“No hay nada más fácil que asustar al espectador. Es mucho más difícil hacerlo reír, que se ría de verdad.”
Ingmar Bergman
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La cabaña en el bosque
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Año: 2011.
Director: Drew Goddard.
Reparto: Kristen Connolly, Chris Hemsworth, Anna Hutchinson, Frank Kranz, Jesse Williams, Richard Jenkins, Bradley Whitford, Sigourney Weaver.
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Un género epidérmico por naturaleza como el cine de terror está sometido a la exigencia de una renovación continua para lograr el objetivo de burlar un envejecimiento en este caso especialmente rápido y pronunciado –ejemplo de ello es el ya manifiesto agotamiento de recientes vías abiertas como el ‘torture porn’ y el metraje encontrado-. En este sentido, el empleo repetitivo hasta la saciedad de una limitada serie de fórmulas y recursos provoca que estos hayan quedado deformados hasta el ridículo, pasando por esta misma razón a constituir un campo abonado para la parodia –ver Scary Movie y similares-.
La cabaña en el bosque parte con la lección bien aprendida de estas premisas para entremezclar un sentido homenaje al cine de terror popular junto con el despelleje irónico y despiadado de sus más evidentes desmanes. Más que una película de terror, La cabaña en el bosque es una película sobre las películas de terror.
El guion de Drew Goddard –curtido en las enmarañadas tramas metafísicas de Perdidos– y Joss Whedon –un cineasta lo suficientemente inteligente como para haber dignificado el monótono ‘blockbuster’ superhéroico con Los vengadores– se presenta entonces como un auténtico estudio metalingüístico en el que el paradigmático esquema del ‘slasher’ entrecruza su camino con una tesis satírica sobre el acto demiúrgico de este universo en miniatura que es la ‘horror movie’, sujeto a leyes y códigos particulares y casi inmutables.
Si Wes Craven, personalidad de referencia en el terror contemporáneo, se erigía en pionero en el propósito de exponer el género ante su propio reflejo por medio de la saga Scream -donde la figura del fan, convertido en un personaje más, era capaz de predecir los pasos del asesino gracias a su irreductible cinefagia-, en La cabaña en el bosque son por su parte una pareja de metódicos funcionarios los que oficiarán de transmutación alegórica de los ideólogos y artífices de la función.
Son ellos los que, desde su cabina de mando, reclutan a los protagonistas a partir de un listado de arquetipos preestablecidos –la prostituta, el atleta, el loco, el erudito, la virgen-, proponen las reglas de juego, desencadenan una amenaza escogida de entre un millar de opciones posibles y se sientan a observar divertidos cómo evoluciona poco a poco su criatura, destinada a contentar a una clientela ávida de atrocidades malsanas –el público, dios supremo al que se ofrendan cruentos sacrificios desde la noche de los tiempos-. Incluso podría entenderse a una de las víctimas de la historia, el tópico amigo fumeta sentenciado por sistema a morir descuartizado a las primeras de cambio, como otra metáfora acerca de uno de los más habituales modos de consumo de esta clase de cintas: no hay nada como una experiencia en grupo y con unas risas al calor de la marihuana para desbaratar cualquier tipo de lógica o de atmósfera siniestra que se precie.
Es esta realidad/película paralela la que da sentido y sostiene a La cabaña en el bosque. La mirada cotidiana y profesional de los dos técnicos establece un estimulante marco autorreflexivo y un desternillante contrapunto cómico ideal para disfrutar con sonrisa complacida un argumento que, en su aspecto estrictamente terrorífico –factor secundario en esta ocasión, a pesar del excesivo peso que con menos acierto se le otorga en el desenlace-, no pasa de rutinario.
Es decir, que La cabaña en el bosque supone un sabroso pellizco crítico y amoroso a partes iguales que permite acercarse con placer renovado a un arte menor –pero arte al fin y al cabo- malherido por su galopante devaluación.
Nota IMDB: 7,1.
Nota FilmAffinity: 6,4.
Nota del blog: 7.
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