“Uno de los dilemas de la humanidad es que está destinada a luchar.”
Clint Eastwood
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Mi hija, mi hermana
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Año: 2015.
Director: Thomas Bidegain.
Reparto: François Damiens, Finnegan Oldfield, Ellora Torchia, Agathe Dronne, Djemel Barek, John C. Reilly, Mounir Margoum, Iliana Zabeth.
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Ethan Edwards era hijo de la guerra, transformado en una fiera aberrante después de tres años consumiendo los últimos resquicios de su humanidad en un limbo obsesivo de odio y muerte. Pero Ethan Edwards no era hijo de la Guerra de Secesión estadounidense –o al menos no exclusivamente-, sino de una guerra eterna: la del Nosotros contra el Otro. Aquella que continúa indeleble en este presente donde los periódicos atentados terroristas recuerdan por la fuerza que la sociedad occidental no atraviesa tiempos de paz. Que permanece sumida en una tensión bélica y de amenaza latente que conforma un perfecto caldo de cultivo para individuos que, por pura convicción o a causa de experiencias lacerantes, mantienen vivo el fuego de la separación o del enfrentamiento entre el Nosotros y el Otro.
Mi hija, mi hermana dedica un exagerado –y un poco absurdo- esfuerzo a explicitar su filiación con el territorio del western, donde Centauros del desierto surge como un paralelismo más que obvio. El protagonista también atraviesa un limbo, condensado en una poderosa elipsis, en el que se resuelve, fuera de campo, la transición en la que este padre francés, cuya hija se ha fugado con un joven fundamentalista musulmán, se transforma en una alimaña herida que se embarca en una búsqueda demencial como quien arremete contra el enemigo. También, dirá el guion en un momento determinado -aunque en referencia a su hijo y sucesor, que replica al sobrino Martin de la enseña de John Ford-, es uno de esos hombres que ocupan demasiado espacio como para rehacer su vida en el calor cotidiano del hogar –esa idea que hacía que la puerta se cerrara a la espalda del tío Ethan, mientras éste regresaba a la nada de donde había surgido-.
En su curso, Mi hija, mi hermana habla de heridas abiertas que nunca sanan, sino que supuran y reabren –Nueva York, Madrid, Londres-; de traumas generacionales que se enquistan y se perpetúan por herencia dentro de una Europa donde se confunden la multiculturalidad y el gueto, donde convive un prejuicio de superioridad moral –la reacción del padre con la familia del chaval- con una ingenuidad pasiva –la confianza de la madre en su hija- frente a quien es vecino y extraño al mismo tiempo. Y, a través de una escena introducida un tanto con calzador, incardina estas cuestiones dentro de una estructura circular, cíclica, sobre la que se reflejan, corresponden y contraponen una historia de obsesión y muerte –el padre- y una historia de redención y vida –el hermano, que desarrolla una búsqueda que adquiere tintes más existencialistas-.
Debut como director del guionista galo Thomas Bidegain –que recientemente trazaba, en calidad de coautor, otro relato de tormentos internos, regeneraciones familiares y ecos westernianos en Dheepan-, el filme goza de una notable intensidad durante este primer tramo, sostenido sobre los hombros de un colosal François Damiens, que realiza un derroche de presencia en pantalla y expresa con sutiles matices el mar de angustias y paradojas de su personaje. Su segunda mitad, donde Finnegand Oldfield desempeña asimismo un buen papel, se antoja en ocasiones algo más convencional, aunque está filmada con elegancia visual, mantiene el interés y solventa el argumento con coherencia narrativa y densidad emocional.
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Nota IMDB: 6,6.
Nota FilmAffinity: 6,6.
Nota del blog: 7,5.
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