“Importa, pues, mucho conocer a fondo a este hombre-masa, que es pura potencia del mayor bien, y del mayor mal.”
José Ortega y Gasset
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El cuervo
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Año: 1943.
Director: Henri-Georges Clouzot.
Reparto: Pierre Fresnay, Ginette Leclerc, Micheline Francey, Héléna Manson, Pierre Larquey, Noël Roquevert, Liliane Maigné.
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“Representa usted lo más triste y alejado de la vida”, espeta con perniciosas intenciones Denise, mujer que pasa por ser fatal solo para aliviar el dolor de su pierna maltrecha a causa de un accidente de automóvil. “¿Un cretino?”, inquiere el doctor Germaine, tan racionalista como emocionalmente estéril. “No”, devuelve el guante ella. “Un burgués”.
A pesar de esta afirmación, que ejemplifica la carga vitriólica que contiene El cuervo –si bien no será ni de lejos la escena más hiriente del metraje-, la prensa clandestina de la Resistencia colocaría el sambenito de “colaboracionista” a esta película estrenada en 1943 en la Francia tomada por los nazis de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, El cuervo habría pulsado la tecla correcta si con su tonante denuncia de la hipocresía, el cinismo y la ausencia de valores morales de la sociedad francesa había conseguido molestar a todos los espectros, sin distinción, de esa misma sociedad. Y es que, por su parte, el infausto régimen de Vichy tacharía a la cinta de indecente, palabras similares a las empleadas en su contra por la iglesia católica gala. El filósofo Jean-Paul Sartre sería en cambio uno de los primeros en defender la obra y en respaldar al cineasta tras la condena de dos años sin filmar que se le impondría una vez liberada la nación del yugo alemán, inculpado por sus servicios en la Continental Films, sufragada por el poder invasor y productora del presente filme, entre otros.
Uno observa estos hechos y encuentra pavorosos paralelismos entre la situación de Clouzot y, precisamente, el guion de su vilipendiado El cuervo. El filme, que para transmitir su espíritu universal afirma ambientarse en un pueblecito cualquiera del país, levanta la bucólica alfombra de la campiña para descubrir, oculta bajo ella, toda la miseria e inmundicia que se esconde en esa Francia paradigmática y sus prototípicos representantes.
Un enigmático personaje autodenominado ‘el cuervo’ comienza a enviar cartas envenenadas con los secretos ocultos del pueblo y, entonces, desde el protagonista -el doctor Germaine, marcado por un dudoso pasado y acusado de adúltero y abortista en el presente-, hasta el último niño del pueblo –una muchacha que tiene por costumbre espiar a los vecinos y robar de la caja de correos donde trabaja-, no hay personaje que se libre del azote de Clouzot ni, por consiguiente, de la lamentable caza de brujas que se desata en la localidad, otrora tranquila cuando sus muertos permanecían cómodamente guarecidos en los armarios.
Con la excepción de las puntuales inserciones de humor y de los lúcidos comentarios del veterano psiquiatra local -a quien su convivencia directa con la locura confiere autoridad para analizar a esa cohorte maníacos todavía sin diagnosticar-, la atmósfera de El cuervo se torna a cada paso más insalubre y sofocante. Incluso estos apuntes cómicos reservan para el paladar un profundo regusto amargo, como el de aquel cartero que, al descubrir que su criada preparaba una de estas ponzoñosas acusaciones escritas para su mujer, decide abofetearle a ella, presuntamente inocente, y no a la maliciosa perpetradora, tal es la credibilidad que se llega a otorgar a las infamias propagadas con la velocidad y la virulencia una plaga contagiosa.
La espiral de acontecimientos que se precipita a cada revelación abunda en la descomposición de las máscaras de los habitantes y los encierra en una cada vez más estrecha espiral de odio, sospecha y crispación la cual, todo sea dicho, conforma también un entretenido ejercicio de intriga al mismo tiempo que expone el convulso caldo de cultivo contemporáneo al estreno en el que el recelo y la delación del vecino se exigen casi como medidas de supervivencia.
Al igual que las víctimas de un nudo corredizo que les atrapa manos, pies y cuello, los personajes solo avanzan hacia su propio ahorcamiento con cada torpe y desesperado movimiento que acometen. El espectador, atenazado y huérfano de asideros a los que sujetarse en medio del despeñamiento, comparte su progresivo ahogo, inmerso como ellos en un clima enrarecido e irrespirable, viciado por la inquina enquistada, los viejos traumas sin cerrar, el desprecio del semejante, el egocentrismo como modo de vida y la absoluta anulación de los escrúpulos de conciencia.
El guion se esfuerza en cerrar a duras penas una trama de suspense que alcanza un punto demasiado embrollado como para resolverlo con idéntica rotundidad a la mostrada en el absorbente desarrollo del calvario colectivo. Logra dejar una poderosa imagen fantasmagórica y funesta en su conclusión, pero a fin de cuentas la disolución del misterio no es un elemento demasiado relevante, ni en el fondo interesante dentro del conjunto del filme. Lo que permanece es la constatación de una hostil sensación de pesimismo que atañe a la masa humana, inmersa en uno de los capítulos más negros de su historia.
Nota IMDB: 7,7.
Nota FilmAffinity: 7,5.
Nota del blog: 9.
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