“Algunas personas ofrecían juventud. Otras, belleza. Yo representaba amenaza. A la gente le gusta verme en el cine, porque me pueden odiar.”
Edward G. Robinson
Hampa dorada
Año: 1931.
Director: Mervyn LeRoy.
Reparto: Edward G. Robinson, Douglas Fairbanks Jr., Thomas E. Jackson, Stanley Fields, Glenda Farrell.
En 1929, Estados Unidos despertaba del sueño americano. La oportunidad de hacer de un penique un millón, de encontrar una tierra en el Oeste a la que llamar mía y el brillo de la esperanza universal se opacaba por los vicios de un sistema hipertrofiado hasta lo insostenible. Se impone la realidad cruda, la miseria generalizada y la frustración en una Gran Depresión que, desde el hundimiento económico, extiende sus tentáculos a la atmósfera de la calle, a la degradación moral. Se vuelve la mirada a versiones deformadas y aterradoras del sueño y del sistema que lo sustentaba. Surge el gángster como respuesta.
A pesar de que existe un título precedente, La senda del crimen, se considera generalmente a Hampa dorada el filme que desataría la fiebre por las películas de gángsteres a lo largo de toda la década de los treinta, estableciendo además los cánones que en mayor o menor medida repetirán todas ellas, anuncio a su vez del cine negro que estaba por venir.
Basado en una novela de W.R. Burnett –autor que legará al Séptimo Arte material para obras como El último refugio o La jungla de asfalto– Hampa dorada presenta a Cesare ‘Rico’ Badello -personaje lejanamente inspirado en Sam Cardinella, mafioso real del Chicago de la Ley Seca y apodo que precisamente inspiraría el acrónimo de la Ley RICO contra el crimen organizado-, auténtico eje gravitatorio a cuyo alrededor se dibuja el esquema prototípico del género: los paupérrimos orígenes del inmigrante, la ambición desbocada hasta transformarse en una encarnizada, sangrienta y egomaníaca lucha por el poder; la caída de un imperio fulgurante con pies de barro y la purga definitiva del elemento corruptor necesaria por el bien de la sociedad.
Edward G. Robinson, intérprete de origen rumano, construye a su vez un icono que poco más tarde, o casi de manera paralela, esculpirá a su modo un James Cagney con el que unen varios puntos en común, sobre todo en el aspecto físico. El ‘Rico’ de Robinson surge como un individuo de cuerpo antiheroico, achaparrado, macizo y cetrino, de voz nasal y atiplada. La intimidación recae pues sobre la determinación de su gesto, la agresividad que desprende su actitud, la frialdad de su fuego interior. Su cara es un permanente gesto de desprecio, espejo a la vez de la insolencia de una ambición que no conoce fronteras. Un tipo, en definitiva, al que no se le ha regalado nada y que aspira por puro empeño, por la ley del más fuerte, a un todo resumido en la riqueza y la respetabilidad negada por cuna.
El perfecto capitalista, el sueño americano.
Mervyn LeRoy daba forma a la primera película que lo hará célebre. Un ascenso y caída ejemplar desarrollado en paralelo a la versión positiva de esta dualidad: el gángster a la fuerza, bailarín de corazón, Joe Massara (Douglas Fairbanks Jr.). Un recorrido bipolar en la que el mal siempre amenaza con fagocitar los esfuerzos de progreso desde el bien, capaz de infamar hasta las últimas consecuencias cualquier tipo de actitud ambigua, como refleja la influencia perversa de ‘Rico’ sobre una banda de delincuentes de medio pelo o, en especial, en el drama de Tony, ingenuo conductor de atracos.
LeRoy aplica un ritmo vigoroso, extrapolación del carácter de un protagonista siempre manejado por el ímpetu de sus entrañas, de una agresividad impulsiva. No es casual que en los momentos de mayor tensión dramática -un atraco que, compuesto mediante encadenados posee un magnético dinamismo; la amenaza fraticida contra su amigo- ‘Rico’ apunte su pistola, prosaica herramienta de trabajo del gángster, contra la cámara, contra el espectador.
Por su parte, un Robinson soberbio devora la pantalla insuflando vida a un personaje que bien podría caer en el exceso de su concepción, manteniéndolo sin embargo preso en todo momento de una furia contenida, poliédrica, más terrible en cierta manera, y con un trasfondo pesimista, tierno incluso visto desde su carácter inevitablemente trágico.
Si bien pronto se verá superada y perfeccionada –aún exige un desarrollo más pulido y complejo de la parábola, sobre todo en la mayor decisión y contundencia en las distintas fases-, Hampa dorada sienta las bases para la aparición de un cine que dará kilómetros de fotogramas grabados en oro.
Nota IMDB: 7,4.
Nota FilmAffinity: 7,3.
Nota del blog: 7.
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