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Año: 2019.
Director: Jim Jarmusch.
Reparto: Bill Murray, Adam Driver, Tom Waits, Tilda Swinton, Chloë Sevigny, Steve Buscemi, Danny Glover, Caleb Landry Jones, Maya Delmont, Taliyah Whitaker, Jahi Di’Allo Winston, Rosie Pérez, RZA, Selena Gomez, Austin Butler, Luka Sabbat, Larry Fessenden, Eszter Balint, Iggy Pop, Sara Driver, Carol Kane, Sturgill Simpson.
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Es probable que Jim Jarmusch se haya tropezado por la calle en alguna ocasión con un smombie, una de las especies que camina por el entorno urbano cada vez en mayor número, hasta el punto de que, en algunos lugares, han merecido señalización específica para regular su presencia. También conocido con su nombre en extenso, el ‘smartphone zombie’, el smombi es uno de los protagonistas de Los muertos no mueren, en la que el cineasta estadounidense, sempiterno habitante independiente de los márgenes de la sociedad, al igual que el ermitaño de la película, observa con sus prismáticos la decadencia del ciudadano occidental y augura el avecinamiento de un apocalipsis absurdo, empujado por el negacionismo homicida del cambio climático por parte de las autoridades pero rematado por las insaciables ansias materialistas de una masa humana sin alma, tan solo animada por impulsos de consumo, cuando no por la orgullosa y desacomplejada mezquindad que, como plaga, se extiende por el país bajo el grotesco pelucón de Donald Trump.
No es esta una interpretación aventurada. La lectura sale de cajón viendo las imágenes, por lo que Jarmusch no la esconde -del mismo modo que no esconde al filme en sí como obra de ficción, que contiene un nuevo catálogo de filias y abundante metarreferencialidad-. Es más, la manifiesta de palabra y por triplicado, incluída síntesis final. Si algo distingue al autor es su manera de dejar su sello particular, de leer con su propia voz aquellos géneros por los que transita -sin reverencia o con desapego hacia los códigos tradicionales-, como el western (Dead Man) o el noir (Ghost Dog, el camino del samurái; Los límites del control). También puede decirse lo mismo de su empleo de otros figuras clásicas del terror como los vampiros, a quienes convertía en Solo los amantes sobreviven en guardianes de las esencias más elevadas de la humanidad. Al igual estos, el zombie de Los muertos no mueren funciona como elemento alegórico, aunque en este caso con intenciones antitéticas, como representación de la degradación del ser humano crítico y sintiente.
La obviedad de la sátira, pues, se subraya con inesperada insistencia. Debido a ello termina por dar una sensación de simpleza, de que la cinta poco más tiene que aportar aparte de esta caricatura de base, por acertada que pueda ser la idea -que además ya estaba, a su manera, en el espíritu de los zombies modernos invocados por George A. Romero-. Y en consecuencia, más allá de ese tono entre cotidiano y absurdo en el que se mueve todo con parsimonioso estupor, Los muertos no mueren parece una obra extrañamente convencional para ser de Jarmusch. O quizás solamente perezosa. El amplio despliegue de personajes es caprichoso, casi se diría más enfocado a dar espacio a amigos y conocidos que a proporcionar pinceladas de color o matices al conjunto. Muchos no van a ningún lado, son mera presentación de un personaje y una situación, sin mayor desarrollo y hasta sin conclusión. Unos se desaprovechan, otros tan solo abultan el relato, desequilibrándolo, todo con un leve desapego, con una leve dejadez.
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Nota IMDB: 6.
Nota FilmAffinity: 5,4.
Nota del blog: 6.
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