El último hombre… vivo

6 Sep

“Si crees que puedes descubrir el secreto de dirigir, estás perdiendo el tiempo.”

André de Toth

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El último hombre… vivo

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El último hombre... vivo

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Año: 1971.

Director: Boris Sagal.

Reparto: Charlton Heston, Anthony Zerbe, Rosalind Cash, Eric Laneuville, Paul Koslo.

Tráiler

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           Tras burlar primero y sembrar después el Apocalipsis en un planeta Tierra enseñoreado por los simios, Charlton Heston se volvía a enfundar el traje de héroe en rebelión contra el funesto destino de la humanidad; quijada prieta, pecho lobo al frente y arma en mano. En El último hombre… vivo, esta segunda incursión en la ciencia ficción distópica, el hombre que en su día encarnara al mismísimo Moisés optaba por dotar de un perfil mesiánico y redentor a su personaje, de acuerdo con su sensibilidad particular. Y este personaje era ni más ni menos que Robert Neville, el último superviviente humano de Soy leyenda, la célebre novela de Richard Matheson que Heston había descubierto y devorado durante un viaje de avión, lo que le infundió unos irrefrenables deseos de traducir la obra a la gran pantalla. Su estatus estelar, apenas afectado por los tropiezos vividos durante el cambio de década de los sesenta a los setenta, le permitía este tipo de encaprichamientos.

           No obstante, el intérprete desconocía que pisaba lugares ya hollados, puesto que en 1964 -solo siete años antes-, se había estrenado El último hombre sobre la Tierra, una coproducción americana e italiana protagonizada por Vincent Price, con el propio Matheson como colaborador en la escritura del guion –terminaría firmando bajo seudónimo, descontento con las variaciones y los resultados del libreto-, y que transitó por las carteleras sin pena ni gloria y con escaso estima desde la crítica especializada. Si Matheson había quedado decepcionado con esta primera y discreta aproximación, en el caso de El último hombre… vivo afirmaría no sentirse siquiera ofendido, tales eran las transformaciones que en ella sufría su relato original.

Estas variaciones procedían principalmente de la intención de reforzar el lucimiento de Heston/Neville como héroe mesiánico, el alfa y el omega al que alude el título anglosajón de la cinta. En aras de este servicio, el matrimonio de guionistas asalariados John William Corrington y Joyce Hopper Corrington –responsables precisamente de la última entrega de la saga de El planeta de los simios, Batalla por el planeta de los simiossacrifican la interesantísima dimensión moral que atesoraba la novela -emanada de su reflexión acerca del concepto de monstruosidad y de la identidad del mal-, al igual que tampoco ofrecerán claves para profundizar en la tormentosa y desesperada soledad del protagonista, apenas apuntada –aunque deja una buena escena con atronadores timbres de teléfono y una intrigante tendencia narcisista en el uso de la televisión doméstica-.

En El último hombre… vivo, Neville no tendrá mayores matices que el destemplado sarcasmo que espeta a fuerza de sentencias lapidarias en el comienzo del filme o que los monstruos se refieran a él con términos como “thing” o “creature”, además de un par de palidísimas alusiones por parte de un secundario ingenuamente idealista –como luego demostrarán los hechos-. En efecto, incluso en lo que debería suponer un clímax personal y un punto de inflexión en su leit motiv vital, Neville renunciará a matar a su ansiada presa. “No es necesario”, reflexiona repleto de espíritu humanitario y compasivo.

           El último hombre… vivo, por tanto, simplifica el trasfondo de la obra de Matheson para convertirla en un espectáculo de acción catastrófica que juega con el siempre agradecido tópico del último superviviente -una fantasía con la que, especulo, toda persona ha filtreado en algún momento tonto-. Esta esquematización de protagonista y trama se repetirá, casi de manera idéntica, en la más reciente Soy leyenda, película esta vez acomodada a las características de su propia estrella, Will Smith, héroe campechano, familiar y piadoso, lo que desviará el conflicto del filme hacia el concepto de la redención cristiana, como aquí, y la recuperación de la imprescindible fe.

Dado el turbulento clima social e ideológico que a comienzo de los setenta atravesaba Estados Unidos, El último hombre… vivo se filmaría en una época propicia para su temática, como había ocurrido con la ácida El planeta de los simios. Son los amargos tiempos de decepción que suceden al sueño pacifista y ecuménico de los sesentas hippies. No es casual que, en la introducción del filme, ambientado en un futuro entonces inminente, 1977, el bueno de Robert Neville sacrifique un par de horas en el visionado del documental Woodstock, 3 días de paz y música con el fin de constatar el desolador fracaso de estas corrientes naufragadas en pos de la utopía. Otros elementos de la narración también echarán el ancla en la actualidad, como las hostilidades fronterizas entre la Unión Soviética y la República Popular China –convertidas en guerra abierta en el filme y desencadenantes del holocausto universal por el empleo de armas biológicas- o la pujanza del movimiento Black Power, que daría lugar a la inclusión apresurada de un romance interracial con el desinhibido, lenguaraz e impostado personaje de Rosalind Cash –sustituta de la primera elegida, Diahan Carroll-; un hecho poco común para la época, sobre todo si hablamos de películas destinadas a un consumo masivo.

           Otra de las grandes diferencias entre papel y fotograma vendrá desde los antagonistas que atormentan a Neville. Los vampiros ideados por Matheson, con toda su parafernalia de chupasangres, alérgicos a crucifijos, espejos, ajos y, por supuesto, estacas clavadas en el corazón –condición que sí se respetaba en El último hombre sobre la Tierra, germen de los zombis de la fundacional La noche de los muertos vivientes, tipología que en una curiosa deriva cinematográfica adoptará el Soy leyenda de Smith-, se convierten en El último hombre… vivo en una secta fundamentalista de mutantes albinos e hipersensibles a la luz, definidos por sus horrendas llagas. Unos seres solemnes en su agonía, en resumen, que pretenden purificar con fuego toda huella de la humanidad pasada –la tecnología, la cultura, Neville- en aras de una supuesta sociedad utópica. Sus contradictorios procedimientos psicóticos encuentran en la Inquisición su material de inspiración –las capuchas monacales, el gregarismo iluminado, los juicios sumarios e intransigentes, los capirotes de los condenados,  las hogueras,…-. Que su líder Matthias (el peculiar Anthony Zerbe) sea un otrora pope televisivo le da cierta prestancia a unos villanos un tanto endebles y desaprovechados a fuerza de su composición estereotipada, planos en su aspecto dramático –como decíamos en párrafos anteriores, aquí no hay grises ni vueltas de hoja en la ética de los personajes- y poco atemorizantes en su vertiente terrorífica –por torpes y cabezotas, básicamente-.

           Es en esta condición de cine de género donde más le pesan los años a El último hombre… vivo. El debe recae en la escasa pericia visual del director, Boris Sagal, cuyo bagaje exclusivamente televisivo aflorará a lo largo de la pedestre realización. Sagal no solo no consigue dotar de garra a las escenas a priori de mayor tensión física y psicológica, sino que tampoco termina de envolver a la película dentro de una adecuada atmósfera debido a cierto regusto hortera y a esos pequeños pero molestos detalles de inverosimilitud que van mermando la capacidad de absorber la mente fascinada del espectador –por qué hay montones de fruta fresca después de tres años de apocalipsis, por qué se ve tan bien en interiores oscuros, por qué los mutantes que prefieren la oscuridad iluminan las habitaciones con infinidad de velas-. Y eso que tampoco suponía una tarea tan difícil dada la temática a abordar y sus posibilidades, como queda demostrado en el sucinto y poderoso prólogo, con esas espectaculares tomas de la ciudad de Los Ángeles que muestran la fea carcasa vacía que es: un clásico de este subgénero destructivo desde la primigenia Five (Cinco) y su majestuosa consolidación en el deshabitado Nueva York de El mundo, la carne y el diablo. En la cinta que nos ocupa, las distintas secuencias fueron rodadas en localizaciones reales a primera hora de los fines de semana. Un hechizante arranque, en definitiva, donde la envidiable placidez de Heston, al volante de un deportivo y oyendo música con despreocupación, se rompe de repente mediante una sombra y una ráfaga de metralleta –la velocidad acelerada de los fotogramas y la torpe aparición del espectro ya comienzan a dar pistas de cómo se las gastará el director ucraniano en adelante-. Y pensar que Heston pretendía que Orson Welles se hiciera cargo del rodaje…

           Por fortuna, el carisma y la presencia de la estrella solventa la papeleta, bien secundado por la sugerente banda sonora, muy de su tiempo, del australiano Ron Grainer, compositor curtido en la televisión británica –suyo es el tema principal de la icónica y longevísima serie Doctor Who-. Una partitura que alcanzará una inteligente intensidad anticlimática en el desenlace, sintetizando de manera excepcional el desencanto que, al menos parcialmente, domina este filme distópico, el cual, no obstante, quizás por su fiero aire setentero, rabioso y desilusionado al mismo tiempo, logra conservar todavía cierto encanto y sabor.

           Fiel a su mensaje, El último hombre… vivo concluye con la imagen nada sutil del héroe con las piernas juntas y dobladas, lanzazo en el costado, brazos en cruz y una nueva hueste de creyentes bebiendo metafóricamente su sangre.

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Nota IMDB: 6,6.

Nota FilmAffinity: 5,9.

Nota del blog: 6.

6 respuestas to “El último hombre… vivo”

  1. tony kanapes 6 septiembre, 2015 a 14:37 #

    A pesar de que sigo defendiendo (con sus problemas) la cinta protagonizada por Vincent Price, está peli me gusta como arranca y todo el elemento apocaliptico. Pero cuando aparecen los supervivientes y se van de compras, los acolitos con una estetica deudora de su epoca… Ya me va cuesta abajo, y si que es cierto que ninguna de las tres Soy Leyenda consigue transmitir el giro final de la novela de Matheson que da titulo a la novela.

    El Ultimo… es un simple divertimento.

    Lo mejor es que Heston todavía tenía que protagonizar la Tremenda Soylent Green.

  2. Hildy Johnson 6 septiembre, 2015 a 19:31 #

    Hoy he leído todo el retraso que tenía en tu blog: así que he disfrutado de la entrevista a Javier G. Romero, he vuelto al planeta de los simios (solo he visto la primera y hace un montón de años) y me he inmiscuido en El último hombre… vivo, versión que no he visto (sí, la de Vincent Price y la de Will Smith). Así que he disfrutado. Y he pensado en el rostro de algunos actores y su identificación con algunos personajes como les ocurrió a Charlton Heston y a Vincent Price…, qué interesante tema.

    Beso
    Hildy

    • elcriticoabulico 7 septiembre, 2015 a 14:28 #

      Hay gente que ha nacido con rostro de héroe, como Heston, que además tenía cuerpo de estatua griega, y otros con una cínica ambigüedad en la cara, como Price. Es una de las cosas que me fascinan de los actores y actrices. Más que su técnica, me gusta lo que logran transmitir con sus rasgos o con su porte. O que, simplemente, tengan cara de gente interesante.

      Besos.

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