Blackthorn

17 Abr

“Esto es el Oeste, y cuando la leyenda es más bella que la realidad, imprimimos la leyenda.”

Maxwell Scott (El hombre que mató a Liberty Valance)

 ,

Blackthorn

 .

Año: 2011.

Director: Mateo Gil.

Reparto: Sam Shepard, Eduardo Noriega, Magaly Solier, Stephen Rea, Nicolaj Coster-Waldau, Padraic Delaney, Dominique McElligott.

Tráiler

 .

           Existe una dificultad intrínseca en el cine contemporáneo a la hora de abordar el western, quizás el género más cinematográfico de todos, escenario de una mitología propia, transferida y adaptada más tarde al resto de categorías temáticas, y escenario de tragedias y argumentos que rebasan, del mismo modo, las polvorientas llanuras de los territorios fronterizos de un país aún por construir.

Son tiempos estos, no obstante, que parecen haberse perdido, injustamente ajenos a la sensibilidad del espectador medio actual, esa inefable y tiránica figura, que opta por despreciarlo sistemáticamente, asociándolo a formas y modos añejos, pasados a mejor vida. Sin embargo, el western insiste en una terca resurrección periódica.

Lagunas estacionales de resultados variopintos que cabalgan entre el homenaje nostálgico mediante la apropiación inadecuada de sus códigos más reconocibles, derivada por lo general en la impostación de un modelo a día de hoy inimitable, o su reinvención total bajo nuevas formas, acompañada en contadas ocasiones del beneplácito de crítica y público.

El Salvaje Oeste se ha convertido por tanto en un terreno incierto, propenso a un riesgo ingrato. Su proverbial inestabilidad ha saltado fuera de la pantalla para instalarse en el mismo proceso de producción.

           Conque, ¿cómo adentrarse en ese mundo hostil sin perecer en el intento? Mateo Gil, notable guionista, colaborador frecuente de Alejandro Amenabar y director de escaso éxito, hombre en principio alejado del género, ofrece con Blackthorn una más que adecuada solución, si bien claramente influida por aquella testamentaria revisión que Clint Eastwood, el último de los clásicos, hizo imprimir a sangre y lodo en la inconmensurable Sin perdón.

            Así, Gil toma una de las figuras legendarias del universo del western, ese Butch Cassidy salteador de trenes y bancos que inmortalizó Paul Newman en Dos hombres y un destino, y se apropia de ella regalándole una quizás probable vida postrera, sobrevivida al tiroteo del ejército boliviano en San Vicente en 1908. La reescritura de nuevos folios en blanco de un mito.

En lo siguiente, Gil no trata de rememorar esa mencionada mitología del western, de hacer un ñoño y pedante ejercicio de cinefilia. El personaje es ahora suyo y suya es la óptica para dibujar la vida de un anciano que solo aspira a tratar de paliar el sabor amargo de sus días de gloria y plomo a través del medianamente honrado comercio con caballos y las ocasionales e inofensivas aventuras de cama con las lugareñas. Ya no roba bancos, los bancos le roban a él, como cualquier hijo de vecino. Butch Cassidy es ahora un hombre real, de carne y hueso.

            Siguiendo el mismo proceso por el que Eastwood había sometido a su propio arquetipo de pistolero, Cassidy va a experimentar una vuelta a la vida –es decir, recobra su ocultada identidad- dentro de los estrictos límites del realismo. Es un anciano, con el grado de experiencia y de achaques que ello conlleva. Los tiempos han cambiado para él y para el mundo, a pesar de que aún pueda enseñar un par de trucos al españolito con el que se encuentra y con el que se alía para el último golpe, el billete el retorno al hogar: $50.000 hurtados de unas minas extinguidas.

Porque hay dos momentos esenciales en la vida, cuando se huye de casa, y cuando se vuelve.

            De este modo, Gil, apoyado en un guion sólido y una cuidada factura –excelentes fotografía, banda sonora y puesta en escena-, da forma a este western crepuscular que bucea, atravesando páramos épicos y desolados, en la melancolía y la amargura que persigue a un hombre que enfila consciente el fin de sus días, incapaz de encontrar la calma de su espíritu cansado, huérfano de unos seres queridos muertos o alejados, huido de una vida de adrenalina y fuego deslumbrante en su día, pero que arroja saldos negativos en la cuenta final.

Un hombre al que Sam Shepard, en un trabajo impagable, aporta carne y alma, bien secundado incluso por el mediocre Eduardo Noriega.

Notable y meritorio acercamiento. Fracaso de público.

 

Nota IMDB: 6,6.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7,5.

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