«En mis películas no hay grande movimientos de cámara ni puntos de vista destinados a demostrar que soy un director de cine. En Europa, un director puede tomarse todo el tiempo del mundo para crear una atmósfera, y meter un montón de escenas de nubes que se disuelven; pero el público americano, si les muestras las nubes por segunda vez, espera ver entre ellas un aeroplano»
Billy Wilder
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Camille Claudel 1915
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Año: 2013.
Director: Bruno Dumont.
Reparto: Juliette Binoche, Jean-Luc Vincent.
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Sostenía Harold Bloom, una de las figuras fundamentales de la crítica contemporánea, que el placer estético emanaba del dolor de renunciar a placeres cómodos en favor de otros más difíciles. Si bien concuerdo en que todo aprendizaje cultural requiere una carga de esfuerzo a la postre gratificante y que además acepto sin prejuicio propuestas desafiantes por su heterodoxia –tengo en gran estima el cine de Bergman y Tarkovsky, aunque por el contrario tiendo a repudiar las obras de Godard y Antonioni-, también conservo un saludable escepticismo a la hora de abordar películas cuya mayor virtud parezca residir en su simple exigencia, establecida como postura de autoría y contestación frente a las corrientes dominantes del cine de cuño popular.
Camille Claudel 1915 no es una película destinada al gran público, ni lo pretende. Testimonio de unas escasas jornadas del internamiento de la escultora francesa en el sanatorio mental donde permanecería hasta su muerte, la película apuesta por minimizar al límite de lo conceptual la acción del libreto, aproximándose con ello a la pura abstracción, para tratar de escribir con la máxima crudeza la crónica emocional de una mujer atormentada hasta la psicosis por el tradicional sometimiento y reclusión de la mujer dentro de las estructuras propias de la patriarcal sociedad occidental, manifestadas por medio de las heridas sangrantes de la frustración amorosa –desencadenada por su maestro y rival Auguste Rodin– y el destemplado repudio familiar como causa de un encierro que no comprende ni acepta –vertiente cristalizada en la figura de su hermano, el literato Paul Claudel, enfervorecido por una reciente epifanía religiosa-.
Elementos de anulación individual ante los cuales la artista tan solo encuentra como posible punto de fuga la negación misma de su personalidad. Es decir, la devastadora renuncia a su potencial creador.
Es por tanto una propuesta que no narra, sino que se limita a observar desde una desnudez extrema –aderezada empero con un pronunciado refinamiento estético en la composición y el cromatismo del plano, expresión del estado íntimo y mental de Claudel-, combinado con otros rasgos naturalistas que competen a la participación en el reparto de personas con discapacidad psíquica, una herramienta más para el dibujo del grotesco paisaje humano y dramático del filme pero que, al mismo tiempo, supone una elección problemática que da lugar a decisiones de cuestionable ética –un extensísimo primer plano que se deleita con el rostro deformado de una residente; que uno de los escasos momentos de concesión a situaciones más asequibles para la sensibilidad del espectador común consista en una versión de Don Juan interpretada con lógica dificultad por los pacientes del centro-.
Posiblemente la naturaleza de la propuesta sea legítima. Sus resultados, a mi entender, no justifican en cambio su desmedida exigencia. Bruno Dumont, uno de los últimos e irreductibles estandartes de la autoría en el cine francés, construye el filme sobre un estilo contemplativo hasta lo agotador y una aspereza que bordea la crueldad física y psicológica sin que, en compensación, esta agonía se traduzca en la excelencia bien en cuanto a la hipnosis del espectador para su inmersión profunda en las fronteras del infierno de la locura por las que transita la protagonista -una por otro lado mayúscula Juliette Binoche, que despliega con asombrosa precisión toda una gama de recursos y matices gestuales ora delicados, ora explosivos-, bien en cuanto a la transmisión del inabarcable cúmulo de sentimientos que atenazan y descomponen la humanidad de la infortunada genio.
Más aún, dada su función de extenuante agente distanciador, tiende a suceder lo contrario.
De igual modo, el retrato contrapuesto de Paul Claudel, en permanente éxtasis religioso, destinado a ofrecer la otra cara de la moneda con la que comparar y debatir la enajenación de su hermana, es fallido por su evidente superficialidad, evidenciada desde su burda presentación.
Con Camille Claudel 1915, Dumont se limita a marcar de nuevo el territorio. Una exhibición de personalidad en realidad más cercana a lo gratuito que al verdadero riesgo artístico y, desde luego, a lo audaz y acertado.
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Nota IMDB: 6,7.
Nota FilmAffinity: 6.
Nota del blog: 4.
Me ha llamado mucho la atención, justo ahora está en cartelera,aprovecharé tu sugerencia, Gracias 🙂
Bueno, yo más bien recomiendo ir con disposición y ganas. Una cosa digo, la vi en grupo, con gente muy entendida en cine, y la opinión mayoritaria sobre la película fue muy favorable. Espero que si te animas, la disfrutes.
En los 80’s se hizo también una versión de la «musa» de Rodin http://www.imdb.com/title/tt0094828/ con Isabel Adjani como Camille y Gerard Depardiu como el maestro Rodin. Decir que aun no he visto ninguna de las dos.
Había oído hablar de ella, pero reconozco que no la he visto. Por lo que se comenta, deben ser aproximaciones diametralmente opuestas. La verdad, no me ha dejado esta película con ganas de investigar mucho más.
Pues yo conozco la otra, de hecho debo decir que es la película que hizo cancelar mi aversión hacia la Adjani y comenzar a considerarla una actriz. Claudel no era la musa de Rodin, era una artista con capacidades y visión propia. Independientemente de las manipulaciones cinematográficas, Rodin fue un vampiro y la familia de Claudel le hizo a la escultura más o menos lo que a doña Juana I de Castilla, su real familia. Yo voy a verla apenas pueda. Más allá de la puesta en escena por Juliette Binoche, una de esas actrices que saben el significado de la palabra dignidad.
No se me había ocurrido, pero son casos interesantes de comparar los de Claudel y Juana I. En realidad, es comparable a cualquier mujer que pretendiera destacar en la Historia: o bruja o loca.