«De nada vale estar vivo si hay que trabajar.»
André Breton
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La clase obrera va al paraíso
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Año: 1971.
Director: Elio Petri.
Reparto: Gian Maria Volonté, Salvo Randone, Mariangela Melato, Gino Pernice, Luigi Diberti, Corrado Solari, Donato Castellaneta, Mietta Albertini, Flavio Bucci, Ezio Marano.
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Como si Charlot nunca hubiera salido de la cadena de montaje de Tiempos modernos. Elio Petri, cineasta combativo de la Italia turbulenta de los sesenta y setenta, clava la cámara a la frente de un fatigado operario, Lulù (Gian Maria Volonté), para desentrañar la pesadilla cotidiana del proletariado, alienado por un trabajo sin sentido –las piezas que factura sin saber para qué sirven-, explotado inmisericordemente por sus patrones –el destajo que exige cada vez más horas de esfuerzo por menos dinero-, zarandeado por las consignas ininteligibles de unos sindicatos adolescentes –“mira que graciosos son cariño, no se les entiende nada”- y desprovisto de toda vida social o familiar –el divorcio, la impotencia que sufre con la pareja que detesta, las fantasías sórdidas en el trabajo, los polvos marrulleros, el siniestro resplandor de la televisión hipnotizadora-. Y ante él, tan solo la perspectiva del manicomio que le adelanta su antiguo compañero Militina (Salvo Randone), desquiciado hasta las últimas consecuencias por los años en la fábrica.
Petri escribe y rueda –ayudado en el primer caso por Ugo Pirro– una película claustrofóbica, cáustica e incomodísima, descerrajada en imágenes sudorosas, sucias y con predominancia de unos primeros planos tremendamente invasivos y agobiantes, con el rostro febril de Volonté siempre demasiado cerca, siempre acorralado por la confusión y el ruido. De este modo, el espectador comparte el desaliento y la desorientación de este pobre diablo, simplón y entregado con fruición obsesiva y casi sexual a la producción en el trabajo y quien su universo entero, construido a partir de datos de rendimiento y traducidos en liras corroídas, se le desmorona cuando se organizan en torno a él las protestas por las intolerables condiciones laborales en la empresa y además pierde un dedo en un accidente.
Farsa crudelísima, La clase obrera va al paraíso arremete sin piedad, con una negrura pegajosa y repulsiva, contra unos estamentos de poder económico casi dickensianos en su voluntad explotadora; contra los trabajadores arracimados sin saber muy bien qué hacer con su existencia o dueños de unas aspiraciones materiales vulgares; contra una izquierda revolucionaria ajena a las circunstancias del trabajador, encantada de conocerse y de proclamar consignas vacías de toda lógica real; contra un hombre egoísta, delirante y que camina sobre el alambre de la enajenación absoluta. Contra el asco de trabajar.
La partitura de Ennio Morricone, con la música secuestrada por los sonidos industriales, puntea una trama caricaturizante que atosiga y empuja, como si uno se encontrase en medio la columna de obreros que accede aborregada al alba a las profundidades industria para salir de ellas ya en la oscuridad.
Irremediablemente, el absurdo toma las riendas de una pesadilla que incluso se aproxima a una distopía chusca y cutre –como un ceporro y atontado Winston Smith sería entonces Lulù- a partir de detalles como las instrucciones repetidas por los altavoces, al estilo de los regímenes totalitarios, y que ordenan el sometimiento del hombre a la máquina, en una relación muy semejante al de un esclavo erótico a su dominatriz si no fuese porque los currantes son nimias piezas reemplazables dentro de un engranaje que parece no tener objeto alguno, encadenados a una mesa de montaje que no cesa, así en el Cielo como en la Tierra.
Palma de oro en el festival de Cannes de 1972 –compartida con otra cinta italiana, comprometida y protagonizada por Volonté, El caso Mattei-, su pase en el certamen galo consiguió desatar la ira del cineasta Jean-Marie Straub, quien al finalizar la proyección clamaría por la quema de todas las copias del filme; un anticipo de la gélida acogida que la obra tendría entre la izquierda política y cinematográfica trasalpina.
Nota IMDB: 7,7.
Nota FilmAffinity: 7,2.
Nota del blog: 8,5.
Contracrítica