mental y moral alterado. El riesgo es que, si uno queda fuera, sobrio, va a pasar hora y media junto a unos notas haciendo el indio entre luces estroboscópicas y de colores, lo que termina siendo exasperante -y un poco ridículo-. Aun así, sigue habiendo detalles inquietantes, como ese bailarín cuya flexibilidad impide saber a ciencia cierta si está de frente o de espaldas, o los gritos de un niño perdido en medio de este arrebato psicótico.
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Nota IMDB: 7,1.
Nota FilmAffinity: 6,7.
Nota del blog: 4,5.
En mi opinión de lo que no hay duda es de que el cine de Noe incomoda bastante, por lo menos a mí.
Me ha encantado la metáfora que has empleado al principio para explicar como uno se puede sentir ante «Clímax», que he de decir, porque es otra característica de su cine, me envolvió con su visionado. Me atrapó desde el minuto uno. Su cine es provocación y contradicción.
También con una de sus películas me pasó algo que rara vez me ocurre, tuve que dejar de verla, pues lo estaba pasando realmente muy mal, fue «Irreversible». También confieso que no es que haya visto muchas, la verdad.
Curiosamente Gaspar Noe trabajó junto como ayudante de dirección en una película del argentino Fernando E. Solanas. No te sé decir por qué, pero esa película la vi en mis tiempos de universitaria durante un ciclo de cine y conferencias de cine latinoamericano y me deslumbró: SUR. No he vuelto a conseguirla ver y la he buscado, pues quiero saber si me impactaría igual que en su momento.
Beso
Hildy
A mí me envolvió a ratos porque la música y el baile mola… pero al final estaba fuerísima y de ahí que encontrara todo un poco ridículo. De ahí la comparación con aquello de irme de rave, un plan al que le veían muchas lagunas jeje
De Noé solo he visto esta y Enter the Void, que me pareció terrible. Los provocadores, en contra de lo que suele decirse, son gente muy aburrida, porque no hay tantos que consigan trascender aquello de ‘épater le bourgeois’. Vale, muy impactante todo, ¿y qué más?
Pero mira, me voy a apuntar esa de Solanas, que me ha picado la curiosidad.
¡Besos!